Un kilómetro y cuatrocientos metros. Esa es la distancia entre la casa de Francisco Manuel, un chico con discapacidad visual de 16 años, y su instituto en la plaza de Jesús, en el centro de Puerto Real. Según Google Maps, el recorrido a pie se puede hacer exactamente en 19 minutos. Nosotros, Francisco Manuel, su madre Mari Paz, el fotógrafo y esta redactora, tardamos cerca de 40 minutos. El paso es más lento y, especialmente, inseguro, lleno de trampas mortales en forma pasos de peatones con guías táctiles desgastadas y muchos sin rebajes y sin un solo semáforo en todo el camino que, de manera sonora, permita a Francisco Manuel ir sólo a su instituto como cualquier otro chaval de Puerto Real.
Ese es uno de sus sueños y de sus objetivos vitales. “Cuando tenga que ir a trabajar, ¿también va a tener que venir mi madre a acompañarme?”, pregunta. Francisco vive al lado de la Pinaleta de Derqui, una zona casi en el extrarradio del pueblo y, bien es cierto que el instituto Virgen del Carmen, que le correspondía, está mucho más cerca de su casa. “Él estuvo hasta Primaria en el colegio Reyes Católicos y no teníamos problemas, pero cuando pasó a Secundaria le tocó el IES Virgen del Carmen, pero es un centro muy grande para él y nosotros como padres queríamos un instituto más pequeño, con una sola línea, algo más familiar”.
Francisco repite este año 4º de la ESO porque el curso pasado lo hizo en el Centro de Recursos Educativos (CRE) de la ONCE en Madrid y los estudios no han resultado compatibles con el programa andaluz. Pero, a tenor de los obstáculos que tiene que superar cada día, no supone ningún problema. “Es muy joven todavía, puede permitírselo”, sentencia Mari Paz. Francisco opina igual y el hecho de que tenga nuevos compañeros, tampoco resulta mucho trastorno. Reconoce que tener amistades con su discapacidad no es fácil. En la ONCE, entre iguales, resulta más natural, pero, en todo caso, él está integrado en el sistema escolar desde que era pequeño.

Con un 83% de discapacidad visual, Francisco no recuerda tener visión. Nació y a los 32 días cogió una bronquiolitis. Estuvo en la UCI, tuvieron que intubarlo y cuando despertó después de una operación quirúrgica, empezó a hacer movimientos involuntarios con los ojos. Fueron a todos los médicos, llegaron a Barcelona y, a los tres meses y medio, ya estaba afiliado en la ONCE. Llegó incluso a tener gafas, pero, “no le servían para nada, él no ve”.
Las guías táctiles están desgastadas en muchos de los pasos de peatones
Por eso, el bastón es una extensión de su propio brazo y la herramienta que le permite palpar como si lo hiciera con sus dedos, gracias a la puntilla o bola que gira y se encuentra en la punta, el suelo por donde pisa. Buscando las esquinas, como puntos de referencia, Francisco Manuel se encuentra con el primer paso de peatones desde la calle Doctor Sáchez Bisch.
Las guías táctiles que están en el suelo, ese pavimento de color rojizo que sobresale y tiene formas distintas, está totalmente desgastado de forma que no puede intuir que va a pasar por un paso donde circulan vehículos y tienen que parar ante los peatones. En la calle peatonal, incluso, un vehículo se encuentra estacionado y el bastón de Francisco se topa con él. El dueño del vehículo, apurado ante nuestra presencia, se disculpa con un gesto, mientras Mari Paz recalca que “estos son los obstáculos que también te pone la vida”, haciendo referencia a la falta de sensibilidad y empatía de muchos conductores.

Llegamos a uno de los puntos más negros del recorrido, la avenida Constitución que tiene que cruzar desde la esquina del Minigolf. Lo mismo: paso de peatones con guías casi inexistentes y una vía por donde pasan muchos vehículos. El camino hasta la plaza de la estación de tren resulta aún más complicado. “Para acá, a la derecha y ahora a la izquierda. Ponte de frente y ahí tienes la guía”, indica Mari Paz a su hijo.
“Esta guía debería ser más larga para que, al menos, le situara y tuviera una referencia”. Al contario, el pavimento acaba en un carril bici. “Esto es peligrosísimo porque viene una bicicleta y se lo lleva por delante”. Cruzando la plaza, llegamos a otro paso de peatones importante que da acceso a los jardines de El Porvenir. Los vehículos se paran al ver a un chico ciego con bastón, pero Francisco no tiene más remedio que confiar su paso a la buena fe de la gente frente a la seguridad que le daría un semáforo sonoro.
Eso es lo que viene pidiendo su madre de manera “insistente y persistente”, recalca. “Nunca voy a dejar de luchar por mi hijo porque tiene derecho como cualquier ciudadano de Puerto Real a andar seguro”. Mari Paz ya se ha reunido con la alcaldesa, Aurora Salvador y otros concejales, pero no está convencida de que, desde el equipo de Gobierno estén haciendo todas las gestiones necesarias para solucionar el problema de Francisco y de otras personas con discapacidad. Ella propone la instalación de, al menos, cinco semáforos sonoros para que su hijo pudiese llegar al instituto, que alcanzarían unos cinco mil euros, según el presupuesto que encontró. “Yo no sé si eso es real o no, pero es viable”.
La alcadesa se ha comprometido a reuniones periódicas con la familia
En declaraciones a lavozdelsur.es, Aurora Salvador, alcaldesa de Puerto Real, ha dejado claro que “nuestra posición es clara: queremos ayudar y tener un pueblo totalmente accesible, facilitador y empático”. Efectivamente, ha explicado que ella personalmente se ha reunido con Mari Paz y Francisco y “hemos mandado un técnico de la brigada para que compruebe desde la puerta de su casa, el itinerario que hace su hijo para llegar y que las aceras tengan los relieves correspondientes para que sepa por dónde tiene que andar”.

Así, “nos vamos a reunir cada dos semanas para ver cómo van evolucionando los trabajos y cómo vamos adaptando el pueblo a las necesidades de este chico y de cualquier persona que se encuentre en una situación similar”. La alcaldesa asegura que ya hay semáforos en la Villa conectados con bluetooh para que las personas que lo necesiten activen la señal acústica y que, en los próximos presupuestos de 2026, van a incorporar a las cuentas municipales partidas para todo lo que tiene que ver con la movilidad, como semáforos sonoros y señalética para hacer de Puerto Real un municipio más accesible.
Mientras tanto, el bastón de Francisco va chocándose con los adoquines de los jardines del Porvenir. Lleva usándolo desde que tenía once años. Antes no podía. “Con el bastón voy seguro, aunque a veces tengo miedo, pero cuando era pequeñín no era capaz de andar solo”. En entornos seguros, se mueve como pez en el agua. “En el instituto tiene escaleras, vivimos en un unifamiliar y también sube y baja. Él lo tiene memorizado y se mueve sin problemas”. Por eso, “si tuviera un itinerario seguro, él podría venir perfectamente sólo a su colegio. Con 17 años, es duro que tenga que venir tu madre a acompañarte”.
Acercándonos al centro, desde la larga calle Sagasta, Francisco habla de su instituto, sus compañeros y cómo afronta el curso que está a punto de empezar. “Yo tengo algunas ideas de lo que me gustaría estudiar en un futuro, pero me las van quitando. Me han dicho que Bachillerato va a ser difícil”. Le encantaría ser profesor de braille y, de hecho, lleva desde los once años traduciendo cartas de menús de bares de varios municipios de la Bahía al lenguaje braille. “Igual que hay en francés o inglés pues es nuestra lengua”. Su madre le hace una foto a la carta y luego le dicta el menú. “Nosotros no ganamos nada, lo hacemos de manera altruista para que todo el mundo tenga oportunidades”.
La playa, las olas, ir en bicicleta tándem o leer son algunas de las aficiones de Francisco
Le gusta mucho, mucho leer y, aunque no recuerda el título, ahora está leyendo una novela de aventuras. También le gusta mucho salir en tándem, en bicicleta de dos, con su padre. “Vamos por el campo y yo sólo pedaleo. Mi padre va dirigiendo la bicicleta”. Es verdad que, por el camino, se han encontrado muchos perros y él les tiene especial miedo, lo que dificulta que, en un futuro, pudiese tener un perro guía. Pero, sin duda, lo que más le gusta a Francisco es ir a la playa. El frescor del mar y las olas. “Me encantan las olas, pasar por debajo de ellas, que me arrastren a la orilla”, cuenta con entusiasmo. “No me baño solo, pero me defiendo. En la playa me siento bastante seguro y en el agua me siento libre”.
Desde el inicio de la calle Sagasta hasta la plaza de Blas Infante hemos cruzado tres pasos de peatones. El ruido de los coches sí es apreciable, pero “los patinetes eléctricos no los puede escuchar”, apunta Mari Paz. La céntrica calle de la Plaza está a rebosar de gente a media mañana. Francisco mueve su bastón de un lado a otro adelantándose al movimiento de sus pies para pisar seguro entre tantas personas, carritos o animales que pasean también por el pueblo. Y llegamos a la plaza de Jesús en Puerto Real. Hay una obra desde hace meses. Están peatonalizando la calle Soledad, una medida que prioriza al peatón frente al vehículo privado y que hace al municipio más accesible aunque, en estos momentos, sea un escollo demasiado grande para Francisco. En la puerta del centro educativo, Mari Paz es clara. "No estamos pidiendo nada del otro mundo. Estamos en pleno XXI y sólo queremos una ciudad más accesible".


