Abusos, prostitución y rechazo en la "caótica" vida de Diego, gitano y homosexual: "Aparté a todo el que quiso cambiarme"

Diego Fernández se crió en El Puerto, en el seno de una familia gitana que nunca aceptó su orientación sexual, antes de partir hacia Madrid para iniciar una nueva vida, donde se siente "más libre" y "más invisible"

Diego Fernández, gitano y homosexual, en una foto cedida.
Diego Fernández, gitano y homosexual, en una foto cedida.

Diego Fernández (El Puerto de Santa María, 1990) salió del armario con 13 años. Ese momento lo recuerda como “bastante traumático”. “No estaba preparado para hacerlo”, confiesa ahora, y su familia tampoco se lo tomó nada bien. “Los vi llorando, gritándome, pegándome, como si fuera un criminal. Me llamaban enfermo y querían llevarme al médico para que me curase”, relata.

“Día tras día, durante años, aguanté el machaque de mi familia llamándome maricón, diciéndome que era una puta, que no era un hombre, que era una mujer, que me iba a morir de una enfermedad, que si no me daba vergüenza estar con los hombres, y que volvía a casa después de que me rompieran el culo. Todos esas palabras las decía mi propia madre. Acabe con ataques de ansiedad, de ira, con depresión, no me atrevía ni a salir de mi habitación”, recuerda.

Diego se crió en la barriada portuense de El Tejar, cerca de la estación de tren, en el seno de una familia gitana. En su casa vivía junto a su madre adoptiva, su hermana y su primo. “Mi madre se volvió obsesiva con mi sexualidad y muy controladora. Cada vez que salía de casa me insultaba o no me dejaba salir. Me quería encerrado. Tampoco podía traer amigos a casa, porque me pegaba diciendo que me los follaba y que iba a coger una enfermedad”, rememora. Su madre biológica estaba enganchada a la droga cuando él llegó al mundo, por lo que le dio en adopción a una tía suya nada más nacer. Ella fue quien verdaderamente lo crió.

La infancia de Diego Fernández fue “un caos”.  Más adelante, su padre adoptivo sufrió una trombosis cerebral y perdió el habla, por lo que tenía que cuidarlo desde muy pequeño. Para colmo, entre los 9 y los 13 años, un primo abusó sexualmente de Diego, una situación que contó a su familia, pero acabaron culpándolo. “A él no le hicieron nada, era bastante más mayor que yo, tendría unos 25 años o así”, cuenta. “Me habría servido de ayuda que alguien se diera cuenta de que algo no iba bien en mi familia desde el principio y que me ayudasen a salir de ahí”, expresa. Pero no fue así. Tuvo que ser muchos años después, cuando tuvo la capacidad para hacerlo, cuando huyó de casa en busca de una vida mejor.

"No podía traer amigos a casa, mi madre me pegaba diciendo que me los follaba y que iba a coger una enfermedad"

La madre de Diego —la adoptiva— padeció demencia senil y fue él quien se encargaba de cuidarla, “porque nadie quería saber nada”. “Había familiares que solo venían a pedir dinero cada fin de mes. Ella cobraba 380 euros al mes, y tenía muchas deudas, tuve que hacerme cargo de todos los gastos, pero me superaban”, señala el portuense, que acabó prostituyéndose por bolsas de comida para su madre. “Nos moríamos de hambre”, agrega.

Hasta que se cansó y decidió que tenía que poner kilómetros de por medio. En cuanto pudo, se fue a Madrid, donde reside ahora. La misma semana que llegó lo llamó su familia para decirle que su madre había sufrido una embolia y que estaba hospitalizada. “Me dijeron: baja aquí a cuidar de ella, que nosotros no queremos hacernos cargo. Y en ese momento tuve que pensar en mí, y aunque me dolió, y me duele mucho aún, no volví a El Puerto. Mi madre poco después murió. No quise ir a su entierro tampoco, porque sabía que mi familia iba a culparme a mí de todo lo malo que pasó en ese momento”.

Diego, relata ahora, tampoco “quería vivir con una familia que me despreció toda la vida por ser maricón”. “Ha sido más difícil poder hacer mi vida por ser gitano”, confiesa. “Es un factor clave que influyó mucho, porque me afectó en los estudios, y de los estudios derivó en mi formación laboral. Y al final es algo que llevo a rastras desde siempre”, asegura. Él dejó el instituto con 14 años, "algo que no es legal, pero a mí no me buscaron los servicios sociales por no estudiar”. Su familia, vendedores ambulantes, quería que se dedicara a este negocio, pero no quiso.

"En Madrid conocí a un chico que impulsó una campaña de odio en Twitter por no querer acostarme con él"

En Madrid, empezó de cero. Al poco tiempo conoció a un grupo de chicos homosexuales. “Creía que serían mi gran apoyo aquí, pero me encontré con todo lo contrario”. Uno de ellos, dice, le metía presión para que fuera su pareja y, tras su negativa, impulsó una campaña de odio en Twitter diciendo que “era un vendepenas para follar, no se creía que lo estuviera pasando tan mal”. “Este chico decía que había hecho de todo por mí, que me había conseguido trabajo y amigos, y que no se lo había agradecido. Básicamente lo que quería a cambio era que me acostara con él”.

Diego, más tarde, encontró por fin un empleo en la capital madrileña. Concretamente, en una tienda erótica de Chueca en la que su jefe “se pasaba el día echándome charlas interminables y aleccionadoras”. “Casi siempre echaba mano a mis problemas personales para manipularme y chantajearme para hacer más horas o cambiarme los turnos a su gusto. Otra vez un hombre blanco dándoselas de salvador por darle trabajo a un pobre gitano”, describe.

Una vez pasó el confinamiento derivado de la pandemia, decidió que no quería volver a la tienda, por salud mental, “porque era el recordatorio perpetuo de que no tenía familia ni a dónde ir”. Desde entonces busca empleo, sin suerte. Aunque también ha encontrado gente buena en Madrid. “Mi casero sabía toda la historia y prácticamente me acogió cómo un hijo, fue mi primer referente familiar sano en mi vida caótica”.

“Siento que llego tarde a todo, y que tengo que correr para ser una persona capaz e independiente. Pero la realidad es que no soy como el típico hombre de 31 años, porque no tuve el aprendizaje ni el apoyo de cualquier persona de mi edad. Fui a Madrid buscando la estabilidad en mi vida, pero todavía no me ha llegado, porque llevo años de retraso para poder tenerla”, cuenta Diego, quien en la capital se siente “más libre” y “más invisible”, sin miradas acusadoras sobre su cogote.

"Hay personas que terminan viviendo de la prostitución porque no tienen otra cosa que hacer para sobrevivir"

Fruto de su situación personal, Diego decidió iniciar una campaña en la plataforma Os Oigo para pedirle a la Asamblea de Madrid que impulse protocolos de protección para los menores gitanos LGTBIQ+. "Aunque no todas las familias sean iguales que la mía, hay que dar visibilidad a situaciones que casi nadie se atreve ni a contar, ni a mirar. Porque muchas veces son los propios payos los que miran a otro lado, aún sabiendo los problemas que pueden tener los chicos gitanos", relata el joven. "Yo con 31 años estoy desamparado. No tengo estudios, no tengo familia, y por supuesto no tengo la calidad de vida de una persona de mi edad. No pueden condenar a personas como yo a no tener futuro", proclama Diego.

"No sólo personas LGTB gitanas, sino también de otras razas, terminan viviendo de la prostitución porque no tienen otra cosa que hacer para sobrevivir. Es una realidad oculta en España, pero es algo que lleva pasando durante años y la gente esconde esa verdad incómoda bajo la alfombra porque no les interesa ver lo que molesta. Las personas tienen derecho a vivir con dignidad", resume. Él es lo que intenta, a pesar de todas las piedras que se encuentra por el camino, y es que "cuando un gitano pide ayuda, todo el mundo desconfía, o no lo toman en serio". Diego deja claro que no habla por toda la comunidad gitana, "cada familia es un mundo, y por suerte no todas son como la mía".

"Me di cuenta con los años de que nadie de mi entorno me quiso de verdad, ni familia, ni amigos. Todos me querían como a ellos mejor les viniera, y aún así me trataban como a un bicho. Pero no se puede cambiar lo que ya estaba bien, y eso a ellos les jodía. Siempre fui yo mismo, a pesar de todo. Y aparté a todo el mundo que quiso cambiarme. Porque el primero que se quiere soy yo, y si no me quieren así, no los quiero yo en mi vida". Palabra de Diego.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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