Los más grandes del flamenco, artistas, actores, toreros y futbolistas se han corrido juergas interminables entre las cuatro paredes del histórico Arco de Santiago. Reunimos a Agustín Vega, quien convirtió en mágico al bar, y a su actual propietario, Joselete de la Mayeta.

Desde Japón a Estados Unidos, cronistas de medio mundo han escrito en revistas especializadas y guías de viaje sobre un lugar único y con duende. Aquí se han partido la camisa los más grandes del flamenco; artistas, actores, toreros y futbolistas se han corrido juergas interminables entre sus cuatro paredes e incluso Lola Flores llegó a quedarse prácticamente en ropa interior tras romperse un traje en una fiesta. En la que fue calle Barreras, hoy Moraíto Chico en honor al malogrado artista nacido en el número 2 de esta vía, se encuentra uno de los bares con más solera de Jerez y uno de los templos del flamenco, el bar Arco de Santiago. Su importancia es tal que se podría decir que el barrio que lo vio nacer hace casi 35 años no se entendería en la actualidad sin él. A finales de 2015 el Arco cambió de manos. Agustín Vega, toda una institución por estos lares, pasaba el testigo, tras 30 años detrás de la barra, a José Guerra, Joselete de la Mayeta, 36 años, conocido por ser voz del grupo Musho Gitano. Ahora, lavozdelsur.es los reúne a los dos, para conocer historias, anécdotas, pasado, presente y futuro de un lugar que reconocen “con embrujo”.

La cita se concierta bien pasado el mediodía de una jornada primaveral a las puertas de la Semana Santa. En Santiago ya solo se piensa en que llegue el Miércoles Santo, cuando Prendimiento y Desamparo vuelvan a cruzar el dintel de la majestuosa iglesia gótica, reabierta hace escasos meses. Agustín Vega, nacido en la vecina calle Taxdirt hace 61 años, nos aguarda tomando una cerveza sin alcohol porque, dice, está a base de medicamentos. Una enfermedad y el cansancio acumulado le hicieron echarse a un lado y tener que cerrar el bar en 2014, que estuvo cerrado al público prácticamente un año, aunque de vez en cuando abriera para recibir a sus amigos y más allegados. “Aquí nunca hemos tenido clientes. A los que han venido y vienen siempre se les ha dado un trato familiar”.

El Arco de Santiago no nació con Vega, que lo adquiere en 1984 tras proponérselo a su antiguo propietario. Antes, Agustín había trabajado 16 años en Casa Enrique, una tienda de ropa ubicada donde actualmente se encuentra el multicentro Doña Blanca. Con la llegada de los primeros grandes almacenes, el propietario de aquella tienda decidió cerrar el negocio, dejando a 40 empleados en la calle. La necesidad de tener un trabajo y la ambición de sacar adelante el bar le hicieron dar el paso de adquirir el Arco. Y allí que llegó con prácticamente toda su familia: sus tres hermanos, una cuñada y su esposa. Enseguida el bar se pone de moda. ¿El secreto? “Porque éramos muy bonitos”.Hablamos de los primeros 80, una época en la que todavía el barrio está muy poblado y en la que aún abundan las casas de vecinos. Eso propicia que pronto forme una nutrida clientela en la que no faltan muchos de los ilustres vecinos de Santiago: Morao, Terremoto, Fernando de la Morena, Luis de la Pica, El Zambo… De éste último recuerda Agustín que “era tomarse dos copas de La Ina, hablar de cante y tocar las palmas y ya tener la fiesta montada 20 horas”. Y es que, “en cuanto a fiesta en bares, como las de aquí no se han visto otras. Yo aquí he abierto un Miércoles Santo y no me he ido hasta la mañana del Viernes Santo”. Agustín también recuerda esas semanas santas en las que el compositor Manuel Alejandro pasaba por el bar antes de su cita con el Prendimiento, acompañado de algunas de las artistas más importantes del momento, como Rafaella Carrá, Norma Duval, o Rocío Jurado.

Lo mejor, afirma Agustín, era la época en la que los móviles ni existían ni se les esperaba y, como es lógico, no había nadie que pudiera grabar un vídeo y subirlo en dos minutos a Facebook o a Youtube, pudiendo coartar al artista, algo muy típico en estos tiempos. “El que vivía una de esas fiestas, eso que se quedaba para él”. “Aquí ha venido Camarón cuatrocientas veces para aprender de Luis de la Pica, porque él sabía que Jerez es la cuna del flamenco”. Ay, si las paredes del Arco pudieran hablar. Por aquí han pasado todos los grandes artistas, toreros como Paula, Curro, Antoñete o Manzanares y futbolistas como el mítico Juanito, el recordado Aragonés o el no menos histórico ‘Tarzán’ Migueli.Pero el paso de los años fue cambiando el barrio. Las nuevas generaciones prefirieron las nuevas urbanizaciones que iban naciendo y encima, uno de sus emblemas, la iglesia, cerraba sus puertas. Eso sin contar la crisis económica que golpeó a todo Jerez o la muerte de Moraíto, otra puñalada directa al corazón de Santiago. Golpes que, aun así, no impedían que los parroquianos habituales, como Diego Carrasco, El Zambo o Fernando de la Morena, entre otros, siguieran pasando por aquí. Pero ya no era lo mismo. Agustín, con algunos problemas de salud, decide entonces echar el cierre en 2014, pero afortunadamente sería por poco tiempo.

“Yo siempre le dije que si algún día traspasaba el bar, ahí iba a estar yo para comprarlo”, afirma Joselete, orgulloso actual propietario del negocio. Su objetivo, y así se lo pidió Agustín, era mantener el ambiente que el Arco siempre ha tenido, ese que el paso de los años le confirió un halo especial. “Esto tiene mucha magia y es un lugar emblemático. Lo cogiera quien lo cogiera le iba a ir bien”, señala el joven restándose mérito. Pero Agustín tenía claro que el bar iría a parar a Joselete. Sus hijos, íntimos amigos de él, tienen trabajo estable, así que quién mejor que su “sobrino”, como así le llama. “Aquí la gente viene buscándole a él”, afirma el expropietario del Arco, dándole a Joselete su sitio.Casi dos años después de hacerse con las riendas del bar, afirma que no se puede quejar, porque además reconoce que “esto conlleva una idiosincrasia que hay que saberla vivir. Aquí hay más romanticismo que negocio y yo, desde que entré aquí por primera vez, ya me enamoré de este sitio”. De esta manera, el Arco de Santiago afronta el futuro con más fuerzas que nunca, con savia nueva que por otra parte no dejará que cambie nada de lo que ya había. Sus antiguos cuadros y fotos siguen colgados en sus paredes, la cocina sigue funcionando tan bien como antes y el ambiente sigue siendo familiar, con una mezcla de parroquianos habituales y turistas que quieren tomarse un jerez como así les recomiendan sus inseparables guías de viaje. Eso sí, lástima del carril bici, que pasa justo por la puerta del bar y que ha reducido a la mínima expresión la terraza del establecimiento. ¿Pudo tener más malaje el que lo concibió por aquí? 

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Jorge Miró

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