El conflicto de Gibraltar, por los siglos de los siglos: cuando la solución es no resolver el problema

En los últimos días, se han producido nuevos desencuentros entre pesqueros con las autoridades de la Roca, que ha derivado en una queja formal de España. La causa es histórica e irreconciliable

El Peñón de Gibraltar, con la Bahía al fondo.
El Peñón de Gibraltar, con la Bahía al fondo. MANU GARCÍA

Cuenta el catedrático Alejandro del Valle, uno de los juristas más prestigiosos de la Universidad de Cádiz, que en algún encuentro con Fabian Picardo, el Chief Minister de Gibraltar, este le dijo que no le gusta nada lo de que llamen a su tierra la Colonia, "que él es más de after shave, y que lo dice con un acento muy de aquí". Del Valle es uno de los expertos que más ha estudiado los asuntos transfronterizos, los conflictos de soberanía. En una conferencia en 2021, detallaba en lenguaje muy asimilable para cualquiera algunas de las claves de un conflicto que parece repetirse una y otra vez, y que en este mes de agosto ha vuelto a reactivarse.

Entre esas claves hay que destacar que, efectivamente, la ONU ha declarado Gibraltar como territorio "pendiente de descolonización", y que lleva décadas con ese epíteto. Es decir, que el famoso 'derecho de autodeterminación' del que habla Naciones Unidas no es aplicable para Gibraltar. Y que esa situación no molesta en La Roca. En la práctica, implica que Gibraltar no es un territorio autónomo, a la vez que no es parte del Reino Unido como Estado, sino que está bajo su jurisdicción. Sería una colonia, entonces.

Pero como los gibraltareños no tienen derecho a la autodeterminación, quienes deben discutir cuestiones de soberanía son España y Reino Unido. ¿Qué ocurre? Que en la práctica, también, Gibraltar tiene una especie de derecho de veto reconocido por el Reino Unido a esas negociaciones. Por lo tanto, los dirigentes de Londres siempre tendrán la excusa de que no pueden iniciar unas negociaciones bilaterales que Picardo y sus futuros sucesores no quieren que sucedan sin estar ellos en la mesa. La solución al problema, entonces, está en no resolver el problema para dos de las tres partes.

Si algo ha provocado que en 2023 vuelvan a producirse conflictos entre pesqueros y autoridades gibraltareñas, es que en el siglo XVIII no escribieron el Tratado de Utrecht de forma correcta. Pero podemos ir algo más atrás. ¿Cómo explicarle a un armador actual que todo tiene que ver con dos de las más feas costumbres del ser humano? Repasemos.

Gibraltar no estaría hoy bajo soberanía británica si no fuera por aquella fea costumbre de los monarcas europeos de casarse entre ellos. Carlos II, El Hechizado, no pudo tener hijos debido a sus múltiples problemas de salud. Eso provocó el fin de los Austria en España y una guerra internacional para ver quién se colocaba en el trono, si la familia francesa, los Borbones, o una rama de los Habsburgo, apoyada por Reino Unido. Al ganar los franceses esa Guerra de la Sucesión en suelo español, Reino Unido reclamó para finalizar el conflicto algunas concesiones. La principal es que quería tener puertos desde donde comerciar con esclavos, una de las más terribles costumbres de la historia de la humanidad. Como victorias menores, mantener sus batallones para siempre en dos plazas conquistadas, Menorca y Gibraltar. Con el tiempo, la isla balear volvería a ser española, pero no la Roca que preside la única entrada natural al Mediterráneo.

Aterrizando de nuevo en el siglo XX y XXI, las últimas décadas han estado marcadas por diversos conflictos. Quizás el más antiguo de todos es el crecimiento de Gibraltar más allá de los límites que marcaba el Tratado de Utrecht. Como estuvo mal escrito (o muy bien para quien no quisiese cerrar el asunto), no queda claro dónde empieza y acaba el territorio bajo domino británico. España habla de La Verja al límite en la práctica de jurisdicciones porque no reconoce esa línea como frontera, ya que los gibraltareños habrían ido ganando terreno español para construir, entre otros, su aeropuerto militar, sobre el istmo que une la península donde está la gran piedra.

Tampoco está claro del todo si Gibraltar tiene jurisdicción sobre sus aguas, porque es cierto que el tratado habla del derecho del Reino Unido a tener puerto. Y si el tratado habla de la cesión de tierra, implicaría también, a ojos británicos, que se cumplieran los derechos anexos sobre ella. Según el histórico derecho internacional, pertenece a un país aquellas aguas que están al alcance de una bala de cañón. España, entonces, se pregunta hoy por qué se enumeraron todos los dominios del Peñón que pasaban a dominio británico, pero en el texto no se mencionan las aguas colindantes al puerto. 

Los sucesivos gobiernos democráticos españoles han mantenido relaciones tormentosas con el asunto de Gibraltar. Aquel tiempo en que Franco cerró el acceso por tierra ya pasó. Aquello provocó que en Gibraltar, como respuesta, prácticamente impidiera el uso del español en el día a día, cuando era aún la lengua principal. La entrada de España en la Unión Europea (UE) prometía mejores relaciones, pero Reino Unido nunca dejó de ser una potencia europea díscola en cuanto a cesiones de soberanía se refiere y bastante escéptica por lo que respecta a la UE, por lo que España y Gibraltar nunca llegaron a normalizar las relaciones. 

El Foro Tripartito para Gibraltar del Gobierno de Zapatero fue eliminado por Rajoy. Aquel mecanismo facilitaba la comunicación entre las partes. Para acabar con oscurantismos, con las dobleces. Hasta 2002, aún con Aznar, Gibraltar mantuvo cerca de las viviendas de La Línea un importante arsenal explosivo. Los británicos tienen, además, por costumbre no tener material nuclear en tierra, por lo que transportan sus más peligrosas armas en submarinos. Los aliados americanos y los propios sumergibles de bandera inglesa han hecho parada en multitud de ocasiones en el Estrecho sin el conocimiento de España.

Si Gibraltar no tiene soberanía sobre sus aguas, ¿por qué entonces pararon recientemente la Royal Navy a un pesquero español? ¿Por qué les amenazaban con detenerles? Porque entre lo que dice Utrecht y lo que interpretan las partes no hay nada parecido a una norma clara. Porque en el derecho internacional, es difícil que todas las partes reconozcan a un organismo superior cómo resolver los conflictos, porque las relaciones entre estados son, por definición, anárquicas, porque salvo la guerra no hay nada que pueda hacer que un país sea obligado por otro país a nada.

Ahora, el ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, habla de "intromisión injustificable" de las patrulleras británicas en aguas españolas, presentando así queja ante la Embajada del Reino Unido en Madrid. Entre los antecedentes más cercanos, el vertido de casi 2.000 litros de fuel debido a prácticas de bunkering o repostaje en el mar, que se produjo en aguas adyacentes al Peñón, y que han ensuciado la Bahía de Algeciras.

En una legislatura marcada por la pandemia, Pedro Sánchez no ha tomado un rol protagónico en el asunto de Gibraltar. Entre medias, la Unión Europea (y, por consiguiente, España) negocia con Reino Unido un nuevo acuerdo sobre la situación en la que queda la Colonia tras el Brexit. Esta semana, a raíz de la queja diplomática de Albares, Gibraltar ha vuelto a intensificar los controles para los más de 10.000 españoles que cada día cruzan desde La Línea para trabajar en suelo británico.

Cada cierre o dificultad de acceso al Peñón supone un quebradero de cabeza para miles de familias. Pero también dificulta la situación de muchos negocios gibraltareños. Las relaciones comerciales han sido razones suficientes para que las cosas acaben siempre en buen puerto. En Gibraltar existe capital español, y en España existe capital gibraltareño. No en vano, Gibraltar está en el top ten del PIB per cápita mundial, duplicando aproximadamente al español, y triplicando al del Campo de Gibraltar, según datos de la última década del FMI.

Mientras tanto, Gibraltar y Reino Unido irán tratando de ampliar influencia sobre la zona, entrando en conflictos puntuales, impidiendo el paso de pesqueros o hasta de la Guardia Civil, con amenazas que se irán recalentando o enfriando, según marque la música de las relaciones internacionales, o según interese a cada gobierno alimentar las pulsiones nacionalistas. Pero la interdependencia comercial y social hará que el conflicto, sin que tenga visos de solución, permita que nunca llegue la sangre al río. Ni los gibraltareños quieren ser españoles, según aquel referéndum oficioso de 2002 -oficioso, porque no tiene peso legal-, ni España puede permitirse en el siglo XXI recuperar por la fuerza lo que cedió en un tratado hace tres siglos. 

Y seguirá Picardo usando after shave, porque no le gusta eso de Colonia. Porque la mejor solución, y quizás la única, es no resolver el problema.

Sobre el autor:

13041406_10209539677272942_2430658523840188634_o

Pablo Fdez. Quintanilla

Licenciado en Periodismo y Máster en Comunicación Institucional y Política por la Universidad de Sevilla. Comencé mi trayectoria periodística en cabeceras de Grupo Joly y he trabajado como responsable de contenidos y redes sociales en un departamento de marketing antes de volver a la prensa digital en lavozdelsur.es.

...saber más sobre el autor

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído