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Le venció la enfermedad, pero no se dio por vencido nunca.

“Todo será diferente”, cantaba Manolo Tena en su último disco, de 2015, “cuando no rimen el amor y la muerte”. Y es cierto: suelen rimar en este mundo esas dos cosas. No por un golpe fonético, sino por ese malentendido, como un acorde equivocado, que nos hace confundir tantas veces el amor –eso que suelen llamar amor– con la (auto)destrucción. Cuando es exactamente lo contrario.

“Él no se quiere y va cayendo en el hoyo”, decía, meridiano, el músico Antonio García de Diego en la entrega que la serie Imprescindibles, de La 2 de TVE, le dedicó hace apenas unos meses, bajo el título Un extraño en el paraíso y con producción de su hermano, Rafa Tena. Pero el cantante todavía se presentaba en esas imágenes, a sus 64 años, como un púgil vapuleado y digno; reventado a hostias por la vida pero capaz de mantener la compostura en el epicentro del ring.

Un ring que bien podría ser la plaza del Dos de Mayo, en Malasaña: Manolo Tena sosteniéndose aún entre las últimas sombras y los últimos supervivientes de la noche en ruinas de la Movida, con los fantasmas de sus compadres Antonio Flores y Antonio Vega y Enrique Urquijo dormitando algunos portales más allá, algunas noches de ventaja más allá.

Esa palabra, superviviente, es la que él mismo utilizaba, y la que más ha utilizado la prensa estos días para referirse al compositor, derrotado finalmente por un cáncer y no (aunque quién puede saberlo) por el impulso ciego que durante décadas le llamaba desde la acera en sombra de su vida. Sobrevivir es también el mantra que llevaba tatuado en su antebrazo, en caracteres japoneses. Era lo único a que podía aspirar, que creía poder aspirar, con casi cuarenta años de adicciones derrapando por sus arterias. Pero quería vivir, al cabo, se empeñó en vivir, y consiguió prolongar la noche en un puñado de días más al sol.

Sería ya en 1992, tras cuatro años en solitario, cuando diera el verdadero petardazo, con una canción compuesta inicialmente para otros que acabó cantando él, sin más remedio

Nació como José Manuel Tena Tena en Benquerencia de la Serena, provincia de Badajoz, en diciembre de 1951. Sus padres emigraron pronto a Lavapiés, donde creció, leyó poesía y empezó a toquetear el bajo por su cuenta. En 1977 ya tenía su primer grupo, Cucharada, concebido en parte como la única vía posible para poder decir lo que le diera la gana: “Me salvó de ir a la cárcel o al manicomio”, contaba a TVE. “Lo que podía hacer en el escenario no podía hacerlo en ninguna parte. Yo salía con un embudo en la cabeza. Defendía lo que prohibía la ley; a los amigos que ejercían la prostitución para poder comer. Teníamos vocación de presidiarios por el hecho de ser distintos”. “Tenía un descaro como nadie aquí”, según Rosendo.

La movida madrileña, o esa hoguera de San Juan de varios años –no tantos como suele creerse– en que media España asegura ahora haber estado, prendiendo fuego a los hábitos tras cuarenta años de clausura. Cucharada sería, efectivamente, uno de los elementos más incendiarios de aquel tiempo, con performances que hacen palidecer en comparación a ciertos números de pelos de colores: “Demasiado heavies para los modernos”, decía Tena, “demasiado modernos para los heavies”.

Pero sus primeros éxitos, modestos en cualquier caso, se debieron ya a su siguiente grupo, Alarma!!!, en que el rock averiado de garaje, producto típico de la Movida, toma ribetes de fusión con el reggae y el punk anglosajón. De esa época es Frío (1985), considerada hoy como uno de los dos o tres verdaderos emblemas de la época: “Grito los nombres pero nadie responde; / perdí el camino de vuelta al hogar. / Sé que estoy yendo pero no sé hacia dónde. / Busco el principio y sólo encuentro el final”.

Sería ya en 1992, tras cuatro años en solitario, cuando diera el verdadero petardazo, con una canción compuesta inicialmente para otros que acabó cantando él, sin más remedio. Una canción (Sangre española) que olía a cantina del sur de madrugada y que apestaba a éxito de lejos. Llegó a vender cerca de 800.000 copias del disco. Aquel verano llenó Las Ventas y lloró en los camerinos, acordándose de las noches que había costado llegar hasta esa noche exacta.

Conductores suicidas

Estar ardiendo y sentir frío. Como estar enamorado y que no te mire. Como no poder prescindir de algo que sabes que te destruye lentamente: “La adicción [a las drogas] es obsesiva, compulsiva; te hace consumir aunque tú veas que te estás matando, que no debes seguir, que no quieres seguir. Pero es una enfermedad”. Una enfermedad que “manda, habla y decide por ti. Tan rara que no te mata: quiere que te mates tú”, decía ante la cámara.

Precisamente en aquel 1992 en que Tena lograba su mayor éxito comercial hasta la fecha, Joaquín Sabina hacía lo propio con el álbum Física y Química; trabajo redondo que incluía un corte llamado Conductores suicidas: “No voy a negarte que has marcado estilo, / que has patentado un modo de andar, / sin despeinarte, por el agudísimo filo / de la navaja de esta ‘espídica’ ciudad…”, comienza ese retrato, o espejo deforme de cierto arquetipo de esos años. Y sin embargo: “¿Cómo te has dejado llevar a un callejón sin salida, / tú, / el mejor dotado de los conductores suicidas…?”.

Durante años se rumoreó que estaba inspirado en Tena. Y Sabina acabó confirmándoselo a Javier Menéndez Flores en su larga entrevista-libro En carne viva (2006): “Es un homenaje, sí. Krahe no opina así. Él cree que la escribí para mí. Pero yo tenía a Manolo Tena en la cabeza. (Otra cosa es que siempre acabes escribiendo de ti)”.

Sabina y Tena serían “enemigos íntimos” durante casi un decenio, por un quítame allá esos versos (Sabina a Tena, para una canción llamada Pisa el acelerador) o por un quítame allá esa novia (Tena a Sabina, aunque éste y la mujer en cuestión estaban ya “en los estertores de la agonía” de la relación). A pesar de no hablarse, pero de no hablar mal nunca el uno del otro en público, Sabina, que ya había apoyado la publicación del primer disco en solitario de Tena con el sello Elígeme, en 1988, escribiría las hojas promocionales de Sangre española.

Meses después se encontraron en los bajos de un antro, al filo ya del amanecer, y nada más verse se abrazaron. Y Tena le dijo: “¿Sabes? Esto es una malísima inversión, porque ya no hay enemigos de tu estatura”.

Se entendían muy bien, contaba Sabina, porque ambos amaban a Vallejo, al poeta peruano César Vallejo. “[Tena] era más maldito que yo, a pesar de que él es Dorian Gray. Porque es alucinante que, habiendo pasado por todo lo que ha pasado, comparas su cara con la de Antonio Vega o la de Enrique Urquijo en los últimos años y no hay color”.

‘Hasta el horizonte’

“Quiero escribir, pero me sale espuma”, escribía César Vallejo; “quiero decir muchísimo y me atollo”. “Vámonos! Vámonos! Estoy herido; / vámonos a beber lo ya bebido, / vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva”.

“Quiero ser mar, sólo consigo espuma; / quiero avanzar, sólo consigo espuma”, martilleaba Manolo Tena. “Quiero que nunca se acabe la noche, / seguir la música hasta el horizonte; / quiero beber y no olvidar…”.

Pero es frecuente que haya lagunas, sí, a la mañana siguiente de la noche que parecía nunca iba a acabarse. Esa impotencia rabiosa que cantaba Tena, con su voz de callejón, parece resumir bien los años que siguieron a Sangre española: queriendo, quizás, que no acabara la noche, pero levantándose aterido otra vez al mediodía; prometiéndose de día, quizás, no volver a escuchar la voz de la enfermedad que le quería ver morir (“no te mata: quiere que te mates tú”), pero viéndose otra vez ahogado de espuma al anochecer.


No dejarán de tener razón quienes han dicho estos días (Isabel Gemio, por ejemplo) que a Manolo Tena se le ha tratado mal en España durante años: Manolo Tena era un artista, en fin, y España es España. Y es conocido que, por unas u otras razones, no llegó a disfrutar económicamente de su éxito de los 90 tanto como otros elementos que suelen acompañar al músico en el tinglado. Pero él mismo reconoció a Efe, durante la presentación de su último trabajo, que “no cuidó” a su público.

Y cómo iba a cuidar a su público, si ya bastante haría con invertir toda la energía posible en no volver a caer, y en volver a levantarse tras la última caída. Con todo, y aun pasando más de una noche en el infierno, Tena consiguió volver con regularidad al estudio para grabar discos de variable factura, hasta que, tras sus Nuevas canciones (2008), pareció que el silencio era ya irreversible.

No lo fue. Quien no está ocupado en vivir está ocupado en morir, dejó dicho Dylan. Manolo Tena tuvo tiempo de aprender a fuego esa lección. Reapareció en el otoño de 2015 con un disco hermoso, versátil, salpicado por las heridas de su vida pero sin resquicio alguno para la autocompasión (más bien para la autoparodia), seguramente el mejor acabado de su carrera, que se tituló Casualidades, aunque iba a llamarse –ay– La vida por delante. Estaba pletórico, “en su mejor momento”, con esas canciones que viraban del rock de ley (La princesa azul) a la guajira caliente que tan bien se contoneaba con el humo de su voz (La Verdad).

“Ahora disfruto cada suspiro”, decía a Efe. A Rosa Villacastín le contaba por esas mismas fechas que había dedicado esos años a escribir, pero “sobre todo” a “repasar los errores que pueda haber cometido, para no repetirlos”. Que en algún momento la gente dejó de encargarle canciones (han cantado canciones suyas desde Ana Belén a Ricky Martin), pero que agradecía mucho que chavales de 20 años le parasen por el Retiro, y le llamaran “maestro”. Que ya sólo bebía “agua y aire puro”. Y que ya no creía que la muerte fuera el final, porque la energía sólo se transforma y seguro que habrá “otros mundos por descubrir”. 

En Un extraño en el paraíso decía, refiriéndose a sus amigos muertos de los años bárbaros de la movida: “No necesitaron ser números uno para ser ganadores y llegar al corazón de la gente”. “El intento fundamental” a la hora de escribir canciones, para él, “es comunicar. Y si puedes, aportar consuelo”. Cuántas noches dedicaría este hombre a buscar y a aportar consuelo, siguiendo la música hasta el horizonte del amanecer mientras su verdadero retrato ardía por dentro. De frío.

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Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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