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BARRIO A BARRIO: No siempre hace falta recorrer un barrio entero para conocer su idiosincrasia. A veces, puntos neurálgicos como las antiguas Puertas del Sol dan un buen ejemplo de lo que es San Miguel.

Suenan compases de bulería en la Plazuela. En la terraza del bar del mismo nombre un grupo de vecinos charla y toma el agradable sol que acompaña el primer día de diciembre mientras escuchan cómo toca la guitarra uno de ellos. Aunque todos son del barrio, el que precisamente pisa las cuerdas tiene un rojizo y sospechoso color de pelo. Su acento termina de delatar que ni siquiera es gachó, como dicen por aquí. Más que eso. Es guiri.

Norman nació en la California de Estados Unidos pero ha acabado viviendo en la que dicen que es su homónima europea, Andalucía. Aunque lleva 30 años en España, los nueve últimos los ha pasado en Jerez. Se aficionó al flamenco en Madrid, primero escuchando discos y luego acudiendo a tablaos. Cosas de la vida le trajeron al sur del sur, y en concreto, a la plazuela, donde se ha empapado del arte de estos lares. Cuando se le pregunta entre vivir en la capital de España o en Jerez, no lo duda ni un segundo. “Con Jerez. Aquí la vida es perfecta y más en compañía de estos señores”, relata señalando a sus compañeros de mesa.

La plazuela es diferente. O different, que diría Norman. “La plazuela es la plazuela y San Miguel es San Miguel, aunque sean el mismo barrio. Es diferente a todo lo demás, ha dado mucha vida”, afirma convencido Manuel Conde, antiguo propietario del bar, todo un histórico en este recoleto rincón en la intersección de las calles Empedrada y Sol.

Pero para hablar de la plazuela primero habría que contar sus orígenes, que se remontan al siglo XIV, dentro de ese arrabal surgido al sureste de la muralla tras la reconquista de Jerez por Alfonso X El Sabio. Antiguo hogar de artesanos, cañameros y barqueros, por eso de su proximidad a las antiguas playas de San Telmo, el santo y seña lo marca la capilla de la Yedra, construida en 1724 para sustituir a una antigua cruz de las denominadas de humilladero, que eran esas que se levantaban a las afueras de las poblaciones y en los principales caminos para que los caminantes les dirigieran unas plegarias antes y después de sus viajes. La capilla, como todo el mundo sabe, es hogar del Sentencia y de la Esperanza de la Yedra, que salen en procesión cada madrugada de Viernes Santo horas antes de que lo hagan otros dos de los fervores del barrio, El Cristo y el Valle. Y no preguntes si aquí unos son más de La Esperanza o del Cristo. “Aquí del Cristo somos todos. Y tú también”, me dice Manuel Barea, de 79 años, y uno de los vecinos más veteranos de la plazuela. Amén.

Y en el centro, presidiéndolo todo, la estatua de la Paquera, santo y seña del barrio junto a otros ilustres del flamenco como Lola Flores, Manuel Torre, Antonio Chacón o Agujetas el viejo, por citar sólo a algunos. “Este barrio es pionero en el arte. La pureza es de aquí”, afirma Juan Luis González, otro de esos que nació, se crió, vive y morirá en el antiguo arrabal.

Juan, actual propietario del bar, saca a colación de esto la comparación que se suele hacer entre el cante de San Miguel y el de Santiago, el otro barrio flamenco por excelencia de Jerez. “Allí se canta por tango y aquí por bulerías, allí se canta mejor por fiestas, pero los monstruos del cante han nacido aquí”.

Pero más allá del flamenco y de sus gentes, pocas cosas positivas puede decir Juan del barrio. “Aquí hay mucho paro. Esto es un barrio pobre, humilde, se ve tristeza y la juventud lo que quiere es trabajar. Y aquí –señalando a la capilla- venía la alcaldesa por la Virgen, por la hermandad… ¡Mirad por los ciudadanos, hombre, que están pasando hambre!”, afirma exaltado.

Para colmo, explica, ha tenido muchos problemas a la hora de pedir la licencia de la zambomba que organizan este fin de semana. “He tenido que ponerla a nombre de la asociación de vecinos. No sé por qué tantas trabas, ¡si esto es lo tradicional del barrio!”.

Desde la terraza del bar llegan olores a pollo asado y a tortillas recién hechas. El Pollo Soleado es otro de los negocios históricos de la plazuela, regentado desde hace 21 años por Paco Álvarez y su mujer Vicky, “la verdadera protagonista, porque menos los pollos lo hace todo”, señala su marido. Damos fe, ya que la lista de aliños y platos variados es amplia en el menú. Ahora está de baja, porque se ha partido un brazo, así que Paco es el que se encarga, momentáneamente, de preparar desde croquetas a filetes pasando por las tortillas. “Algo se me ha pegado en todo estos años junto a ella”.

En cuanto a la marcha del negocio, el propietario de la pollería afirma que “no nos podemos quejar. Sí es verdad que pasamos una mala rachilla hace años y que la crisis se ha notado, pero creo que fue más al principio, cuando había más miedo. Ahora aquí la gente vive al día. Si tiene diez euros hoy, se los gasta. Mañana ya será otro día”. 

Y de una acera a otra, de Sol a Empedrada, al bar Mi barrio, otro que sobrepasa con creces el medio siglo de vida. Juan Orge, su propietario, lleva 35 años detrás del mostrador y reconoce que el barrio ha cambiado muchas veces, “según la época”. Así, de los últimos tiempos recuerda los años 80, que se notaron para mal por culpa de la droga –“esto estaba lleno de enganchados”- si bien por fortuna esos tiempos ya pasaron. “Ahora es la crisis y el paro, pero eso desgraciadamente afecta a todo Jerez”. 

A pesar de sus pocos metros cuadrados, la plazuela representa bien la idiosincrasia de un barrio, San Miguel, que no obstante volveremos a visitar en próximas fechas. Ya saben: lo bueno siempre se da en pequeñas dósis.

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Jorge Miró

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