Patricia de la Calle, involucrada en el germen del 15M en la ciudad, es a día de hoy la única mujer dentro de la plataforma Stop Desahucios, y encarna el feminismo activista en la lucha por la libertad del género.

A Patricia de la Calle (Jerez, 1980) la educó su madre. Una madre que llegó a separarse en dos ocasiones y que se quedó sola al cargo de sus tres hijos. Los padres se desentendieron de sus labores, y ni falta que le hizo. "Me encantaría reflejarme en ella, es una luchadora que no paraba de trabajar: en los Pinitos (una residencia para enfermos mentales) de El Puerto, en calle Francos...", relata. "Una mujer que no se paraba ante nada y que se movió durante un cierto tiempo con la UGT. Luchó por los derechos laborales en su trabajo y montó una guardería 24 horas con su amiga para poder sacar adelante a sus hijos de la mejor manera posible". Es hablar de ella y que le brillen los ojos. En esta segunda entrega de esta serie de relatos de mujeres combativas en pro de la igualdad de género, Patricia encarna el feminismo activista. Y es que asegura que nunca se quedó callada ante una injusticia social, quizá por ello, en 2011, participó en la construcción de la plataforma Stop Desahucios en Jerez a raíz del mediático caso Caulina.

Dice que fue muy feliz durante su niñez. No obstante, afronta su primera discriminación machista en el colegio. Entró en el CEIP La Salle San José, junto a su hermana melliza, el primer año en que este centro educativo abandonó la educación diferenciada. "Fuimos las dos primeras mujeres en entrar en esa escuela, estábamos rodeadas de niños". Encararon el curso con normalidad, pero cuando fueron a pasar a segundo, los curas decidieron reunirse con su madre. "O repetíamos año para esperar a las niñas que habían entrado más pequeñas, o se iba a ver muy feo que dos niñas estuvieran en una clase solo de niños. Nada, que no estaba bien visto. Y menos para ellos", rememora. Finalmente la familia decide tolerar el asunto y las hermanas repiten solo por el hecho de ser dos niñas entre tanto alumno. Patricia y su melliza, siempre muy unidas, pasan al instituto La Salle Sagrado Corazón de Jesús con la intención de estudiar ambas lo mismo. "Yo quería estudiar magisterio infantil para trabajar en un jardín de infancia, pero como no entramos las dos, decidimos hacer administración". No terminó de convencerla, por lo que dejó sus estudios y decidió introducirse en el mundo laboral con tan solo 16 años.

"Empecé en la pastelería Los Reyes". Ahorró un poco y en cuanto tuvo la oportunidad de marcharse de la ciudad, tomó un avión y se largó a Lanzarote, "como loca con una chavala que conocía de solo varios días". En su primera entrevista de trabajo, en un hotel, le dijeron de comenzar con un horario nocturno, a lo que ella se negó. "Yo no quería trabajar de noche, me daba miedo. Estaba muy lejos del pueblo, tenía que recorrer un camino muy oscuro y era una zona prácticamente abandonada. Yo, allí sola en una isla con 18 años...". Y finalmente le hicieron un contrato de seis meses como camarera de piso. Nada de comentarios machistas por el horizonte, todas eran mujeres. "Hacen una labor increíble, pero no están bien consideradas. En la cadena de trabajo de los hoteles son el último eslabón y realmente son ellas las que sostienen la imagen de los establecimientos". "A día de hoy alguna cobra dos euros la hora", espeta la sindicalista Aurora Van Echelpoel, mientras escucha la historia de su compañera. Cuando acabó su contrato, se mudó a Barcelona, a vivir con una tía y una amiga. "Trabajé mucho por ETT, entonces lo mismo te llaman para trabajar durante una semana o un mes". Estuvo en fábricas, restaurantes, como moza de almacén, de azafata, dependienta... "Cuando yo descargaba camiones, los hombres normalmente pagaban a la empresa para que esta descargara su camión. Si ellos pagaban yo iba con el traspalé eléctrico y hacía mi trabajo. ¿Qué hacían ellos? Yo no quiero que me descargue ella, decían. A lo que la empresa les comunicaba: Pues tome usted un traspalé manual, no eléctrico". Solo así es como pasaban por el aro. “Todo el camión detrás de mí mirando cómo metía las palas, como diciendo: Esta no lo va a hacer bien. Hasta que ya me rebelaba y les decía que llevaba descargados no sé cuántos camiones y que me dejaran trabajar tranquila". Se trata de la constante necesidad que tiene una mujer de demostrar que está capacitada para desarrollar oficios normalmente desempeñados por hombres. Patricia tuvo que soportar miradas que cuestionaban su valía, además de otras que la contemplaban como un objeto sexual. 

"Al tiempo volví al Sur para trabajar en un hotel de Chiclana". Cuando regresó, su hermana melliza estaba disgustada tras una ruptura, por lo que ambas decidieron escapar de Cádiz. ¿Francia o Barcelona? Otra vez para Cataluña. Patricia entra a trabajar en un bar a tiempo parcial, con la condición de que el dueño contratara tarde o temprano a su hermana. Una vez más lo consiguió. Y cuenta que allí, en Barcelona, es donde conoció a Raúl, quien a día de hoy es su marido. Ambos, con la idea de llevar a cabo una vida juntos en otro lugar del mapa español, vendieron su piso y se compraron una furgoneta con la que hicieron una ruta. “Era uno de nuestros sueños”. En 2006, cuando acabaron el trayecto, decidieron asentarse en Jerez. "Encontré trabajo desde un primer momento, de teleoperadora. Él opositó y también. Todo nos iba muy bien... hasta que nos topamos con la crisis". Recuerda que ella estaba de baja maternal, y que cuando se iba a reincorporar al trabajo: "300 personas a la calle con un ERE”. Es en el inicio de la crisis económica y financiera de 2008 cuando Patricia más se movió en el activismo social. Tanto ella como su marido estuvieron en el Arenal durante el germen del 15-M. "Estuvimos acampados un mes". "Siempre he sido rebelde, lo que no he considerado justo, lo he peleado. Mi madre siempre me lo decía: Eres la defensora del pueblo, pero te van a dar de hostias en la vida…". No obstante, ella se enfrentó a todo y a más. 

"Al 15-M llega una familia pidiendo ayuda. Aquí en Jerez no había una PAH —Plataforma de Afectados por la Hipoteca—, ni Stop Desahucios, ni nada... Y pasó lo que pasó. Terrible día de Caulina, sobre todo para mis compañeros, los trece detenidos. Y para la familia, por supuesto, que perdió su vivienda". Dice que aquellos que vivían en la venta fueron estafados tanto por el banco como por sus propios abogados. "Veíamos que era un caso tan injusto... y que era tan justo que lo apoyáramos… Pero no sabíamos a lo que nos íbamos a enfrentar". A raíz del desahucio de Caulina se concentró un movimiento de personas que fueron configurando poco a poco la plataforma. “¡Vamos a crear una comisión!”. Dentro estaba su marido, pero como se tuvo que ir a trabajar fuera, ella decidió ocupar su puesto. "Para mí el 15-M fue un despertar. Iba a contracorriente en muchas cosas, pero ¿encontrar a tanta gente afín aquí en Jerez...?"."Aquí nadie se hacía eco de que había un problema de vivienda. Nadie nos daba una solución a nuestros problemas. Era ir a los servicios sociales, al Ayuntamiento, llorar, llorar… y darte chocazos contra la pared". Seis años después de su nacimiento, Stop Desahucios "lleva un tiempo parado. Las últimas noticias son de las viviendas que han okupado en el Chicle. Pero en ese tema no hemos querido meternos". “Las okupaciones siempre tienen su doble filo”, incide Aurora. Patricia de la Calle, una defensora acérrima de la vivienda como derecho básico y constitucional, es señalada y enjuiciada en innumerables ocasiones porque sus vecinas no la consideran "una señora de su casa".

"Hoy en día no me querrían como mujer, porque yo no soy una mujer de mi casa"

"Este último verano, como trabajaba en el hotel un fin de semana sí y uno no, mi marido, que trabaja de lunes a viernes, se llevaba a los niños a la playa o a donde fuera. Y mis vecinos, que sí que son mayores, pero… no tanto, veían algo malo que el padre se llevara a los niños. Anda ya mujer, deja ya ese trabajo, me decían. Y cuando te ven entrar y salir mucho sola, que quizá voy a la asamblea, a una manifestación…, te preguntan: ¿Dónde vas otra vez? Cómo diciendo: ¡Madre mía, pero si esta no está en su casa! Te miran como diciendo: Esta tiene abandonada su casa". Los comentarios venían siempre desde el género femenino. Cree que los hombres suelen ser más reservados. "Lo pensarán, no lo verán bien, pero no te lo dicen a la cara. Hoy en día no me querrían como mujer, porque yo no soy una mujer de mi casa".  

¿Cuántas discriminaciones y abusos puede sufrir una mujer a lo largo de su vida? "Tengo 36 años y abusos por ser mujer, miles. Que un hombre sea machista es lo normal. Se les da de comer, se les cuida… He conocido a personas mayores que nunca han tenido un orgasmo y que tenían que decirle a sus maridos que sí en la cama porque un no, no lo aceptaban. Yo he tenido parejas que por ponerme según qué ropa, yo era una puta, porque iba a la calle a provocar", confiesa Patricia. De nuevo, la objetivización y sexualización de la mujer. "Es lo fácil. Yo lo tengo claro, machismo es igual a cobarde. A la mujer no le han permitido hacer ciertas cosas por miedo a que ascendieran al mismo nivel que los hombres. No es que nosotras estemos aprendiendo a hacer cosas nuevas. No. Es que sabemos hacer de todo pero siempre nos han vetado", apostilla Silvia Vega, mujer que protagonizará el tercer y último capítulo de esta entrega de reportajes con motivo del Día Internacional de la Mujer, con una vida llena de injurias y desaprobaciones por parte de compañeros y clientes, solo porque ella vaya al volante de un taxi.

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Claudia González Romero

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