Las calles de Cañada Rosal volverán a brillar esta noche con una luz muy especial: la de los tradicionales farolillos de melón, una costumbre centenaria que el pueblo conserva frente al auge de las calabazas típicas de Halloween.
La Asociación Las Crujientes ha vuelto a organizar su esperado taller de farolillos de melón, una actividad que cada año reúne a vecinos y mayores de la Residencia de la localidad. En esta cita, los abuelos no solo colaboran en la elaboración de los farolillos, sino que también comparten recuerdos de su infancia, cuando iluminaban las calles con estos meloncillos tallados.

Durante la tarde del 30 de octubre, pequeños y mayores se unieron para preparar los farolillos que esta noche acompañarán los disfraces, los caramelos y las risas de los niños del pueblo. “Así celebrábamos antes la fiesta de Todos los Santos”, recuerdan los mayores, orgullosos de mantener viva una tradición que combina el pasado con el presente.
Hasta los años 60, cuando llegaba noviembre, los vecinos aprovechaban los melones tardíos del huerto —demasiado maduros para vender o comer— para tallarlos y convertirlos en faroles. Lo que antes servía como alimento para los animales se transformó en un símbolo de identidad local que aún hoy sobrevive gracias al entusiasmo de sus habitantes.
Las mujeres del pueblo evocan cómo sus madres y abuelas fabricaban estos farolillos para entretener a los niños, que al anochecer salían a la calle iluminando la oscuridad de un tiempo en el que el alumbrado público era escaso.


