Lola, como muchos otros jerezanos, sobrevive como puede en una improvisada vivienda a los pies del antiguo peadero de El Portal.

En una atmósfera como de peli de los hermanos Coen, junto a un bar de carretera llamado La Salvación y una pintada en un muro en la que puede leerse ‘Sí se puede’, se encuentra el hogar de Lola. Con gesto desconfiado, la anfitriona nos atiende tras la verja con la que protege sus dominios. “Es por los perros, no me fío de ellos hasta que no vuelva mi hijo”, espeta mientras riega el ‘jardín’ ante la caseta de obra en la que vive sola. Una furgoneta, palés, cañizos, malas hierbas, gallinas, piezas de desguace, televisores viejos, chatarra y más chatarra… y las ruinas de una estación de ferrocarril con más de cien años de historia. Esa es la escenografía que jalona y decora el exterior de la improvisada vivienda de Lola, a la entrada de la barriada rural de El Portal. 

Como ella, divorciados, separados, personas en el umbral de la pobreza, han encontrado un techo en estas caracolas que hace menos de una década poblaban las obras de decenas de urbanizaciones para cientos y cientos de viviendas en el municipio. “Ahí en la cañada hay muchísima gente viviendo en casetas de obras, y por Las Flores y por ahí…". "Entre comillas, vivo bien: tengo mi cama, mi cuartito de aseo que hemos estado haciendo poquito a poco, mi cocinita, mi tele, mi sofá… para qué quiero más”, sostiene Lola. De cuarto para albañiles, despacho para arquitectos y oficina para comerciales de promotoras, las casetas de obras han pasado a ser ahora viviendas portátiles para desahuciados o excluidos. Es la enésima paradoja perversa del crack del ladrillo. A esta madrileña, que ha vivido en Jerez desde los doce años sin perder el acento, la suya le costó 2.000 euros. Aún la sigue pagando: unos 200 euros al mes. Lola cobra 480 euros mensuales de pensión, pero no le llega para alquilar un terreno donde plantar su caseta.
Prefiere esta opción a un piso social, al que tampoco tiene acceso y que, además, sería más difícil de mantener por baja que sea la renta. “No puedo meterme en un piso, ya lo intenté con mi hijo y me podían los nervios; tengo fobia a los espacios cerrados, tengo que estar aquí, en el suelo. Tenía una parcela alquilada por 300 euros pero claro, no me llegaba y tuve que venirme aquí”, narra delante de un tendedero y con los perros arremolinados entre sus piernas. Su marido falleció hace algunos años y su hijo vive prestado en el piso de una tía. Ahora el hogar de Lola está junto a la antigua estación de El Portal. Sobre el viejo apeadero de ferrocarril, que el Estado prometió no demoler en 2007 a cambio de que el Ayuntamiento se hiciera cargo de su mantenimiento, recuerda que le dio “mucha pena” cuando lo cerraron.

“Me encantaba bajarme del tren aquí con mi marido y tomar algo en la venta”. Y agrega a su relato: “Esto era una selva y los chatarreros destrozaron la estación. Quiero restaurarla poquito a poco, quiero al menos pintar esta fachada, pero claro, todo cuesta dinero”. Los hermanos García-Lázaro, veteranos historiadores del Jerez rural, escribían en 2009 en su blog entornoajerez.com: "Un siglo después el edificio de la vieja Estación de El Portal, tras sufrir asaltos, destrozos, incendios… amenaza ruina". El Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (ADIF), dependiente de Fomento, acordó no demoler la estación tras inaugurarse el nuevo viaducto sobre el Guadalete y quedar en vía muerta. Apuntaban para justificar la conservación de este inmueble razones de carácter histórico al tratarse del primer tramo de vía férrea de Andalucía y uno de los primeros de España. Adif solicitaba —"mientras se acometía la remodelación que permitiera la conservación y los nuevos usos de la Estación"— la adecuada protección para evitar "…el deterioro, vandalismo y la ocupación por personas ajenas del citado edificio".

Lola, una mujer desdentada y casi sin recursos, guarda ahora las ruinas del centenario patrimonio. Allí recibe a diario la visita de su hijo David, que con 31 años se dedica a la chatarra y la recogida de palés, que se desparraman ante la fachada de la vieja estación. “El pobrecillo me echa un cable como puede”, dice. El bar cercano a la antigua parada de tren en El Portal le facilita luz y agua, y los vecinos de la barriada ribereña no tienen problemas con que resida allí. “Al principio, como no me conocían, temía lo peor, pero al contrario, nos llevamos muy bien”. Poco a poco, Lola sale adelante. Sin trabajo, con una mísera pensión, pero sin dejar de regar su 'jardín' junto a la estación. "Ojalá saliera cualquier cosilla. Cogí un comercio al poco de morir mi marido pero se tuvo que cerrar. Me eché una pareja, la cosa salió mal y aquí acabé, pero mejor sola que mal acompañada". Remacha la frase con una tímida sonrisa que nos recuerdan esos letreros tan mal pintados que leímos nada más llegar: La Salvación y 'Sí se puede'.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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