El Candelaria: un burladero sevillano frente a los bares de plástico

Auténtico paradero con ángel en el casco antiguo de la capital hispalense, los hermanos Antonio y Santiago Martínez llevan 35 años tras una barra que ha conquistado al barrio

Gloria, camarera del Candelaria, muestra una ración de la mejor chacina de la casa.
Gloria, camarera del Candelaria, muestra una ración de la mejor chacina de la casa. FERNANDO VÁZQUEZ
29 de noviembre de 2025 a las 08:25h

Bar o taberna —que para gustos denominativos, colores— la gente del barrio habla del Candelaria, uno de esos establecimientos auténticos de la Sevilla profunda del que solo saben los parroquianos diarios hasta que un personaje con plaza de mando en las redes sociales lo bendice. Hace una semana, el popular periodista radiofónico Carlos Herrera se fotografió con los dueños del Candelaria y confesó en su perfil que aquí ponen “el mejor desayuno de Sevilla”.

Dicho y hecho para que decenas de medios de comunicación de toda España se hiciesen eco de que, según el conductor de Herrera en Cope, aquí “se ofrecen las mejores y más variadas tostadas y el mejor café”. El periodista añadía en su post, junto a la foto de los dueños, Santiago y Antonio Martínez Luque, que “raro es no verme por las mañanas después de la radio”.

Gloria, Antonio y Santiago, los artífices de la verdad del sabor en el Candelaria.
Gloria, Antonio y Santiago, los artífices de la verdad del sabor en el Candelaria.  FERNANDO VÁZQUEZ

Mejores o peores, lo cierto es que los desayunos del Candelaria no tienen nada que ver con ese brunch que prolifera por una ciudad novelera como esta, donde la fortaleza de la tradición y los cofrades jartibles no constituye problema alguno para que se consoliden esos otros desayunos prefabricados de fantástica bollería y otros caprichos de guiri que oscilan entre los huevos fritos a deshoras, los yogures o los omnipresentes cereales. En El Candelaria, forrado con carteles de Vírgenes, no existe nada de eso ni se le espera. Aquí manda el café con leche como Dios manda y la tostada con aceite, mantequilla, jamón o pringá casera. Punto.

Ya para la verdadera hora del brunch, que es ese tentempié marca de la patria en el sur, están los montaditos, a secas o especiales, aunque todos cuestan lo mismo: 3,50 euros. Los primeros vienen de frente: de melva, de carné mechada o de chorizo picante. Los otros, más especiales por el queso, la orza o el salmón, tienen hasta nombre propio: Serrano, de la Casa o Perra Gorda, y algunos hasta fueron bautizados por Santiago, el artífice aquí de la cocina, con los nombres de algunos de esos personajes congelados en la historia sagrada y en los pasos: Pilatos (Mechada y roquefort), Longinos (Caña de lomo y queso) o Bofetón (chorizo picante y roquefort).

Por lo demás, los misterios de la cocina se rebuscan en la tradición que Santiago, el hermano más callado, aprendió de pinche en el bar de debajo de su casa, allá en El Plantinar: la ensaladilla rusa, las patatas aliñás, las caballitas en aceite, los pimientos asados con tacos de atún y la tortilla. Y, de chacina, caña de lomo, jamón, chorizo y salchichón ibérico.

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En las paredes del bar Candelaria no faltan las fotos, las estampas y los recuerdos cofrades. FERNANDO VÁZQUEZ

Para qué más, en un bar tan familiar que abre cada día antes de las siete de la mañana y que cierra sobre las ocho de la tarde, salvo que la Hermandad de enfrente, que ya es como de la casa –o el bar de la Cofradía- tenga cultos, actos especiales o reuniones, que entonces el bar permanece abierto, al pie del templo.

Desde antes de la Expo 92

“Tuvo mucho mérito que dos chiquillos como eran, de apenas 20 años, se atreviesen con esto”, dice uno de los parroquianos más antiguos, Pedro Soltisak, que lleva parando aquí desde que su padre daba clases en una academia cercana. Ahora, a sus 61 años, bromea con Antonio y Santiago con esa complicidad que da la costumbre del cafelito mañanero o el cacharrito a mediodía. “Todavía me acuerdo de cuando ni sabían cortar el jamón”, sonríe.

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Ramón Castro y Pedro Soltisak, dos parroquianos muy vinculados a La Candelaria, tanto a su templo como a su bar. FERNANDO VÁZQUEZ

Soltisak, hermano de la Hermandad de la Candelaria que tiene su sede enfrente, en la casi milenaria parroquia de San Nicolás de Bari, fue costalero de la Virgen en sus años. Y también conoció el bar que había aquí mismo antes de que los hermanos Santiago y Antonio alquilasen el local en 1991. “No teníamos tradición familiar hostelera”, explica Antonio, “pero sí nos habíamos bregado, casi de chiquillos, en un bar de nuestro barrio y mi padre se atrevió a alquilarnos esto”, recuerda. Los principios no fueron fáciles, “y nos costó mucho hacernos con una clientela”, reconoce, entre otras razones porque todos los hermanos de La Candelaria iban a otro bar cercano. No tanto como este, pero lo que son las costumbres, hasta que empiezan a doblegarse.

El Candelaria está saturado de recuerdos que remiten a anécdotas, pero no sobra ninguno. Carteles, cordones y cuadros cofrades, por supuesto. Con predilección por la Esperanza de Triana, pues “somos de la Esperanza de toda la vida, como saben aquí en la Candelaria”, aclara Antonio sin tapujos. “Esta es nuestra hermandad de adopción, pero nosotros somos de la Esperanza”, dice. Y del Betis.

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Primer plano de unos montaditos típicos de la casa. FERNANDO VÁZQUEZ

En un rincón cuelgan gorras de todos los cuerpos uniformados que velan por la seguridad en Sevilla. Y reliquias de amigos que han ido dejando aquí sus mejores ratos en estas tres décadas y media. El conocido periodista del Diario de Sevilla Carlos Navarro Antolín, por ejemplo, tiene aquí su subdelegación, y hasta recoge a diario cualquier paquete que le traigan de Amazon.

Una saya para la Virgen

También el torero mexicano Alejandro Amaya ha sido fijo del Candelaria durante años. Hasta el punto de que un día les preguntó a Santi y a Antonio si estarían dispuestos a exponer allí un traje de luces. “Yo le dije que sí”, cuenta ahora Antonio, sonriente y nostálgico por aquel instante que fue la semilla de un regalo encadenado. “Pero cuando vino con el traje de torero y nos contó que había sido de cuando Paco Camino toreó en México, ya no me atreví a ponerlo ahí porque yo no sabía el precio que podía tener y no quería tonterías”, explica el camarero. De modo que se lo llevó a casa, hasta que se le ocurrió donárselo a la Hermandad para que le hicieran una saya a María Santísima de la Candelaria.

Este pasado enero se bendijo la saya en el templo. La obra, confeccionada en el taller del sevillano Jesús Fernández, lleva por nombre Esperanza, en memoria de la madre de los donantes, y está confeccionada en tejido raso azul. El bajo de la pieza se realizó con los alamares del traje, y las mangas están rematadas por los flecos de las hombreras. Los hermanos Martínez, encima, realizaron una donación económica gracias a la venta de camisetas que se podían adquirir en el propio bar –“Al cielo con Ella”, puede leerse en la prenda, porque la lleva puesta Antonio-, y todo lo recaudado fue donado a la bolsa de caridad de la corporación del Martes Santo. Hay una curiosa placa medio escondida entre los ornamentos de las paredes donde puede consultarse los días que faltan para el día de la procesión.

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La iglesia de San Nicolás de Bari, sede de la Hermandad de la Candelaria, se refleja en los cristales de la ventana del bar del mismo nombre. FERNANDO VÁZQUEZ

El bar de los anises andaluces

Poca gente sabe “la afición que mi hermano y yo le tenemos a los anises, una bebida que hay que consumir con mucho respeto”, cuenta Antonio, mientras saca botellas de todas las latitudes andaluzas. Anís de Rute, de Cazalla, de Constantina, de Utrera… Todos anises secos. Seguramente sea el Candelaria el bar con más marcas de anises de toda Sevilla. “Para mi gusto, el mejor es este de La Peña”, señala Antonio, y enseña un aguardiente de la localidad onubense de La Puebla de Guzmán, “aunque todo el mundo conozca El Machaquito”.

Mientras recoloca las botellas en su sitio, su sobrina Gloria, otro puntal de la casa, arrima una bandeja de jamón ibérico a unos clientes que ni se dan cuenta porque los tiene hechizados la risa por la anécdota de un amigo que acaba de llegar. El Candelaria es así, bullicioso, familiar y sin necesidad de teléfono.

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Antonio Martínez, el alma del Candelaria, muestra algunos anises de los que se despachan en esta casa. FERNANDO VÁZQUEZ

“Gloria lleva con nosotros casi tres años”, dice orgulloso su tío, “y vale, porque para este oficio hay que valer”. La chica sonríe, y cuenta que, al margen de estos tres años, “llevo muchas Semanas Santas echándoles una mano”. El bar debe de ponerse hasta la bola en los días señalaítos, a escasos metros de la iglesia de San Nicolás de Bari, sede de una hermandad que, al margen de la Virgen de la Candelaria (que cumplió un siglo el año pasado, obra de Manuel Galiano), también rinde culto al Cristo de la Salud, obra de Francisco de Ocampo de 1615.

Precisamente cuando va a salir el cliente Pedro Soltisak, cuyo apellido de origen polaco lo trajo su bisabuelo al aterrizar en la ciudad, entra un señor bien atildado que se hace enseguida su hueco. “Aquí llega don Ramón Castro Núñez”, anuncia Pedro, que ya decide no irse. Ramón, otro cliente de pura cepa, lleva parando en este mismo establecimiento incluso desde antes de que lo cogieran Santiago y Antonio. No en vano, es hermano de la Candelaria desde que tenía 6 años, “y ahora tengo 77”, dice, orgulloso de haber soltado el martillo de capataz de la Virgen para hacerse hermano mayor, cargo que ostentó entre 1994 y 1998.  Ramón y Pedro se asoman a la puerta para pegar la hebra. Y toda Sevilla, de súbito, se hace más íntima y verdadera.

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Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero

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