Antonia enseña su casa como si fuera una guía turística. En pleno barrio de La Viña, la finca donde vive desde hace más de cuarenta años tiene fama en todo Cádiz. En la Casa del Cuadro, la número 6 de la calle La Palma, donde realmente estuvo colgado el famoso cuadro del maremoto de 1755, ya sólo quedan cinco vecinos.

No es la primera vez que Antonia hace de cicerone de esta finca del siglo XVIII con dos patios y un aljibe y que en su día llegó a acoger a cuarenta vecinos. El sobrenombre del cuadro no puede ser más merecido, porque aunque ya no está el famoso lienzo del maremoto –lo colocaron en la finca colindante, la número ocho- los patios están profusamente adornados con cuadros de motivos gaditanos y cientos de flores. Las vecinas se encargan de regarlas todos los días y mantener su belleza aunque la vejez se vaya haciendo más dueña de las suyas. Con 66 años, Antonia es la joven. Y ella y su marido atienden a mucho turista que entra a curiosear una casa típica y una forma de vida.

El matrimonio lleva toda su vida entre esas paredes. Él, que nació allí, sabe bien lo que significa criarse en un partidito e ir aumentado su vivienda en función de hacerse con otro cuarto cuando un inquilino lo dejaba. La finca –rehabilitada a finales de los ochenta- aún conserva las salas que acogían las cocinas comunes: cuatro hornillos por un lado y otros cuatro. Ocho mujeres cocinando a la vez. Luego, cada vecino iba ampliando su espacio vital ganando algunos metros para poder tener en su propia vivienda, el cuarto de baño y la cocina. Todo un lujo.

No ha sido el caso de Antonia. Su vivienda está en la segunda planta mientras que en la primera, un cuarto esconde una cocina, una mesa de almuerzo y un cuarto de baño. Conchi Domínguez, la presidenta de Mujeres de Acero, escucha atentamente sus reclamaciones. Desde que pone un pie en la calle, Conchi no deja hablar con uno ni saludar a otro. Y ante un caso de infravivienda, ella no tiene hora ni prisa alguna. “Esto también es infravivienda, ¿sabes? A lo mejor no está tan mal como otras fincas en Cádiz pero yo se lo digo a los políticos cuando vienen: para comer y para cagar se tiene que salir de su casa, llueve, ventee o granice, ¿entiendes?”.

Antonia, que asegura pagar por ese cuarto 120 euros además del alquiler de su casa propiamente dicho, cuenta que ha intentado negociar con el propietario cambiar ese cuarto por uno que ha quedado libre en su misma planta. “Por lo menos lo tengo al lado y no tengo que estar subiendo y bajando escaleras”. Pero, “al revés….la propiedad no nos deja hacerle nada a la finca”, dice avergonzada señalando los desconchones. “Aquí  siempre hemos pintado los vecinos y hemos mantenido la casa en perfecto estado. Hemos ganando hasta concursos”.

"Esto también es infravivienda. A lo mejor no está tan mal como otras fincas de Cádiz pero yo se lo digo a los políticos cuando vienen: para comer y para cagar se tiene que salir de su casa, llueve, ventee o granice"

Deja claro que si le ofrecieran un piso, abandonaba la finca pero “lo iba a sentir mucho. A esta casa se le quiere”. Ella y su marido aún tienen años para que eso pudiera ocurrir pero el resto de vecinos, supera los ochenta años. “Así no se puede vivir, con una casa cada vez más deteriorada”. Por eso, afirma rotunda que “lo que están esperando es que nos muramos o nos cansemos y puedan hacer apartamentos turísticos en la finca”.

Los únicos inquilinos en una manzana

El boom de los apartamentos turísticos también ha llegado a Cádiz en forma de casas palaciegas o fincas convertidas en hostel que se restauran y son puestas en alquiler para turistas, revalorizando el patrimonio y creando empleo. Una nueva vida para estos inmuebles que a la vez supone la muerte de un estilo de vida en el centro de la ciudad.

En el entorno de la plaza San Francisco, la mayoría de las viviendas están destinadas a uso turístico y en una manzana hay tres establecimientos hoteleros –ahora con la inauguración de una finca de apartamentos turísticos-. En el número 1 de la calle San Francisco, por ejemplo, sólo queda una pareja de jóvenes gaditanos viviendo en el edificio todo el año. Y eso es lo que más echa de menos Antonia y sus vecinas: gente joven y niños correteando por los patios. “Mi hijo se vino a casa de una tía pero tuvo que irse. No quieren inquilinos nuevos”.

El Ayuntamiento de Cádiz, a través de Procasa, ha apostado por la rehabilitación de la infravivienda para destinarlas a alquiler social y acaba de aprobar la actuación sobre Santa María, 10 que, además de suponer la rehabilitación de esta casa palacio del siglo XVIII pretende dar respuesta a las necesidades de los vecinos más vulnerables. En este caso, se invertirán 750.000 euros para habilitar siete viviendas de uno a tres dormitorios.

Pero el problema de la vivienda en Cádiz, dada la singularidad del territorio, es endémico. Por eso, el fenómeno de la gentrificación –neologismo inglés que explica el proceso mediante el cual la población original de un sector o barrio, generalmente céntrico y popular, es progresivamente desplazada por otra de un nivel adquisitivo mayor- adquiere muchas lecturas: una exageración todavía en Cádiz, una oportunidad de revivir el casco histórico o un proceso que expulsa a los vecinos y convierte al centro en un decorado, un parque temático.

En La Palma, 6 no saben de eso de la gentrificación pero cuando ven a un fotógrafo y a una chica tomando notas, apresuradas corren a Antonia y en voz bajan le preguntan si queremos comprar la finca. Las tranquiliza y explica que “vienen a que la gente vea cómo está la finca y que no tengo ni el baño ni la cocina en mi vivienda”. “Las pobres…se ponen nerviosas, son muy mayores”, dice, mientras toman el fresco en el patio. Y rectifica: “No me iría a otro casa. Si me tocaran 100 millones de pesetas, compraba la finca y la ponía en el alquiler para la gente joven”. “Eso –interrumpe el marido- me voy que me cierran la administración y tengo que echar la primitiva. A ver si hay suerte”.

 

Sobre el autor:

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Vanessa Perondi

Periodista.

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