Cédula de enterramiento del maestro Juan Ruiz.
Cédula de enterramiento del maestro Juan Ruiz.

En breve publicaremos aquí los testamentos de los trabajadores que fueron asesinados por el régimen de la época por, supuestamente, haber matado a un integrante de una supuesta Mano Negra que era, supuestamente, dueña y señora de los campos de Jerez.

Ya dimos a conocer los curiosos documentos de las partidas de enterramiento de los cadáveres una vez que esas 7 personas fueron ejecutadas, un 14 de junio de 1888, en la plaza del Mercado; un acontecimiento muy hondamente sentido en Jerez al que todavía (lo que no me sorprende) no se le ha dado en la ciudad la relevancia histórica, simbólica y política que merece, ni tampoco se ha rendido tributo y honorable memoria a los pobres jornaleros que fueron víctimas de un sistema político y judicial despiadado que o los mataba de hambre o bien a garrote vil.

Hoy reproducimos aquí un texto, que quizás no sea del todo histórico, verídico, fiable, sino más bien periodístico, de los momentos de la ejecución. Pero aunque haya que poner en cuarentena algunos matices y detalles del texto, merece nuestra atención por la viveza de los variados elementos descriptivos de la dura situación cuya panorámica ofrece tan pictóricamente. El autor es Manuel Hidalgo, en cuyo libro Efemérides jerezanas (Jerez, 1886) encontramos esta interesante, influida por la Iglesia Católica y también sobrecogedora narración de lo sucedido al pueblo de Jerez vía garrote vil:

"A las ocho de la mañana de este día, año de 1884, fue trasladado Juan Galán de un calabozo por delante de una fila de soldados a la capilla. Allí se le leyó la sentencia de muerte dada por la Audiencia de lo Criminal, la ratificada por el Tribunal Supremo y la denegación del indulto. El secretario de la Audiencia Sr. D. Francisco Gallego, leía las sentencias; el escribano, el sacerdote y los facultativos y las personas que en aquel acto se encontraban se afectaron mucho. En cambio el reo con tranquila atención, con imperceptible conmoción escuchaba la lectura; solo una mirada de asombro dirigió a los concurrentes cuando el Secretario llegó a la significación del crimen. Quizás intentó decir algo, pero la voz quedó detenida en su garganta. El presidente de la Audiencia le dirigió algunas elocuentes palabras de consuelo viendo con satisfacción el ánimo resignado que dominaba su entendimiento.

En este día año 1884, a las ocho en punto de la mañana, murió en el patíbulo Juan Galán, el cual fue conducido en un carro desde la cárcel a la plaza del Mercado donde tuvo lugar la ejecución: lo acompañaban en el mismo vehículo el sr. cura párroco de San Dionisio y otros sacerdotes, entre ellos el reverendo padre Cadenas, de la Compañía de Jesús. Fueron sus últimos momentos un acto de horrible solemnidad, y al darle vuelta al tornillo el verdugo, el venerable padre Cadenas que no se separaba un momento del reo, con voz estentórea y cara como es su palabra, pronunció el nombre de Jesús, que se oyó a una gran distancia, contestando y repitiendo tan dulce nombre toda la muchedumbre.

Un hecho de crueldad corrigió el padre Cadenas. Como el reo se quejara de la manera tan violenta con que el verdugo le apretaba las ligaduras, el padre Cadenas lo amonestó diciéndole que cumpliera humanamente con su deber. Una mirada de gratitud dirigió el reo al referido sacerdote; tal vez la última, que recibiría conmovido, pues se transformó su semblante en una palidez mortal.

El abogado defensor, D. Eleuterio Herrera, no se separaba un momento del reo, el que denotaba consuelo con tenerlo a su 1ado. A las ocho de la noche rezó algunas oraciones con el venerable Padre Cadenas y algunas otras personas, ratificando después su testamento ante el Notario D. Joaquín María de la Barrera.

En este día [14 de junio] año de 1884 fueron ajusticiados en la plaza del Mercado Pedro Corbacho y su hermano Francisco Corbacho, Bartolomé Gago, y Manuel Gago, hermanos también, Juan Ruiz, conocido por el Maestro de escuelas, porque efectivamente ejercía esta profesión en el convento de San José del Valle, en la Sierra de este nombre, término de Jerez, José Fernández Torrejón y Gregorio Sánchez Novoa, auxiliados por los sacerdotes D. Ildefonso Carballo, D. Manuel Jiménez, D. Miguel Delgado, D. Juan Domínguez Atienza, D. José Marmolejo, D. José Arcila y D. Francisco González Veiga, respectivamente. Este señor sacerdote al entrar los reos en Capilla dijo una misa que fue escuchada con mucha atención.

8manonegra.jpg Cadalso en Jerez.

Hasta cerca de las doce no quisieron almorzar pidiendo todos huevos fritos, jamón y café.

La resignación empezó a verse manifiesta en todos desde que entraron en capilla, distinguiéndose por lo sereno y un tanto descarado Bartolomé Gago, por lo tranquilo y resignado Pedro Gago y algo abatido Cristóbal Torrejón y Juan Ruiz.

Una escena triste demostró que Pedro Gago era el de mejor sentido y el que se mostraba más resignado. Al entrar el alcalde Sr. Marqués de Casa Pavón en la capilla, aquel que lo conocía por haber sido su colono, le dirigió sentidas frases recomendándole a su pobre y anciano padre que ya vivirá poco, decía así como a sus hijos. Por la tarde, hicieron testamento ante los notarios D. Juan Pedro Becerra y D. José María González, dejando por heredero de las limosnas que se recogieran por los hermanos de la Caridad a sus mujeres e hijos, y Manue1 Gago a sus hermanos.

Estos desgraciados eran los que formaban, en el sitio de la Parrilla de este término, la asociación clandestina titulada la Mano Negra y por haber dado muerte alevosa y violenta a uno de sus asociados.

Mucho trabajó el pueblo de Jerez y su venerable clero para el indulto de estos infelices pero todo fue en vano, telegrafiando el Ministro de la Gobernación a última hora al Presidente de la Hermandad de la paz y Caridad, manifestando que a pesar de sus buenos deseos no le era posible aconsejar a S.M. el Rey el indulto de los reos de que se trataba.

Un recuerdo de gratitud debemos consignar porque merece especiales elogios. La hermandad de Paz y Caridad después que entraron en capilla los reos, se dividieron en comisiones, una destinada a la capilla relevándose de dos en dos horas y otra destinada a las calles para pedir de casa en casa. En vista de las dificultades que existían para hallar individuos que llevaran al cementerio las cajas de los restos de aquellos infelices se brindaron los mismos individuos de esta Santa Hermandad a tan penoso y caritativo servicio, así como todas las misas que se celebraron en la Parroquial de San Dionisio por el alma de los reos, fue sufragada por la citada Hermandad.

Una concurrencia numerosísima asistía a todos los templos de Jerez a oír misa por los reos; parecía la población un día festivo, o de difuntos; hasta la inmensa muchedumbre que asistió a la ejecución, se dirigía silenciosamente conmovida, a los templos.

Sobre el autor:

Cristóbal Orellana.

Cristóbal Orellana

Licenciado en Filosofía (US), Diplomado en Geografía e Historia (UNED), Máster en Archivística (US), Máster en Cultura de Paz y Conflictos (UCA), de profesión archivero, de militancia pacifista, de vocación libertario, pasajero de un mundo a la deriva.

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