La esperanza, el motor de una autoescuela familiar que acelera con “espíritu joven” en El Puerto

Los hermanos Pablo y Raúl López dan el relevo a su padre y toman las riendas del centro de formación vial Pandora que sigue preparando a generaciones de conductores adaptándose a los cambios y a la pandemia

Domingo López junto a sus hijos Raúl y Pablo en el aula de la autoescuela Pandora en El Puerto.
Domingo López junto a sus hijos Raúl y Pablo en el aula de la autoescuela Pandora en El Puerto. MANU GARCÍA

Cumplir la mayoría de edad y sacarse el carné de conducir van de la mano. Desde hace tiempo, coger un volante se convierte en el sueño de la mayoría de los jóvenes con 18 años recién cumplidos.  Es momento de pisar por primera vez la autoescuela, esos centros de formación que se esmeran en guiar a los futuros conductores.

En El Puerto hay una de esas que se han colado en el imaginario colectivo: la autoescuela Pandora. Un centro mítico que cumple una década repartiendo “eles” a quienes la consiguen con esfuerzo. Una señal en la calle Rodrigo de Bastidas indica el local que Domingo López Saborido, nacido en Cádiz, logró levantar en 2012 tras una serie de contratiempos.

En 2008 intentó sacar adelante su propio negocio junto a un socio. “Pero no hubo el feeling que debería y no funcionó”. Llegó la crisis económica y estalló la tormenta. Domingo había trabajado durante muchos años en empresas de seguridad, un puesto que no le llenaba, por eso, decidió tomar otro rumbo y se lanzó a la aventura.

“Me planteé sacarme el título de profesor de autoescuela y crear una empresa, sin dejar mi antigua actividad”, explica. Sin embargo, el exceso de trabajo hizo mella y se convirtió en un proyecto frustrado que terminó viendo la luz cuatro años después.

Domingo durante la entrevista con lavozdelsur.es.
Domingo durante la entrevista con lavozdelsur.es.  MANU GARCÍA

“Mi objetivo principal era buscar un trabajo que sí me gustaba”, confiesa. A Domingo le encantaba el trato con el alumnado y el vínculo que se creaba tras horas de confesiones en el coche. Nada que ver con su ocupación anterior, que desarrollaba en una oficina con un ordenador.

El profesor no se rindió, lo volvió a intentar, y esta vez, fue la vencida. El que la sigue la consigue. Domingo comenzaba de nuevo con la misma ilusión y con una palabra grabada en la mente que fue el motor de su despegue: la esperanza. Esa que nunca perdió pese a las desavenencias.

A la hora de elegir el nombre del negocio, se le vino a la cabeza el mito de la caja de Pandora y no lo pensó dos veces. Como Pandora -guardiana de un cofre que abrió pese a tenerlo prohibido-, lo único que encontró cuando todos los males del mundo se escaparon del recipiente fue la esperanza. “Este símil lo traslado a mi empresa porque cuando la abrí vi lo mismo que ella vio en la caja”, comenta.

Después, descubrió que “la autoescuela no se podía llamar de otra forma” porque la palabra escondía “un cúmulo de casualidades”. “Pa” son las iniciales de Pablo, su hijo mayor, “Do”, las suyas, “Ra”, las de su hijo Raúl y “n” del negocio que echó a andar en el barrio donde residen.

Los hermanos López continúan con el negocio familiar.
Los hermanos López continúan con el negocio familiar. MANU GARCÍA

Los primeros clientes fueron los vecinos de la zona, pero, con el tiempo, la voz se corrió y su servicio atrajo a residentes más alejados. “Ha venido gente del poblado naval, de Valdelagrana y de Urbaluz, tenían otras cercanas y elegían esta, eso es una satisfacción”, comenta Domingo que, a lo largo de los años, se ha tenido que amoldar a los cambios en el reglamento y en el examen.

Antes, las cuestiones sobre mecánica solo aparecían en el teórico y ahora, el examinador puede preguntar dónde está el líquido de freno. También era común practicar los tests en papel, medio que solo queda para el examen. Según cuenta a lavozdelsur.es, “en Cádiz somos los últimos de la fila, ya hay provincias en las que se hacen por ordenador”.

“Ha venido gente del poblado naval, de Valdelagrana y de Urbaluz”

Es la única prueba que todavía no se ha subido al carro de las nuevas tecnologías, ese cambio que el gaditano notó desde que es posible responder preguntas desde el móvil a través de internet. Domingo también se ha encontrado con las inquietudes, las preocupaciones y los temores de todo tipo de alumnos. Desde los que “han conducido, pero no circulado” hasta los que “se creen Fernando Alonso y cuestionan las cosas”.

Entre anécdotas, él ha sido testigo de cómo los vehículos son completamente distintos -con sistemas de seguridad impensables antaño- y cómo también lo son los alumnos que se montan en ellos. “El perfil está entre 18 y 25 años, antes venía gente de 50 que en su juventud no había tenido la oportunidad, los chavales de ahora tienen otro nivel cultural”, dice sentado frente a una mampara.

La autoescuela cumple diez años en El Puerto.
La autoescuela cumple diez años en El Puerto. MANU GARCÍA

Por encima de todo, su lema es “no engañar al personal, no sacarle pasta y no dar más clases de las que corresponden”. Domingo tiene claro que los alumnos “son jóvenes, pero no tontos”. Además, en sus clases siempre ha buscado transmitir la importancia de trasladar la educación a la circulación vial. La llave que, según relata, permitió al conductor más longevo de España no tener ningún accidente.

“Si todos tuviésemos ese respeto por la norma, habría muchos menos conflictos”, suspira el profesor que una vez instó a un alumno recién suspendido a bajar del coche porque “empezó a delatar y a poner nervioso al resto de compañeros”.

Domingo ha estado presente en muchísimos exámenes teóricos y prácticos. Ha visto con sus ojos las alegrías y las penas, la ansiedad y la desesperación, y “el tira y afloja” que se produce cuando el criterio de la persona examinadora choca con el del docente.

“Si todos respetásemos la norma, habría menos conflictos”

“El profesor sabe si el alumno está preparado o no, y muchas veces eso no se tiene en cuenta. No se puede descatalogar o mandar a una persona a la circulación por cuestión de suerte, si no por conocimientos y habilidades”, señala sentado en la entrada de la autoescuela donde le acompañan sus hijos Pablo y Raúl López.

Ellos escuchan con atención las palabras de su padre, que en 2019 puso fin a su etapa laboral. A partir de ese momento, Pablo, a sus 28 años, cogió el volante y pisó el acelerador con su hermano, de 21, en el asiento del copiloto. “Para mí era una ilusión que ellos siguieran”, dice.

Detalle del ratón de los ordenadores en la clase.
Detalle del ratón de los ordenadores en la clase. MANU GARCÍA

Con la llegada de los hermanos, la autoescuela adoptó un “espíritu más joven” e implantó las redes sociales como novedad. Le dieron una vuelta de tuerca al sueño que su padre había hecho realidad. “Empecé a cogerle el gustillo, a ver el buen rollo que hay y me gustó”, dice Pablo, que, con un módulo de mecánica bajo el brazo, descubrió que “el trato con los alumnos me llena mucho más”.

“Para mí era una ilusión que ellos siguieran”

El joven autónomo se reparte las tareas con Raúl, que, cuando finalizó un módulo de informática se involucró en el negocio familiar. Actualmente, ambos están preparándose para conseguir el título de profesor de formación vial. “Sobre todo hay que tener paciencia y saber entender a los alumnos”, comenta el hermano menor.

Todo iba sobre ruedas hasta que la pandemia hizo de las suyas y desató la incertidumbre. Los jóvenes no tuvieron más remedio que adaptarse y seguir remando. “Fue un cambio muy drástico. Toda la documentación la hacíamos en papel y, de buenas a primeras, todo se informatizó”, recuerda Pablo que, recién llegado, se dio de bruces con el colapso generado a la hora de ir al examen.

La familia con las eles en la entrada de la autoescuela.
La familia con las eles en la entrada de la autoescuela. MANU GARCÍA

“Fue una época dura, había trabajo para subsistir, pero Tráfico no nos proporcionaba los exámenes que nos hacían falta. En lugar de mandar a diez alumnos, iban tres. Además, muchos aprovecharon que la universidad era online para venir”, explica el portuense. Más demanda para un servicio que la DGT daba a cuentagotas.

“Tráfico no nos proporcionaba los exámenes que nos hacían falta”

A este problema se unió la batería de medidas sanitarias que introdujeron en las clases prácticas y teóricas. Según detalla Pablo, utilizaron mamparas y forros hasta que la incidencia bajó. “A cada alumno le dábamos un plástico con una funda para el asiento y unos guantes. Cada vez que se cambiaba de persona, se metía su forro con su nombre en el maletero”.

El aforo del aula se redujo y los profesores tuvieron que dar más clases para atender a los futuros noveles, mientras que algunos dejaban de ir por contagio. Aunque ha sido “complicado”, los hermanos sortean los baches y, con la simpatía que les caracteriza, continúan haciendo sentir cómodos a los miles de portuenses que confían en ellos. Generaciones que siguen pisando embrague y metiendo primera.

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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