La Mercería Toro, fundada en 1889, ha superado cambios de modas y distintas crisis bajo la premisa de la constancia y la reinvención constante. Ahora, la tercera generación regenta el comercio.
Pocos negocios pueden presumir de llevar abiertos la friolera de 128 años. Ni el mismo Bartolo Toro, allá por 1889 cuando abrió la mercería que hoy lleva su apellido, se habría imaginado tal longevidad. Pero ahí aguanta las crisis y los cambios de época, desde que se abriera en un desaparecido inmueble que hoy ocupa la oficina central de Correos, en la plaza Romero Martínez y tras pasar luego a la calle Eguilaz para, por último, establecerse definitivamente en el número 4 de la calle Carmen, junto a la plaza Plateros.
La tercera generación Toro regenta ahora el negocio. Silvia, nieta de Bartolo, reconoce que han tenido que ir actualizándose a los nuevos tiempos para poder mantener con vida la mercería. De lo contrario, piensa que ya habrían cerrado hace años. “Ahora se cose menos y se vende la ropa hecha. Hemos mantenido la esencia del negocio, pero especializándonos en artículos de calidad e incorporando otros para fiestas, Semana Santa, Feria…”.
Silvia tiene muy presente lo que le dijo un día su padre, José Toro. “En todas las crisis hay que aguantar el tirón, y en esta última he tenido que estudiar qué es lo que quiere el cliente. El secreto es escucharlo”, afirma tajante mientras no para de atenderlos tras el mostrador. En estos días finales de la Cuaresma, la gran mayoría viene solicitando todo tipo de complementos para vestirse de nazareno —capirotes, sandalias, guantes, túnicas, cíngulos, espartos…— o de costalero. En este sentido, tienen camisetas y pantalones personalizados para cada una de las hermandades de Jerez, al igual que costales y molías. “Empezamos en noviembre a hacerlas, y ya he perdido la cuenta de cuántas hemos vendido”.
Los artículos de Semana Santa fueron unos de esos complementos que Silvia vio la necesidad de incorporar en cuanto empezó a notar que sus clientes los solicitaban. “Fui hermandad por hermandad para conocer qué necesitaban sus nazarenos”, explica mientras le prueba a un cliente un capirote de rejilla, mucho más cómodo y liviano que los antiguos de cartón. “Fuimos los primeros en Jerez en introducirlos”, destaca.A escasos días para el Domingo de Ramos, la actividad es frenética. “En cuanto la gente conoce el tiempo que hará en Semana Santa, viene en masa o se queda en casa, porque si saben que va a llover no les merece la pena hacer una inversión de cara a un año vista. Pero si hace bueno, muchos llegan a última hora. Un año que estuvo lloviendo hasta tres o cuatro días antes del Domingo de Ramos no vino nadie y en cuanto salió el sol y dieron los partes, tuve una cola que rodeaba Plateros”.
Mercería Toro ha conocido el último tramo del siglo XIX, el XX en su totalidad y los primeros años del XXI. Ni las crisis económicas ni las distintas tendencias de moda han acabado con ella y, visto lo visto, todavía le quedan muchos años por delante. “El negocio es como un niño pequeño. Requiere constancia y no despistarse, porque el público siempre te exige. Hay que tener capacidad de lucha y de aguantar cuando bajan los clientes. Es entonces cuando hay que aprovechar para pensar en cosas nuevas y ver qué artículos no funcionan para pensar en cambiarlos o darles un giro”.
Junto a Silvia, sigue echando una mano su madre Josefa, la segunda generación Toro que se hizo con el negocio. Ella, que prefiere mantenerse en un segundo plano en este reportaje, y que incluso declina la oportunidad de salir en la foto, se limita a comentar con humor que lleva aquí “más años que Matusalén”. Tanto como el viejo abuelo de Noé, que sobrevivió 969 años, será difícil que aguante la veterana Mercería, pero mientras la constancia y las ganas de trabajar sigan presentes, parece que nada ni nadie podrán con ella.
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