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A través del testimonio del colectivo LGTB de la zona rural de Jerez, lavozdelsur.es da una pincelada de cómo vive su orgullo en un terreno que, a priori, puede considerarse adverso, desmontando tanto los estereotipos con los que se le escudrina desde la heteronormatividad, como la condescendencia con la que es observado desde la urbe.

No hay acto mas rebelde que el de la propia naturaleza. Amapolas solitarias que emergen en medio de un campo de trigo y girasoles tardíos que irradían luz cuando el resto perece mustio. Hasta el 'río del olvido', desborda la imposición de su cauce para regar su vega. Transformaciones, que aunque tachadas de antinatura, son parte de la naturaleza misma. Los higos se convierten en brevas, la dulce uva en vino amargo, y hasta se crían huevos de dos yemas. A pesar de que el mundo rural conserva sus peculiaridades como ser sitios aislados, donde la rumorología corre como la pólvora y existe un fuerte arraigo de los valores tradicionales, la mente de sus gentes también cambia con el paso del tiempo y se abre cual granada madura. A través de algunos testimonios de habitantes de la campiña, lavozdelsur.es da una pincelada sobre cómo se vive la homosexualidad en un terreno que, a priori, puede considerarse adverso, para desmontar tanto los estereotipos con los que se le escudrina desde la heteronormatividad, como la condescendencia con la que el colectivo LGTB rural suele ser observado desde la urbe. Y es que, en pleno siglo XXI, ¿quién se atreve a ponerle puertas al campo?

“Nacer en zona rural condiciona a todos: gay, bisexuales, heterosexuales, transexuales... Pero creo que de forma positiva", explica Juan, de 37 años, señalando la cercanía de sus habitantes, ya que no es raro pararse a saludar por la calle y compartir un rato de charla con sus vecinos. "Desde luego que las primeras veces que salía por las grandes ciudades como Sevilla, Madrid, Málaga y conocía a gente de mi edad gay me parecía que vivían algo que yo no estaba viviendo o no había podido vivir y disfrutar como ellos en el pueblo”, afirma. “Está claro que el sitio donde naces te condiciona, y gay... cuando hace unos años, y no tantos, eras el maricón del pueblo", manifiesta, para aclarar seguidamente que nunca ningún amigo o vecino del pueblo le hizo sentir distinto. "Simplemente intentas llevar vida normal y hace unos años decir que te gustaban los chicos o ir agarrado con otro en plan novios, no era de lo más normal en las zonas rurales”, apunta Juan, a la vez que señala que tener referentes homosexuales en su círculo de amigos le facilitó el camino.

“No tiene comparación, la noche y el día. Lo comentábamos en algunos foros, sí que ha ayudado mucho la ley de matrimonio homosexual de Zapatero. Y también ayuda que muchísimas celebridades y gente que destaca en televisión, como jueces, arquitectos, profesores, en todos los ámbitos sociales, salgan del armario”, declara un cargo público de la zona, al preguntarle por la evolución de la visibilidad LGTB en la zona. Destaca además que la visibilidad se normaliza “cuando jóvenes y mayores ven que somos gente normal, de carne y hueso, y que simplemente nos hemos enamorado de gente del mismo sexo”. “Desde que nací lo he llevado con mucho respeto y dignidad. Me habrán visto gestos de cariño, me han visto con mis parejas, pero tampoco tengo que llevar un cartel por ello”, asevera.

Sin embargo, los pueblos son pequeños y todos saben quien es quien. Si no es así, la pregunta es un clásico: "Niño, ¿y tú ¿de quién eres?" -como cantaban los Chanclas-. Por ello los prejuicios y etiquetas suelen extenderse a las familias, siendo muy relevante su papel a la hora de enfrentar el tema e impulsar la visibilidad de este colectivo. “En cuanto a vivir en un pueblo, no sé si es mejor o peor, a mí me ha hecho mucho más fuerte. El hecho de que conozcas a más gente, estás acostumbrando a que lo van a saber”, afirma Diego, un joven de 18 años que vive en una barriada rural. “La realidad es que la gente habla, pero eso también ayuda. Yo no soy quien decido, se expande y punto", consciente de que el chisme se difunde rápido. “La opinión que tengan los demás no me ha importado, no me voy a esconder detrás de algo que no soy. No me gusta el término salir del armario, no salimos de ningún sitio, somos lo que somos", asevera. “A la familia se lo dices y te dicen que no, que eso no puede ser -relata riendo-, pero lo tomo como algo normal, porque no puedo llegar del tirón y hacerlos cambiar”. Accede a esta entrevista diciendo que esto les ayuda, a él y a su familia a visibilizar el tema y tomarlo con más normalidad. “A mi madre la estoy haciendo toda una madre LGTB”, afirma con sorna.

La intervención de la comunidad educativa cobra importancia al prestar, en ocasiones, orientación al colectivo LGTB rural, quienes alejados de la urbe no encuentran este tipo de servicio en sus pueblos

La intervención de la comunidad educativa cobra mucha importancia en estos jóvenes, teniendo en cuenta que viven en espacios alejados de la urbe, donde no se presta ningún tipo de servicio de orientación al colectivo LGTB. Así, Diego reconoce el papel de una profesora de Lengua de su instituto, quien -de oficio- le ayudó a exponer este tema con naturalidad a través de comentarios de texto. “Te da libertad para hablar y que no sea un tema tabú”, reconoce el joven, lo cual demuestra la implicación vocacional de algunos docentes en todos las esferas del conocimiento. "En el instituto hice un trabajo sobre homosexualidad y homofobia, y me dijo un profesor que este tema sería conveniente llevarlo a charlas o coloquios", apunta David, de 18 años, quien de pequeño sí recibió insultos como "gay" y "maricón" estando en un centro educativo de una barriada rural. "En los colegios es necesario dar charlas a los niños, para normalizarlo. Te preguntan '¿tú que tienes novio o novia?', se lo toman como un tema del que no saben realmente, lo sueltan de cachondeo y les digo ¿y qué pasa si hay dos mujeres novias?", afirma Belén -nombre ficticio-, educadora de 26 años. Afirma que no ha tenido problemas en su pedanía, en la que nunca ha sufrido discriminación. Ni esconde ni pregona su orientación sexual. Aunque sí recuerda una anécdota cuando paseaba un día de la mano con una chica por Jerez y un hombre le tapó los ojos a su hijo para que éste no las viera. Afirma que se ha querido ir de su pueblo, pero porque se le queda pequeño -como cualquier joven-, pero no por su homosexualidad. En una ocasión necesitó apoyo psicológico por temas afectivos con su pareja y acudió a la Casa de la Mujer de su pueblo, donde le prestaron ese servicio.

La amplitud de la comarca rural de Jerez y los numerosos núcleos poblacionales que alberga, dificulta el trabajo en esta zona, tal y como manifiestan desde la asociación Jerelesgay, aunque sí se hayan realizado actividades de forma puntual. “Es verdad que es un espacio que cuesta más, porque al ser más pequeño más cuesta la visibilidad. Nos llega gente de las pedanías, pero es cierto que no hemos trabajado mucho. Últimamente sí hemos estado en algunas, como San Isidro. Y con Guadalcacín, con la que sí se viene colaborando desde algunos años, porque uno de los socios es de aquí y desde el Ayuntamiento de Guadalcacín se han estado haciendo cosas. Pero sí que es un espacio aún por trabajar”, subraya Susana Domínguez, presidenta de Jerelesgay. Recientemente, con motivo de la celebración del día del Orgullo LGTB se realizó un videofórum en dicha pedanía, en el que se visionó una película sobre el acoso escolar y se colocó la bandera arcoíris en el balcón del Ayuntamiento. “Guadalcacín ha sido un feudo LGTB con la primera discoteca de ambiente, ha sido la avanzadilla”, recuerda Domínguez. “La bandera parece una tontería pero es un símbolo, un apoyo decidido", poniendo como ejemplo que en ciudades tan relevantes como Cádiz o Madrid nunca haya ondeado ese símbolo hasta este año, cuando en Guadalcacón o en Jerez lleva años exhibiéndose. "A mi me pareció un acto, como yo digo, pobre y humilde, con el que quisimos dar también nuestra pincelada para festejar este día", señala Nieves Mendoza, alcaldesa de Guadalcacín, quien estuvo acompañada en estos actos por la dirección del insituto pedáneo La Campiña, el colectivo Ágora y Jerelesgay.

Sin duda, todavía queda trabajo por hacer en la campiña para impulsar la visbilidad LGTB. Aunque no se le pueden pedir peras al olmo, sí se puede pedir mayor implicación a los actores sociales que intervienen en la zona como la comunidad educativa-profesorado, alumnado y AMPA- y asociaciones, así como a las instituciones públicas (ayuntamientos pedáneos, Ayuntamiento de Jerez y Diputación) que deben incluir en sus políticas igualdad a estos núcleos, teniendo en cuenta su singularidad. 

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Virginia Menacho

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