En la madrugada del 28 de febrero de 1969, Sevilla vivió uno de los episodios más impactantes de su historia reciente: un violento terremoto sacudió la ciudad durante aproximadamente 30 segundos, despertando a miles de sevillanos entre sobresaltos, crujidos de muros y el tintinear de cristales rotos.
Aunque el seísmo tuvo su epicentro en el Banco de Horseshoe, a unos 200 kilómetros al suroeste del cabo de San Vicente (Portugal), su magnitud de 7,8 en la escala de Richter lo convirtió en uno de los terremotos más intensos registrados en Europa Occidental durante el siglo XX. Fue sentido en amplias zonas del sur de España y Portugal, incluyendo Andalucía Occidental, el Algarve y parte de Marruecos.
Sevilla: noche de angustia
A las 03:40 de la madrugada, la tierra comenzó a temblar. En barrios como Triana, La Macarena y Nervión, los vecinos sintieron un fuerte estruendo, similar a un rugido subterráneo. Muchos salieron precipitadamente a las calles, en pijama o envueltos en mantas, temiendo que sus casas pudieran venirse abajo. Algunas familias pasaron el resto de la noche en coches, parques o patios interiores.
Los periódicos de la época, como ABC Sevilla, titularon con frases como Violento terremoto sacudió anoche Sevilla o Noche de angustia, reflejando la alarma social generalizada.
Los edificios más antiguos y emblemáticos no escaparon al temblor. Se reportaron grietas en la Catedral, desprendimientos de yeserías en la Giralda, fisuras en conventos como Santa Clara, caída de cornisas y rotura de vidrieras en la Plaza de España. No hubo víctimas mortales en la capital hispalense, aunque sí algunos heridos leves por caídas de objetos y cristales.
Portugal, la zona más afectada
A pesar de su impacto en Andalucía, el terremoto golpeó con más fuerza en el sur de Portugal, especialmente en la región del Algarve, donde se contabilizaron 13 fallecidos y numerosos daños estructurales en viviendas. En España, Huelva y Cádiz registraron también importantes desperfectos, sobre todo en zonas rurales con construcciones más frágiles, como en Ayamonte.
El seísmo fue producto de la actividad sísmica en la falla Azores-Gibraltar, donde colisionan la placa tectónica africana y la euroasiática, una zona de gran dinamismo geológico y potencial sísmico que históricamente ha producido terremotos significativos, como el de Lisboa de 1755.
Aunque hubo temor a un tsunami, finalmente solo se detectaron leves alteraciones en el nivel del mar. Las autoridades descartaron riesgos mayores tras el análisis de los datos oceanográficos.
El impacto social y cultural
Más allá de los daños materiales, el terremoto dejó una profunda huella emocional en la ciudad. Testigos de la época relatan escenas dramáticas: “Parecía que la Giralda se bamboleaba”, contaba un vecino desde la Plaza Virgen de los Reyes. Otros recuerdan el comportamiento alterado de los animales, como caballos que relinchaban antes del sismo, o gallinas que no durmieron aquella noche.
La radio local, especialmente Radio Sevilla, jugó un papel esencial, informando en directo y transmitiendo calma a una población alterada. En los teatros y cines, las funciones fueron suspendidas y algunos humoristas, al día siguiente, hicieron bromas sobre “actores que temblaban más que el decorado”.
El terremoto también coincidió con el inicio de la Cuaresma, lo que generó preocupación por el estado de las imágenes procesionales. Afortunadamente, no se registraron daños en los pasos de Semana Santa, aunque se realizaron inspecciones en templos como San Luis de los Franceses.
Repercusiones y legado
El Ayuntamiento de Sevilla ordenó una revisión de edificios públicos y se reforzaron algunas estructuras. Desde el ámbito científico, el evento supuso un impulso para la mejora de la monitorización sísmica en España y de las normativas de construcción en zonas vulnerables.
Hoy, más de medio siglo después, el terremoto del 28 de febrero de 1969 permanece en la memoria colectiva como el mayor sismo sentido en Sevilla en tiempos contemporáneos. Una noche en la que la ciudad entera despertó con miedo y sin comprender aún del todo la magnitud de lo vivido.


