Una galería de arte en su propia casa encierra un pintor de Pruna, que tiene una dilatada trayectoria como artista, también como alcalde, y que reside actualmente en San Fernando.

Pasear por el parque de Las Huertas tiene un encanto especial los sábados y domingos. El corretear de los chiquillos, el trasiego del ambiente entre lo laboral y el descanso, el ir y venir por Camposoto, hace que este lugar de San Fernando, apartado del centro, sea un lugar más pensado para el descanso y en la tranquilidad. Esa fue la excusa que encontró alguien que se dedica al mundo de hacer poesía con los pinceles y que un buen día llegó a este lugar cargado de encanto de Cádiz. Por una de esas calles, una fachada llama poderosamente la atención, un pequeño rincón con un patio que recibe a las visitas con esculturas en el exterior.

Una Eva con su manzana a punto de entrar en el paraíso, una dama aguantando los arcos de una ventana a modo de columna o un labrador tomando un descanso y bebiendo agua de un botijo. Todo ello, no es más que la antesala del tesoro por descubrir si los dueños de la morada abren la puerta. Lo primero que se percibe, como si fuera un flechazo para los admiradores del arte, es la figura de un Cristo atado a la columna a tamaño natural. Una obra portentosa hecha con la gubia de un imaginero que, si bien su pasión es otra, logra una auténtica expresión de padecimiento, expresando un realismo propio de la representación bíblica del momento de la flagelación de Jesús de Nazaret.

Es quizás lo que atrae como un imán a los ojos del curioso, porque todo lo demás posee un “incalculable valor” según su creador. Antonio Sánchez Barrera es un pintor sevillano que, de manera casual, se halla viviendo en San Fernando y con él una parte de su obra que todavía le queda por acabar.

Camino de sus 85 años, natural del pueblo de Pruna, Sánchez Barrera, además de pintor, ha vivido “varias vidas”, tal y como lo expresa su mirada, cansada pero certera. Nacido en el año 33, le cogió muy de niño todo el apogeo de la Guerra Civil. Criado en el seno de una familia humilde, el pruneño empezó a criar cerdos en una finca, “durmiendo en un pesebre”, como él mismo apunta, pero ya empezando a dar aldabonazos de su arte con “la tizne del carbón” y a realizar “figuritas con el barro”.

Un sentimiento que fue poco a poco creciendo, toda vez que entró en Artes Plásticas de las Escuelas Profesionales de Sevilla y empezó a conocer una técnica que fue perfeccionando con los años, pero de una manera autodidacta. “Lo que más aprendí fue a hacer escultura, pero esto es más laborioso y para vivir tuve que tirar por la pintura, aprendiendo solo”, resalta e pintor hablando de sus inicios. Una pintura que es lo que le ha dado fama, no solo por ganar varios premios de carteles por varias localidades de Sevilla, Málaga o Cádiz, sino también por las obras que ha realizado en la Iglesia de San Antonio Abad de Pruna. El altar mayor se viste con frescos del artista, con las figuras de Adán y Eva a ambos lados, coronando una fantástica representación pictórica de la Santísima Trinidad. “Tuve que hacerlo dos veces, porque al pinté en la pared y ésta tenía mucha humedad echándose a perder a los pocos años”, resalta mientras recuerda lo que le dio a su pueblo, ya que no quiso cobrar nada por ello.

Alcalde accidental

Al comentar el pruneño que ha vivido varias vidas, no se escapa la oportunidad de preguntar por alguna de ellas y descubrir que fue un hombre al servicio de la política, “aunque no un político”, como él mismo matiza, ostentando la tenencia de Alcaldía de su pueblo en los años 60. “Tuve que ejercer de alcalde durante un tiempo por enfermedad del regidor de entonces y es una labor muy ingrata, porque no se puede contentar a todo el mundo”, se lamenta el artista recordando una etapa de su vida que le "costó el dinero”, porque él no era “asalariado” de la política.

“Antes los alcaldes se escogían por ser los que más dinero tenían, porque no se paga, pero eso no significa que supiera más de política”, resalta con desaire. Fue condecorado con la Medalla de la Orden de Cisneros, por demostrar “un alto espíritu de entrega en las tareas de engrandecimiento de la patria”, aunque le matiza, “de mi pueblo”.  Y es que como miembro de la Corporación, también colaboró, según narra, en asuntos de Fiesta y Cultura, incluso en la Iglesia, comentando con cierta ironía que “solo le faltaba la sotana para dar misa”.

Iglesia de San Antonio Abad

Por eso, no es de extrañar que la mayoría de sus obras tengan una relación directa con lo espiritual, con la religión. Así, en ese habitáculo en la misma entrada de su actual casa de La Isla, hay un cuadro que corona la estancia, una Sagrada Cena. Una no, la Sagrada Cena según Antonio Sánchez Barrera, ya que tiene unas peculiaridades que la hacen única. Amén de la belleza pictórica de los trazo del pincel, el pasaje bíblico se representa con tan solo dos elementos encima de la mesa: el pan y el vino. “Para qué ponerle más decoración en la mesa, si eso es lo verdaderamente simbólico del momento”, sostiene Sánchez reconociendo que ha estudiado con determinación esa parte de la historia, previa a lo que se conoce como la Pasión de Cristo.

Pero la exclusividad de la obra no está solo en ese detalle, sino en el encargo. “La persona que me lo ha encargado quería que estuviera representado yo en el cuadro y también está ella”, inmortalizándose de esta forma en una obra de arte clásica. “No es descabellado pensar que los apóstoles no estuvieran solos en el lugar donde comieron”, justificando así la presencia del artista y de la mecenas.

Una mecenas que conoció en la Costa del Sol. Por diversos motivos, el artista se desplazó con su familia a tierras malagueñas y allí, como un destello que va dejando una constelación a cada paso, también ha dejado huella de su arte. Algunos carteles de diversas fiestas han sido anunciados por él, pero en concreto, uno de los casos más llamativos fue el de la Semana Santa de Málaga de 1986. El año anterior, Sánchez Barrera había presentado al concurso una imagen de la Piedad malagueña que había desaparecido durante la Guerra Civil y que un imaginero había reconstruido. Ese imaginero falleció el año de la presentación del cartel y de alguna manera sería un gran homenaje por parte del pueblo malagueño. “Pero por las cosas que pasan, no escogieron mi obra, y la agrupación de hermandades y cofradías protestó”, siendo de tal forma que al año siguiente eliminaron el concurso y “directamente utilizaron mi obra como cartel”. Una anécdota más que curiosa que no deja de ser una pincelada de la historia que encierra este pruneño afincando en San Fernando.

Espiritualidad

Cuando realiza una imagen religiosa, sabe que, de alguna forma, está creando algo más que una obra. “Es mucha la espiritualidad que se siente porque estás creando al Creador y eso después hay que transmitirlo para que a la gente le llegue”, comenta mientras mira a la cara al Cristo de la Columna, que espera su parroquia de San Antonio Abad. Una parroquia que suma obras de este artista y otras que se han quedado por terminar, como un ‘Beso de Judas’ o la propia imagen de Cristo, que “en un principio iba flagelado con dos sayones y por eso la expresión de la cara era distinta”. En definitiva, no hacer las cosas al azar, sino con un sentido y un estudio previo.

Pero no solo de imágenes religiosas vive el artista, ya que en su haber tiene bodegones, representaciones filosóficas y mitológicas (como la música, Cronos con el tiempo o las edades de la vida), donde busca ahondar en lo existencial llegando al espectador con el realismo que imprime a sus obras. A finales de los 70 ya exponía su galería de arte en Torremolinos con 26 óleos y cinco esculturas de barro, bronce y madera. Otra de las historias que cuenta es cómo tuvo que realizarle en menos de un día un retrato al natural a una de las hijas de una miembro de la nobleza belga. “Fue una locura, porque generalmente se tarda más tiempo, sin embargo estuve desde por la mañana y por la noche entregué el cuadro”, recuerda con orgullo el artista.

En la Costa del Sol ha tenido también bastante reconocimiento, realizando obras para generales y muchos extranjeros que pasaban cierto tiempo en tierras malagueñas. Así conoció a una inglesa que ha sido una de las principales valedoras de su arte, realizándole encargos de gran valor, como es el caso de la cita Sagrada Cena o de varios retratos. Tanto fue así que “estuvimos un tiempo viviendo en Londres”. Otra de las vidas del pruneño.

Desde hace unos años, decidió trasladarse al lugar donde residía su hijo y así fue cómo la sal y la luz de San Fernando le inspiró a realizar otras tantas obras, como es el caso de un retrato de Camarón con la Llave del Cante, como elemento simbólico y el puente Suazo como telón de fondo. Su intención es realizar alguna exposición en el Palacio de Congresos, algo que se ha puesto como meta y que espera poder ver algún día. Porque el arte no para y sigue cogiendo encargos a pesar de su edad, manteniendo un amor intenso por el trabajo y memoria privilegiada que le hace recordar partes de su vida. Un tesoro escondido en la Isla que, aunque de una manera accidental, ha visto como en este lugar la luz varias obras de un artista desconocido por estos lares, pero con una historia detrás gracias a su arte.   

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Luis Rossi

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