Al final ha conseguido adelantarse y, montado en un patinete eléctrico, llega antes de la hora prevista a la entrevista con lavozdelsur.es a ese lugar mágico de San Fernando que es su origen, su tragedia y su renacimiento. Esa Casería que ha sido testigo de su vida, la muerte de su padre y de su trabajo como actor cinematográfico. Israel Gómez Romero (San Fernando, 1990), el mismo que ha pisado alfombras rojas como las del Festival de San Sebastián o la de los premios Gaudí, viene de trabajar todo el día con su empresa de pinturas y terminar la obra en una casa cercana. “Al final, he podido salir antes”, dice con una sonrisa.
Hay mucha gente que le sigue parando y también, otra, que lo conoce de toda la vida y sabe que ese gitanillo que cantaba por Camarón y que se hizo actor con 12 años, sigue siendo el mismo de siempre. Pero a él, los focos, la cámara y la interpretación le pueden. “Mi sueño ha sido siempre hacer cine y esa fue la promesa que le hice a mi padre”.
José Gómez Vega, su padre, es su referente y su trágica muerte, paradójicamente, marca su vida y su entrada en la industria cinematográfica. Lo lleva tatuado en su espalda en una suerte de lienzo que cubre toda su anatomía y que, a través de diferentes imágenes, cuenta la historia de aquella mañana en la que una de las familias gitanas del barrio fue a su casa para el pedimiento de su prima. Pero “ella no se quería ir y si la niña, no quiere, no hay nada que hacer, no se la iban a llevar por la fuerza. Si hubiera sido que sí, a nosotros nos da igual que tenga 13 años, porque la ley nuestra es así, pero por la fuerza, no”. Un golpe al cristal de un coche, una fuerte herida, amenazas y la historia terminó en un tiroteo que acabó con la vida del padre de Israel.
Actor desde los 12 años
Tenía poco más de doce años y, según cuenta, hasta dejó de cantar. “Yo había dejado de ir al colegio y dejé de cantar porque le hice una promesa a mi padre: si él me ayudaba a hacer cine, estuviera donde estuviese, yo ya no cantaría”. Y le brillan los ojos al recordar que seis meses después de aquello, “decidí volver al colegio. Mis compañeros perdieron toda la mañana porque estuvieron todo el día dándome apoyo, hablando conmigo y animándome y, de repente, a última hora de clase, nos dicen que han dejado unos papeles para un casting y me dije, yo tengo que estar ahí el primero”.

Y el flechazo entre Isaki Lacuesta –y su mujer, Isa Campo, guionista también– e Israel Gómez se produjo de inmediato. O al menos, así lo recuerda. Lo que está claro es que ahí comenzó una relación que continúa viva más de veinte años después. “Para mí, Isaki e Isa son como mis padres. Ellos me han ayudado siempre, hablamos y seguimos en contacto”, dice abiertamente, destacando además el ojo y la valentía del director en apostar por un chaval que, como reconoce abiertamente, tiene problemas de lectura, pero que irradia autenticidad y capacidad de trabajo. “Todo el trabajo de guion lo hacíamos con Isa. Ella me lo leía y yo le iba preguntando: en esta secuencia, ¿tengo que estar alegre o me tengo ir enfadando sobre la marcha, tengo que reír o mostrar pena? Yo era muy preguntón y siempre quería saber las emociones que tenía que transmitir, de forma que yo hacía el texto de manera natural y a ellos eso es lo que les gustaba.” Para eso, “tú tienes que cerrar tus ojos y pensar en tus momentos malos, en esas emociones de tristeza, en lo que más te duele o en cosas que te han hecho feliz y yo lo conseguía”.
Comenzó entonces un idilio con el cine que continuó años después con la segunda película con Isaki Lacuesta, Entre dos aguas, la consagración del director y el actor, al conseguir la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián y el premio Gaudí al mejor acto novel para Israel. “La concha la tengo yo en mi casa”, dice con naturalidad, además de otros premios que obtuvo con aquella interpretación de su vida, como el premio al mejor actor del Festival Internacional Mar de Plata o el de la Asociación de Escritores Cinematográficos de Andalucía (Asecan). “Yo muero con esto, pero no hay un director como Isaki que se arriesgue y que me exprima”.

Y como “desde que era un enano, con 8 o 9 años, ya estaba yo con palustre y metiéndome en todo, pues he tenido que seguir buscándome la vida para llevar el pan a mi casa”. Padre de cuatro hijas, vive con su mujer en la genuina barriada de la Bazán. “Iba buscando el niño para llamarlo como mi padre y eso es que no funciona”, dice entre risas, donde enseña otro tatuaje en su brazo con el nombre de sus hijas. “Sentí mucho orgullo cuando estaba con mis niñas en la alfombra roja del Festival de San Sebastián, ellas estaban flipando”. Y no puede evitar de acordarse de Luna Lacuesta Campo, la hija de Isaki e Isa. “Yo siempre les decía que tenían que tener un hijo o se les iba a pasar el arroz y parece que nos pusimos de acuerdo y mi hermano [también actor en las películas], Isaki y yo tuvimos a nuestras hijas a la vez”. Por eso, la repentina muerte de Luna, “fue muy dura para nosotros. Es como si se nos hubiera muerto una hija nuestra”, cuenta.
Actor, pero también pintor, albañil...
Isra, como le gusta que le llamen, ha trabajado en la chatarra, en los astilleros, en la construcción y ahora con su empresadepinturas, pero, “si ahora mismo me llaman, yo meto un tío a trabajar y me voy de rodaje. Es mi pasión”. Y no por todo lo bonito que rodea al cine. “Mira, yo a lo mejor he podido ganar con una película 15.000 euros, pero tú tienes que seguir buscándote la vida y trabajando. Cuando has terminado una película después de varios meses de rodaje, tienes ese subidón: comer en buenos restaurantes, conocer a gente nueva, otras amistades. O cuando vas a los festivales. Pero todo eso se acaba y tienes que estar bien psicológicamente y estar preparado para todo lo que viene después, que es la vida real”.

Apasionado de las películas de acción y de las de Jackie Chan, Isra sabe que él encajaría en papeles o series como las de Pablo Escobar o Mar de Plástico. “Yo me metería en el personaje de una manera que la gente no se lo creería, pero no me dan esa oportunidad y ya he demostrado que tengo madera”, dice de la manera más sosegada del mundo, sin estridencias, seguro de sí mismo, pero sin pesar. “Claro, yo tengo que hacer mi vida y llevar dinero a mi casa, no puedo estar esperando a que un director me llame, pero sí sé que valgo para esto. Gente que no me conoce de nada, gente anónima me ha dicho que le ha encantado mi trabajo, que le he ayudado con las películas”.
En estos años, ha trabajado en la película Operación Camarón, en el cortometraje El carrusel de Sofía Navarro, el documental Nana de Castro Lorenzo, o en tareas de producción para el videoclip El Aire, del Maka. Un día antes de la entrevista, ha tenido una reunión de trabajo para un rol de asesoramiento, pero aún no puede desvelar nada. Cumple la promesa de no hablar de trabajos futuros por respeto a los productores y miedo a que se gafen. Como ocurrió con su participación en La maniobra de la tortuga, del jerezano Juan Miguel del Castillo. “Tengo la separata [un extracto del guion] en mi casa y yo iba a tener el papel protagonista”. No salió, pero confía en que el mundo del cine no se haya acabado aún para él. “Solo tiene que haber un director que me quiera exprimir”, a la vez que recuerda a Isaki Lacuesta y su petición para que haga un tercer film tras La Leyenda del Tiempo y Entre dos aguas.
Mañana le toca volver a la construcción y a los trabajos de pintura, pero mientras, en su Casería natal, con un sol en decadencia y la marea baja, Israel mira a la cámara del fotógrafo con maestría y conexión. Incluso, se acerca para preguntar por el tipo de lente y cómo enfoca. “Es que me recuerda tanto a aquellos días de rodaje. Esto es lo que a mí me gusta”.