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Ninguna banda jerezana gana lo suficiente en Semana Santa como para repartir beneficios. Todo va para cubrir gastos, que en ocasiones sobrepasa los 7.000 euros al año. "Esto es inexplicable, es una pasión, algo que te llega seas creyente o no si es que te gusta la música”, afirma Juan Manuel Castro, director de la Agrupación Musical de La Sentencia.

Con la noche ya cerrada, el bullicio de coches y personas en el polígono industrial de El Portal ha desaparecido. Algún coche, alguna luz todavía encendida en alguna nave, pero poco más. Tan solo tranquilidad… Y el sonido lejano de cornetas y tambores.

En un lugar tan poco cofrade como la calle Marruecos, varios jóvenes cargan sus instrumentos musicales cuesta arriba hasta perderse tras unas naves de techos rojos. El eco multiplica el sonido de los bombos en el momento en que empiezan a sonar los primeros compases de una marcha procesional.

En una de las últimas noches de la cuaresma jerezana, a escasas horas de que los primeros capirotes se empiecen a divisar por las calles, la banda de cornetas y tambores de Santa María Magdalena realiza uno de sus últimos ensayos. Formados tal cual irán detrás de los misterios que acompañarán en esta Semana Santa, los componentes, sin perder el paso, recorren de una punta a otra una de las calles del polígono empalmando marchas.

Entre los miembros, mucha gente joven. Alguno aún no ha cumplido los 12 años, aunque la mayoría ronda o sobrepasa por poco la veintena. A pesar de que la noche es fría, un valiente luce camiseta de manga corta. Los más precavidos van bien abrigados.

Abre camino Cristian Vázquez, director musical de la formación, que haciendo gestos con sus brazos, dirige a la banda y es el que ordena qué marchas se tienen que ir tocando. Los músicos, la mayoría con formación autodidacta, leen sus partituras ayudándose de la luz de una pequeña linterna acoplada a ellas.Santa María Magdalena cuenta en la actualidad con 75 componentes. Fundada en 2007, tomó el testigo de la antigua banda de La Milagrosa. En su día ensayaba en la calle Oro, en el polígono industrial situado a la espalda de la avenida de Europa, hasta que una noche empezaron a lloverles denuncias de los vecinos del entorno de Jacaranda. Les cayeron 3.000 euros de multa que se libraron de pagar con la promesa de irse a ensayar a otro lugar alejado del casco urbano. Así que ahora ensayan en El Portal, donde tienen alquilada una nave que les cuesta 6.000 euros al año. Esto, unido a los gastos de instrumentos y uniformes, hace que el dinero que ingresan durante Semana Santa por sus contratos se vaya íntegramente en esos menesteres. “Aquí todo el mundo sabe que no cobra ni cobrará nunca”, señala Eduardo Picón, 28 años, director de la formación.

Teniendo en cuenta esto y que la banda ensaya once meses al año entre cuatro y siete días semanales, ¿hay una explicación lógica para que la gente no tire la toalla? “El que viene es porque le gusta. Es verdad que a veces te tienes que pelear con alguno porque o estudia o trabaja, pero es que esto no tiene otra explicación”.

Para Enrique, padre de un componente al que espera protegiéndose del frío en el interior de su coche junto a su esposa y su hija, “esto no está pagado. Yo de hecho es que no estaría en una banda, así de claro, pero esto es devoción más que nada, y como a él le gusta hay que venir, haga frío o calor y cueste un día más o menos”.“Es inexplicable, yo ni se lo puedo explicar a mi pareja. Es una pasión, algo que te llega, seas creyente o no, si es que te gusta la música”. Quién responde a esta misma pregunta es Juan Manuel Castro, 40 años, director de la Agrupación Musical de la Sentencia, que ensaya a apenas 200 metros de la banda de La Magdalena.

La Sentencia, con 34 años a sus espaldas, cuenta con 105 componentes que, al igual que sus vecinos, tampoco cobran por tocar en la banda. “No tenemos ninguna ayuda, somos autosuficientes. El dinero que cobramos en Semana Santa se va en pagar la nave, uniformes, instrumentos y en pagar alguna comida para los componentes”.

En ambos casos, hablamos de más de 7.000 euros al año en gastos que podrían haberse reducido considerablemente si hubiera llegado a buen puerto el proyecto que en su momento ideó el Ayuntamiento para dotar a todas las formaciones musicales de la ciudad de un local común de ensayo que al final quedó en eso, en un proyecto: la Ciudad de la Música.

Como recuerda Castro, “cuando se creó el consejo de bandas había un proyecto para la Ciudad de la Música. Primero se pensó en las antiguas Bodegas Croft y luego se trasladó la idea al Carmen Benítez, pero aquello era inviable. Querían meter a cuatro bandas y sólo para aparcar coches es imposible, además los propios técnicos del Ayuntamiento vieron que eso de meter a 400 personas era imposible”.

Diferentes perfiles

El denominador común de los componentes de las bandas jerezanas es el de jóvenes de entre 20 y 30 años de media, con formación musical autodidacta, a excepción de unos pocos con estudios de conservatorio. “La mayoría tocamos de oído”, señala Juan Manuel Castro, que en La Sentencia toca la tuba. “Yo aprendí de dos compañeros. Me dibujaron un pentagrama, las notas y me señalaron con numeritos los pistones. Ya con el tiempo te vas quedando con el tono que tienes que pisar y vas sabiendo lo que dura una negra, lo que dura una blanca, lo que dura una corchea…” Así y todo, en la banda hay varios componentes que sí tienen formación, como el director musical, Jesús Jiménez Piñero. “Su labor no tiene precio, porque enseñar a 107 personas tiene tela”, explica.

En cuanto a los perfiles de los componentes, muchos siguen estudiando, otros trabajan, mientras que otro gran grupo, como pasa con buena parte de la juventud jerezana, se encuentra en paro. “La situación económica de alguno es bastante delicada”, señala Eduardo Picón, que incluso afirma que en La Magdalena han hecho campañas para recolectar alimentos para algunos componentes con problemas económicos.Pero sobre todas las cosas, de lo que se sienten orgullosos es de que entre todos los miembros existe una gran camaradería. “Aquí somos 105 hermanos y cuando uno tiene un problema lo notamos y se le intenta ayudar”, explica Castro, que igualmente destaca el componente formativo que significa estar una banda, sobre todo para los más jóvenes. “Las dos o tres horitas que están aquí, aparte de música se les intenta enseñar una compostura, porque no hay que olvidar que luego somos parte de un cortejo. Además se les quita de la calle. En ese sentido hay una labor social que no es estar en una esquina fumándote un porro. Ellos están viendo que hay unos valores, que somos personas normales que nos gusta esto pero que además tenemos un camino recto. Hay chavales que lo agradecen, aunque también es verdad que a alguno le entra por un oído y les sale por otro, pero el 90 por ciento siguen un camino y se convierten en buenas personas”.

El reloj sobrepasa las 11 de la noche. El último ensayo previo a la Semana Santa termina y ya la próxima vez que se reúnan los componentes de ambas bandas será para ir acompañando a un paso de misterio. Y no lo harán por dinero, tampoco en la mayoría de las veces por devoción a las imágenes que acompañan, sino por su profundo amor por la música.

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Jorge Miró

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