La soledad no deseada es un desafío invisible, pero profundo: afecta a millones de personas mayores en España y puede transformar la vejez en un tiempo de miedo, dependencia y tristeza. Entre los que viven solos, hay quienes luchan por mantener su autonomía y otros que encuentran en la familia o en la comunidad la compañía que necesitan para sentirse seguros y activos.
El Día Internacional de las Personas de Edad, en este primer día de octubre, invita a mirar a los mayores y preguntarse cómo viven realmente. Muchos de ellos están solos, a veces rodeados de recuerdos y silencios, otras veces acompañados de vecinos o familiares, pero siempre con la necesidad de sentirse vistos, escuchados y queridos. Se trata de una fecha proclamada por Naciones Unidas para "reconocer la contribución de las personas mayores a nuestras sociedades y poner el foco en los retos que plantea el envejecimiento de la población".

"Tengo días que me da miedo": la crudeza de la soledad
Rosalía Mendoza, 78 años, acude cada mañana al Centro de Participación Activa Jerez-Las Angustias. Vive sola, y aunque mantiene buena relación con sus vecinos, depende de ayuda para tareas básicas. "Me llevo estupendamente con mi vecino, pero no es lo mismo que si tuviera a mi hija cerca. Si me cuesta quitarme el vestido, ella me hubiera ayudado. Ahora dependo de la ayuda a domicilio", explica Rosalía a lavozdelsur.es, mostrando su pulsera.
La soledad le pesa en determinados momentos: "Tengo días que me da miedo, porque estoy depresiva. Pienso cosas malas y lo que más me asusta es caerme y que no pueda venir nadie a ayudarme". Hace unos meses sufrió una caída que le provocó un hematoma en la cadera. "Menos mal que desde la Junta de Andalucía me llamaron constantemente y mis hijas vinieron a levantarme. Pero no es igual que tenerlos cerca todo el tiempo", recuerda.
Ni una llamada
Por su parte, Ángel, 76 años, también vive solo, pero su sensación de abandono es más intensa. "Me gustaría que mis hijos y mi familia llamaran más. Tengo que hacer todas las cosas yo solo. Nos sentimos olvidados, los mayores somos los más olvidados y necesitados", afirma con crudeza a este medio.
A pesar de ello, Ángel mantiene una vitalidad admirable. Acude al centro a cantar, bailar y practicar deporte: "Soy muy deportista y me gustan todas las actividades. Aquí encontramos compañía y nos ayudamos entre nosotros para no sentirnos solos. Quiero compartirlo con los demás, porque sé que muchos están necesitados de compañía y apoyo", añade.

Vivir solo no siempre significa sentirse solo
El contraste lo representa Julia Calderón, de 79 años, que también vive sola, pero cuenta con una red familiar muy presente. "Miedo no me da. Estoy tranquila y acompañada cuando lo necesito. Mis hijos y mis ocho nietos me cuidan, me traen la compra y vienen a almorzar cuando pueden", explica.
Julia mantiene su autonomía y vitalidad: "Tengo hernias discales, pero no paro porque no quiero parar. Tengo una señora que me ayuda con la limpieza, pero estoy muy bien, muy tranquila y muy acompañada cuando lo necesito".
Estos testimonios muestran que la soledad en la vejez no es igual para todos. Depende de la red familiar, de la comunidad y del acceso a servicios de apoyo. Mientras Rosalía y Ángel sienten la soledad de manera más directa y a veces temen por su seguridad, Julia experimenta la independencia sin aislamiento gracias al cuidado de sus familiares.
Una persona de cada cinco sufre soledad no deseada en Andalucía (22,6%), datos superiores a la media nacional (20%). La soledad crónica en Andalucía se sitúa en el 16,3%, por encima de la media nacional (13,5%). El 72,3% de las personas que sufren soledad llevan en esta situación desde hace más de 2 años. Estos datos, extraídos del Barómetro de la soledad no deseada en Andalucía 2024, forman parte de los análisis anuales que realiza el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada. Un mal de nuestro tiempo que por ahora encuentra poco remedio.
El reto para la sociedad es evidente: garantizar que ningún mayor quede solo y olvidado, ofreciendo herramientas, espacios de participación y afecto. Los centros de participación activa, los programas de acompañamiento y la implicación familiar son clave para que la vejez sea un tiempo digno, seguro y acompañado.



