Arriba el telón
Decir Antonio Romero (Jerez, 1956) es decir escenario del Teatro Villamarta o el de otros espacios que ha pisado como técnico, es decir amabilidad y entrega. Con un cuarto de siglo de experiencia, el tramoyista, telonero o como quieran llamarlo, se jubiló hace dos años. Colgó las botas de seguridad, el uniforme de negro riguroso, y soltó el contrapeso de ese telón de guillotina que conoce como nadie. Aún se emociona al recordar a los compañeros de profesión, al ver los pasillos y la maquinaria que ha manejado durante tanto tiempo.
En su haber, además de todos esos años al servicio de sus compañeros, las compañías que visitaban el Villamarta, el servicio al público; ayudante sin duda de la construcción de esos sueños, de esa colección de emociones que es una función. Cuando subía el telón y empezaba la obra, Antonio estaba ahí. Siempre. Y siempre con una sonrisa. Ahora, dos años después de retirarse, su sonrisa permanece.
Yo era camionero. Y repartidor de prensa. Con eso estuve alrededor de tres años.
Buenos, muy buenos recuerdos. Aunque es verdad que era todo completamente diferente a lo que yo había hecho hasta entonces. Para empezar, de tener los fines de semana libres para ver a tus hijos, a no tener ningún fin de semana libre porque es cuando más trabajo tenía. Y las giras. Cuando entramos a trabajar aquí había muchas producciones fuera del teatro y tenías tres o cuatro salidas al año en las que tenías que estar fuera de casa. Eso era lo que más me costaba.
Para mí sí. A mí lo que me costaba era salir de mi casa. A mí el trabajo nunca me ha pesado. He tenido un trabajo que siempre me ha gustado, y que siempre he disfrutado. Siempre ha habido sus pormenores, como en todas partes, pero el teatro te engancha. Conocer todos los días a personas diferentes también me gusta. Incluso ver todos los años a los mismos, sobre todo como pasa en el Festival de Jerez, que vienen siempre las mismas compañías, los mismos técnicos. Que nos vemos una vez al año, pero eso también es bonito.
Todo, todo. Yo lo he disfrutado todo. Las obras las veía sentado en el telón o en la mesa de motores, que era donde yo solía estar para los cambios de escenario, y siempre con el nerviosismo de que todo salga bien.
La Zaranda. La Zaranda es una compañía que cada vez que viene aquí la veo. La Zaranda tiene su público. No a todo el mundo le gusta. Al que le gusta le gusta, y al que no, la aborrece.
"La Zaranda te gusta o la aborreces"
Eso hay que vivirlo. Se te ponen los vellos de punta. Cuanto tú levantas un telón, por ejemplo con la música de una ópera, es para vivirlo.
Yo todavía sueño, después de dos años que hace que me he jubilado, con obras de teatro. Me veo en los sueños montando obras por ahí.
Nunca me cansó. Hay un refrán que dice que si encuentras el trabajo que te gusta no trabajarás en la vida. Y es verdad. A mí me ha pasado. A mí me ha encantado mi trabajo.
Yo creo que no. No sabe lo que pasa tras el telón; ni durante los cambios, ni durante los descansos. La gente no lo sabe. El público ve que antes había ahí un muro, por ejemplo, y en el siguiente acto no está. Eso es lo que ve, pero no ve el trabajo que hay. Se queda con la obra y nada más.
"A mí me gustan los musicales, sobre todo la ópera. Es lo que más me ha gustado siempre"
A mí me gustan los musicales, sobre todo la ópera. Es lo que más me ha gustado siempre. Mi debut en el teatro fue con Carmen. Después hice muchas giras, con el Rapto del Serallo, Maruxa. Yo soy capaz de montar esa zarzuela ahora mismo con todos los años que han pasado.
Primero está el replanteamiento de dónde vas a montar la ópera. Y después adaptar la obra a cada escenario, porque cada escenario es distinto. Se toman medidas. Si hace falta recortar, se recorta. Y si hace falta ampliar pues se ponen patas negras (telas negras que caen en vertical desde las varas al suelo) para que no se vea lo que hay detrás.
El secreto está en haberlo montado antes. Quedarse con el montaje para saber dónde queda cada pieza. Porque plano no hay. No existe. Por lo menos, cuando se ha montado aquí, yo me he quedado con todo y luego he sabido dónde iba cada cosa.
Anécdotas, imagínate después de 25 años. En una gira en Ávila, montando Carmen, teníamos que hacer de técnicos, con el cañón de luz durante toda la función, y cuando terminaba nos teníamos que vestir de época para hacer los cambios, porque era todo al aire libre, y encima hacer el paseíllo en el último acto vestido de picaor (carcajadas). Otra vez vino una compañía de Barcelona y había una escena de un ahorcamiento, y no había nadie que quisiera hacerlo. Le tuve yo que poner al hombre la cuerda, tirar de ella y ahorcarlo.
No. Más bien de nerviosismo para que todo salga bien. Es lo que hay en teatro. Antes de subir el telón te estás meando cada dos por tres.
Antes que el cine, teatro. Lo vives. Estás viendo los actores. Hay gente a la que no le gusta la ópera ni la zarzuela, pero la ven en vivo y se enganchan.
Sí. Aquí han venido actrices y actores para saludarme. Es una satisfacción.
Cuando tus hijos están en tu casa y tú trabajando, y cuando llegas de noche están durmiendo o no están.
"Después de 25 años echo de menos a los compañeros"
Sí, mucho.
Sí. A los compañeros sobre todo. Y sobre todo a los de escenario, que de una manera o de otra han ocupado mi vida laboral. Muchas veces los veo en Facebook y me emociono.
Pues a mí me han pasado cosas. Recuerdo una vez en el techo del escenario, dónde está la lámpara central. De ahí salía un foco grande que manejaba yo durante una función. Todo completamente a oscuras. De pronto escucho pasos acercarse, pisando el suelo de goma que hay. Voy a ver quién es cuando se detiene a mi lado, enciendo la linterna y no había nadie. Eso lo he vivido yo.
Comentarios