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Hoy en día, las jornadas de trabajo suelen ser mayores que las contratadas formalmente, los salarios han vuelto a ser de miseria, y la explotación del trabajo alcanza a todos los géneros y edades.

Si miramos hacia atrás, y nos centramos la época de la Revolución Industrial, podremos comprobar cómo, en aquel tiempo, las jornadas de trabajo eran agotadoras, los salarios eran de hambre y las condiciones laborales precarias, en ambientes nocivos e insalubres. Además, en aquel tiempo, existía la explotación del trabajo de la mujer y de los menores, y que, por aquel entonces, se llamaban “medias fuerzas”. Y ya, en aquella época, existían lo que se dio en llamar “ejércitos de reserva”, de mano de obra claro, fruto de la introducción de las máquinas en los procesos de producción, origen central de la denominada revolución industrial. Y no sé si, cosas como estas, les suenan, no como ejemplos de un pasado remoto, sino como experiencia presente y cercana.

El deplorable estado y condición de las clases trabajadoras, resultante de la industrialización capitalista, dio lugar a lo que se llamaba, eufemísticamente, la cuestión social. Y tanta importancia tuvo está denominada cuestión social, que dio origen al nacimiento de una nueva rama del derecho, el derecho del trabajo.

Hago esta referencia histórica, porque no sé a ustedes, pero a mí, algunas de las características el mundo del trabajo de aquel tiempo, les recuerda a la situación que vivimos en la actualidad, con la revolución liberal impuesta por las grandes corporaciones multinacionales.

Hoy en día, las jornadas de trabajo suelen ser mayores que las contratadas formalmente, los salarios han vuelto a ser de miseria, y la explotación del trabajo alcanza a todos los géneros y edades

Hoy en día, las jornadas de trabajo suelen ser mayores que las contratadas formalmente, los salarios han vuelto a ser de miseria, y la explotación del trabajo alcanza a todos los géneros y edades, hasta el punto que nuestra indefinible patronal proponga hacer becarios a los mayores de cincuenta años. Esta es, sin duda, la consecuencia de la ofensiva ultraliberal.

En este ámbito, volvemos a referirnos al desarrollo de la primera revolución industrial, se hizo imprescindible la intervención del Estado como mediador, en la cuestión social, y moderador de las relaciones entre empresarios y trabajadores, habida cuenta que con el modelo inicial, y al amparo de las leyes del mercado, se puso de manifiesto que no había igualdad entre las partes, de manera efectiva, y que lo desequilibrios eran tan alarmantes, incluso para el mantenimiento del propio sistema. Los movimientos revolucionarios de occidente ayudaron en buena medida a la adopción de medidas protectoras de las clases trabajadoras. Los primeros seguros de protección, auspiciados por Bismarck, son buena prueba de ello.

Sin embargo, qué tenemos hoy. Una derecha que quiere reducir el papel del Estado, reduciendo también, y sobre todo, su papel moderador (la reforma laboral del PP de 2012, es un claro ejemplo). Ejércitos de reserva, salarios de miseria y jornadas exageradas, precariedad y empleos de baja calidad. Esta es su propuesta. Este es nuestro presente.

Nos habían convencido, no a todos claro está, que ya no existían las ideologías, que eran cosas del pasado. Y sin embargo, a poco que hagamos un esfuerzo, podemos comprobar que han mantenido la suya, con una intención clara de volver al pasado. La deconstrucción, muy a la baja, del estado del bienestar, implantado tras la segunda guerra mundial, prueba el rumbo dictado por los neocon. Y todos nosotros tendremos la ocasión de decidir. Las circunstancias, y los pensionistas y las mujeres, han impuesto la problemática social en la agenda política. La cuestión social está más vigente que nunca, y ahora se llama defensa del estado del bienestar.

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Antonio Junquera

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