El jueves se convierte en una jornada de transición antes de la llegada del último fin de semana de la fiesta.

A estas alturas de Feria, los pies ya pesan. Hay que ir despacito. El ritual antes de salir de casa, para los feriantes autóctonos que no pueden resistirse —o no tienen más remedio— que acudir al Hontoria todos los días, cada vez se hace más pesado. Las toallitas con las que se limpian los zapatos para que luzcan como nuevos —o lo más decente posibles— ya escasean y en el armario apenas quedan camisas limpias. Después de la fuerte jornada del Día de la Mujer, el jueves es la transición entre los que lo dieron todo el día antes y los que guardan fuerzas para aprovechar el viernes.

Pero una vez en el Real no hay escapatoria. Hay que aguantar el tirón como sea, por eso lo mejor es comer para que el rebujito no haga estragos demasiado pronto. Entrar en una caseta, coger una carta y elegir algún plato que no hayas probado ya varias veces a lo largo de la semana es una tarea que se antoja complicada. “¿Tortilla? Hoy no, que comí ayer”. “Bueno, pues pedimos lagrimitas de pollo”. “¿Otra vez?” El menú feriante, salvo honrosas excepciones, es el mismo en todas las casetas. La gracia está en ir combinando las puntillitas, los chocos, las croquetas, los montaditos… todo acompañado por su buena dosis de mayonesa. El lunes ya saldré a correr —no hay nada como autoengañarse—.

Vente pacá, te grita un amigo por teléfono. Y a su caseta que vas, a hacerle la visita de rigor… que puede durar horas. Hasta que os canséis del ambiente o hasta que el cuerpo os pida un poco de aire, de Levante para ser exactos, que desde el martes no falta a su cita con el Hontoria. Pero es un compañero agradable, hasta ayuda a sofocar el agobiante calor de jornadas anteriores. Así que ni tan mal. Por las calles del Real ya se empiezan a ver más visitantes que de costumbre. La llegada del fin de semana provoca que los autóctonos den paso a los visitantes de otras poblaciones, e incluso países, distinguibles fácilmente por sus mejillas rosadas —por la mezcla de sol y rebujito— y por el enorme mapa que despliegan para encontrar esa caseta que les han dicho que está tan bien.

Con la caída de la tarde, el Hontoria se convierte en una especie de Disneyland a pequeña —muy pequeña— escala. Mickey Mouse —algo desmejorado, eso sí— reparte globos cerca de la salida a la zona de los cacharritos, la zona cero en la que aparecen personajes televisivos de todo tipo. También está Pikachu, con unos kilos de más —la comida de Feria hace estragos hasta en los Pokémon—; miembros de la Patrulla Canina, los preferidos de muchos pequeños; Peppa Pig o Los Simpson, que por unas monedas dejan que te hagas una foto con ellos. Los mayores también tienen sus personajes, como Davy Jones, uno de los más grises de Piratas del Caribe; o algunos de Alien.

La Feria también es momento de encuentros familiares. La comida con los primos, padres, suegros… es inevitable. Como también lo es repetir plato e inyectar una bomba de calorías al cuerpo. En cuanto termine la semana, de verdad, mucha fruta, mucha verdura y paseos en bicicleta —autoengaño, otra vez—. La cena termina y tienes dos opciones: retirarte a casa y descansar para estar fresco en el trabajo o apurar y tomarte la última —bonito eufemismo— con los amigos. Como la Feria es solo una vez al año —menos mal— y eres un 'jartible', optas por lo segundo. Tú quieres seguir, pero tus ojos se caen y tus pies te avisan de que no cuentes con ellos, que ya está bien por hoy. Más vale hacerles caso.

Nota: El lector más avispado habrá notado que se han colado varios títulos de canciones en el texto. No es intencionado, el subconsciente, después de tantos días, juega malas pasadas.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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