Cómo será de flagrante la cosa que hasta El País se ha quejado. No hay ningún plan de Estado, ni de Gobierno (en funciones ahora, pero no el año pasado, que es cuando tenían que haber empezado a pensarlo), para celebrar el cuarto centenario de la muerte de Cervantes. Que viene a ser el tótem de la literatura española. Como Shakespeare es el de la inglesa. Y los ingleses sí están en ello.
En 2005, cuando celebramos los 400 años de la publicación del Quijote, es decir, de la primera parte, la cosa fue bien distinta. De hecho, se habló del tema, para perplejidad de muchos, desde el minuto cero, desde la investidura de Zapatero, en 2004. Es que la cultura se consideraba una cuestión estratégica. La política entonces fue considerar abierta la fiesta, de manera que el y la que tuvieran ideas concurrirían a las instituciones públicas que valorarían los proyectos. Y a las privadas, que no se hicieron ascos a los sponsors. Y muchos organizaban el baile por su cuenta. Concurrieron (concurrimos) por miles. Quizá fue hasta mucho: había algún momento en que no podíamos más del Quijote, debo decir. Pero hubo congresos y exposiciones desde muy diversas perspectivas, y también, hay que decirlo en justicia, desde muy distintas orientaciones ideológicas.
Fueron muchos centenares los especialistas (en un sentido amplio, pero también estricto) de todo el mundo que pasaron por aulas y salas de conferencias españolas, y muchos los españoles que cruzaron a universidades e instituciones culturales extranjeras. El Instituto Cervantes, los institutos Cervantes de todo el mundo, en plena expansión, fueron parte de esta política de cruce y conocimiento mutuo. Y se implicaron muchos sectores del pensamiento, no sólo los hispanistas y los escritores: desde la lectura feminista del Quijote en clave de mujeres, a los estudios sociológicos, historiográficos –que dieron un importante avance- o psicológicos, pasando por los propiamente textuales, lingüísticos y filosóficos. O por los médicos y geográficos y etnográficos y folclóricos. Y la indumentaria, y las armas, y la técnica… Miles de artículos aparecieron en los medios, y no exagero. Y libros, un montón. El Libro se abrió, con sus mil lecturas posibles, y florecieron mil flores.
Bueno: ni la segunda parte del Quijote (centenario, el año pasado) ni la aparición del “falso Quijote”, el de Avellaneda, un poco antes –y hay quien pensaba que también éste era obra de Cervantes en un particular uso del humor: por ejemplo, el pintor Anton Winkelhofer, buen lector y magnífico ilustrador de “los tres Quijotes”, que decía él, y a mí casi que me convencía-, ninguna de estas dos fechas han merecido la atención del Gobierno ahora en funciones. Y hay que decir: ni nada. Ningún emblema cultural que echarnos a la boca, en estos cuatro (mil) años que llevan mandando. “Marca España”. Manda imaginación. Mejor: manda ideología.
El papel de las celebraciones con carácter de Estado está muy estudiado, y yo creo que han probado su eficacia, y que no se inventaron aquí. Un ejemplo de cómo pueden cambiar una ciudad y un país es el bicentenario de la Revolución Francesa, y, obviamente, la modernización de París (¡y no sólo su red hostelera!). En España, el Cervantes 2005, y mucho antes, el quinto centenario de lo de América, son buenos ejemplos. Aparte de lo que tengan de operaciones de marketing, que lo tienen –y no estoy yo en contra del marketing-, su apertura y su consideración de bien público es directamente dinamizador. No sólo económico, ni sólo de infraestructuras: también de ideas. De formas. De textos. No descubro América si digo que lo colectivo, la aceptación y el apoyo colectivo, y no digamos si hay estructuras que lo soporten activamente, fomentan y ponen en marcha la creación. No sólo como caldo de cultivo, que también. Es que son generadores. Y, como consecuencia, crean nuevas tramas de pertenencia, nuevos lazos, que, de manera muchas veces poco conscientes, amalgaman, unen, hacen reconocerse a la gente como más cercana, más implicada en la manera de ser (en la cultura, vaya) de un país. Que no lo olvidemos: no sólo es un tema de pasado. Es, básicamente, un tema de futuro. Y el futuro está por escribir. Por ustedes vosotros.
Se me dirá que estos grandes proyectos culturales (grandes expresos europeos, iba a decir) pueden caer en el “dirigismo cultural”, en el amiguismo. En la censura ideológica, por decirlo de una vez. Claro. Depende de quién los gestione. Depende de la política que los gestione. La derecha se ha caracterizado por gastarse el (exiguo) presupuesto casi exclusivamente en “los suyos”, que son lamentablemente (para ellos) pocos. A más habrán tocado. Abrir los temas y las instituciones a un proyecto, no único, pero sí privilegiado, significa potenciar y amplificar el trabajo de muchos y muchas. Individuos y colectivos. Personas e instituciones.
Y cuál es el secreto para lo del dirigismo, que está dando la coartada a los liberales para eliminar instituciones culturales allí donde pueden: pues saber que, como decía el lema no secreto, pero sí discreto, del Círculo de Bellas Artes de Madrid en un momento glorioso: “El que paga no manda”. Y eso es posible. Se ha hecho, y se volverá a hacer. Porque es la única posibilidad de pluralidad, de libertad.
Ahora suena un poco a chiste esto de la pluralidad, con todo lo que ha llovido en los últimos tiempos. Además, ahora estamos en precario, gubernativamente hablando. A lo mejor, cuando aparezca esta columna, ya tenemos a quién preguntar y a quién exigir una convocatoria, un gesto y una celebración. A mí no me gusta celebrar los aniversarios mortuorios, pero el 23 de abril, que es el Día del Libro, viene a ser el de la muerte de Cervantes, a lo mejor por aquello de que fue el día que entró en la inmortalidad, y él sí. Al autor del Quijote, y a Shakespeare, se les celebra el mismo día y el mismo año, y por el mismo paso. Cuatrocientos de inmortales. Los ingleses ya tienen marchando su año. A ver qué pasa con el nuestro. Digo yo. Porque de momento, y con los que siguen en funciones, a Cervantes, mayormente, que le zurzan.
Por mucho que hayan revuelto sus huesos, aquí al lado, en las Trinitarias, y hasta tengan su ADN. El ADN de los escritores está en su literatura. Y esa está hecha para leerla. Y celebrarla.
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