Es de la generación del baby boom, aquellos nacidos en los años 60 al calor del desarrollismo del tardofranquismo. Ahora les toca jubilarse y ya hay muchas voces que hablan de que pueden aportar aún mucho. Entre ellos, Manuel Pimentel, exministro de Trabajo y fundador de la editorial Almuzara.
Precisamente en Córdoba compartió piso con él mientras estudiaba Ingeniería Agrónoma con Rafael Jiménez Cantero (Brenes, 11 de septiembre de 1960). “Manolo es un coco”, recuerda con media sonrisa. “Ya lo demostraba cuando íbamos juntos a clase en la facultad”. Y como él, Jiménez Cantero sigue en activo, convencido de que el trabajo, lejos de agotarlo, le proporciona energía. “Es mi pasión, mi hobby y mi dedicación diaria desde hace muchos años”, asegura.
Propietario y gerente de Ingeniería y Servicios Agrarios Hispalense (ISH), una empresa con más de 25 años de experiencia en el sector agrario, Rafael recibió en 2006 un premio a su trayectoria profesional concedido por la Diputación de Sevilla con motivo del Día de Andalucía. Le encanta su trabajo y, aunque cumple 65 años, no piensa en jubilarse. Lo que le hace único en el panorama agrario andaluz es su altísima especialización en centrales hortofrutícolas: domina desde el primer plano hasta la última cámara frigorífica o el más sofisticado robot mecánico. Como él mismo reconoce, disfruta coordinando un proyecto completo, desde la colocación de la primera viga hasta el arranque de la maquinaria final. En su campo, no hay muchos como él.
Amante del buen comer y de la música rock —en su biblioteca musical no faltan Pink Floyd, U2 o The Beatles—, Rafael representa una estirpe de profesionales que ven en el oficio algo más que un medio de vida: un propósito. Ha dedicado más de 25 años a transformar el paisaje agroindustrial andaluz, sobre todo en la Vega del Guadalquivir, con una visión moderna y técnica, alejada de la tradición inercial de la ingeniería rural.
Una decisión a contracorriente
Corría 1996 cuando Rafael decidió dejar atrás un empleo estable en una multinacional dedicada a los productos fitosanitarios. Había trabajado allí durante siete años y, aunque la experiencia fue formativa, no terminaba de encajar con su carácter emprendedor. Por las tardes y fines de semana, empezó a aceptar encargos de proyectos pequeños por su cuenta. Lo hacía con rigor, sin estridencias, pero con una voluntad firme: dar un giro a la manera de entender la ingeniería agrícola en su entorno más inmediato.

Así nació ISH SL, con sede en Brenes, su pueblo natal. El objetivo era claro: ofrecer un servicio técnico distinto, independiente, eficaz y pragmático, adaptado a una agricultura que pedía a gritos tecnificación y soluciones reales. “La empresa surge con la idea de dar un vuelco a la ingeniería tradicional de la zona y apostar por la innovación”, explica. Aunque él evita grandes palabras, basta repasar su trayectoria para comprobar que no ha hecho otra cosa.
El campo, desde dentro
Su vínculo con el mundo hortofrutícola no fue casual. Agricultor de vocación y socio fundador de SAT Brenes Fruit, más tarde se implicó directamente como secretario en SAT Cítricos Andaluces, una de las principales cooperativas del sector. Conoce cada etapa del proceso productivo: desde la cosecha hasta la expedición. Esa experiencia, dice, le permitió afrontar su primera gran obra con garantías: el diseño e instalación de las actuales instalaciones de Citran SAT, inauguradas en 2001. A partir de ahí, su especialización en industrias hortofrutícolas fue cuestión de tiempo. En su currículo figuran algunas de las plantas agroindustriales más emblemáticas de la provincia de Sevilla. La experiencia fue tan satisfactoria que su nombre comenzó a sonar con fuerza en el sector.
Luego vendrían dos de los hitos de su carrera: Surfruit, en Los Rosales, una instalación de 33.000 metros cuadrados que le otorgó total libertad de ejecución; y Huerta Campo Rico, en Burguillos, una industria que apostó desde el principio por la I+D. “Allí me dieron libertad absoluta, hasta para elegir el emplazamiento”, recuerda. Diseñó la planta desde cero y hoy sigue supervisando proyectos de mejora, lo que habla no solo de confianza, sino de continuidad. Solo ha dejado de intervenir en una de estas industrias, Surfruit, tras su extinción. Las demás siguen contando con él, lo cual da una idea del impacto duradero de su trabajo.
Un sector en alerta
Pero no es ajeno a las necesidades imperiosas del campo andaluz. El diagnóstico que Rafael hace no es halagüeño. Le preocupa, sobre todo, la falta de relevo generacional. “El sector lo veo sin muchas oportunidades para los jóvenes”, afirma con contundencia. Los costes de producción son altísimos y las nuevas generaciones apenas encuentran incentivos para quedarse, a pesar del paro casi inexistente entre ingenieros agrónomos. A eso se suma la entrada de grupos inversores en industrias y cooperativas que, según él, priorizan la rentabilidad por encima del conocimiento real del terreno. “No sabemos todavía cómo va a influir esto en la agricultura”, advierte.
Su crítica no es alarmista, sino técnica. Observa con inquietud cómo algunas decisiones estratégicas están siendo tomadas desde despachos ajenos al surco. Y eso, dice, puede tener consecuencias profundas a medio plazo.
Ingenieros, sí, pero bien formados
La conversación deriva hacia la situación de su propio gremio. ¿Qué le falta a Andalucía para consolidarse como referente internacional en ingeniería agrónoma? Para Rafael, el problema no está tanto en la calidad profesional como en la falta de especialización. “En Andalucía somos de los mejores en el campo, en el asesoramiento técnico y fitosanitario. Pero en la rama más técnica, en los proyectos industriales, faltan jóvenes con oportunidades reales”, lamenta.

Insiste en la necesidad de apostar por una formación más enfocada a las necesidades reales del sector: diseño de plantas, automatización o eficiencia energética. Y al mismo tiempo, pide a las instituciones públicas que impulsen políticas que conecten a los nuevos ingenieros con empresas que los necesiten. Lo de siempre: conectar a la Universidad con el mundo real.
Nuevos proyectos, nuevas pasiones
A pocos meses de cumplir 65 años, Rafael no se plantea colgar los planos. Al contrario, sigue inmerso en nuevos retos. Entre ellos, una modificación clave en PRODUCE SA, en San José de la Rinconada; una ampliación en Citran; y, como novedad, su implicación en un proyecto completamente diferente: una industria ubicada en Málaga dedicada a la fabricación de robots submarinos para limpiar los cascos de grandes barcos. Una aventura tecnológica que lo ha entusiasmado. “Es muy distinto a lo que he hecho hasta ahora, pero me atrae la innovación”, confiesa.
Este proyecto, pionero en España, busca desarrollar un robot subacuático capaz de adherirse al casco de los buques y eliminar las incrustaciones marinas que afectan al rendimiento y consumo de combustible. Equipado con cepillos rotatorios y un sistema de succión, el robot recoge los residuos y los filtra, devolviendo el agua limpia al mar, lo que contribuye a la sostenibilidad medioambiental. Además, su diseño permite operar sin necesidad de buzos, aumentando la seguridad y reduciendo los costes operativos.

Cuando su hija Gema Jiménez, también ingeniera agrónoma y sucesora natural al frente de la empresa, se enteró de que iba a asumir este nuevo encargo tan lejos de casa, no dudó en advertirle: “Papá, eso es una locura estando tan lejos”. Pero Rafael, fiel a su estilo, le respondió sin titubear: “No me puedo quedar quieto. Yo no puedo quedarme viendo series de Netflix en el sofá”. La frase resume su personalidad mejor que cualquier currículum: compromiso, pasión y una energía que desborda la edad cronológica. Su experiencia en el diseño y ejecución de proyectos industriales ha sido clave para el desarrollo de este robot, que promete revolucionar el mantenimiento de embarcaciones y posicionar a Andalucía como referente en tecnología marina.
Nuevos proyectos, nuevas pasiones
La jubilación activa no es una posibilidad para él: es un hecho. Cuando llegue el momento —y está a la vuelta de la esquina—, piensa seguir como hasta ahora. “Me encuentro bien y con ganas”, repite, casi como un mantra. Para él, no hay otra forma de vivir. Su mensaje a los jóvenes que quieran dedicarse a la ingeniería agrónoma o al sector agrícola es claro: esfuerzo, paciencia y curiosidad. “Que al principio no miren ni el reloj ni el salario. Que intenten aprender todo lo que puedan, que sean valientes y tengan inquietudes. Y sobre todo, que busquen realmente lo que les gusta”.
Hoy, Ingeniería y Servicios Agrarios Hispalenses S.L. cuenta con unas oficinas de 180 metros cuadrados en Brenes y un equipo de profesionales que combina juventud y experiencia. Además, la empresa gestiona varias fincas agrícolas en Cantillana, centradas en el cultivo de cítricos, caquis y frutales de hueso. Su legado no es solo técnico, sino humano: una forma de entender el trabajo como compromiso y la ingeniería como una herramienta para mejorar la vida rural.
Rafael Jiménez Cantero no habla de sí mismo en términos grandilocuentes. Pero basta oírlo y oír lo que gente tan relevante como Manuel Pimentel dicen de él, para comprender que está hecho de esa madera que construye silenciosamente las infraestructuras de una región clave en España. No busca reconocimiento, ni parece necesitarlo. Prefiere hablar de proyectos, de campo, de soluciones. Escuchando Another brick in the wall mientras diseña planos que acabarán en un plóter a pleno rendimiento. Y por eso mismo, porque no hace ruido, su trabajo deja huella. Cumplirá 65 años en breve, pero no piensa en colgar el teléfono, ni el casco. Ni siquiera en sueños.



