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“Hablar de los Perea hace años era sinónimo de buenas noticias, porque la mayoría de tartas para bodas las hacíamos nosotros”. Las palabras de Juan Luis Perea Montilla (Jerez, 1961) suenan rotundas, orgullosas. Se le llena la boca al hablar de su familia, sabedor de que en Jerez poca gente puede echarle nada en cara.

Juan nos atiende en la histórica confitería de la calle Levante, quizás de las primeras que abrieron en la ciudad. Corría la Semana Santa de 1949 y J. Perea abría sus puertas para comenzar a endulzar a los niños de la época. Al frente del negocio Joaquín, el cabeza de familia y ya tristemente fallecido, que junto a su mujer Rosa ya llevaban tiempo vendiendo garrapiñadas en un carrito que colocaban estratégicamente en la calle Doña Blanca.

La de los Perea siempre ha sido, sobre todo, una familia relacionada con los dulces y los pasteles. Joaquín, el cuarto de nueve hermanos, montó primero la confitería en la calle Mesones antes de trasladarla a su actual ubicación en Levante. Junto a su hermano Jerónimo también abrió otra en la Cruz Vieja, hoy ya desaparecida. Otro hermano, Rafael, que además fue presidente del Industrial y del Jerez (con j) Deportivo, abriría a principios de los 50 en la calle Medina ‘La Jerezana’, famosa sobre todo por sus granizadas, elaborada con limones que traían de diferentes fincas de las pedanías. “Mi tío era un adelantado a su época. Fíjate que algo tan normal ahora como un casting ya lo hacía él por entonces. Buscaba chicas que fueran guapetonas y con don de gente para atender el negocio”, explica Juan. Por último, otro hermano, Juan Luis, se encargaría de la confitería y obrador de la calle Barranco, que tras su fallecimiento llevaría su viuda y actualmente la hija de ambos. Hoy, como la de la calle Levante, todavía sigue abierta, aunque a duras penas en un barrio de San Lucas que sigue cayéndose a pedazos y que espera como agua de mayo a que de alguna manera se revitalice la zona.

Pero volvamos con Joaquín, el padre de nuestro protagonista. “Abría a las 7 y media de la mañana y cerraba a las 11 de la noche. Nunca tuvo un día de fiesta hasta los años 70, cuando cerraba uno de cada tres domingos. Mi madre me traía aquí después de clase para que le diera dos besos, porque es que si no no lo veía nunca”, recuerda Juan, que mientras habla no para de atender a las decenas de personas que vienen buscando un refresco o agua en este tórrido inicio del mes de julio.

“Ahora es cuando comprendo más que nunca a mi padre. Es muy difícil en el 2015 mantener a una familia con tres hijos (tiene dos mellizas de 16 años y otro hijo de 14) sólo vendiendo chucherías. Yo ya me estoy llevando casi diez horas a diario. Abro también sábados por la tarde y domingos por la mañana”, destaca Juan, que vuelve a recordar a su padre. “A mí y a mis cuatro hermanos nos inculcó el trabajar mucho y el estar al día en todos los pagos”.

A pesar de estudiar Magisterio y de haber dado clase en varios colegios durante siete años, Juan se hizo cargo del negocio en 1997, cuando se jubiló su padre. Ahora, todavía, para quitarse el gusanillo y ganar un dinero extra, sigue dando clases particulares de Lengua y Matemáticas algunos sábados. Pero sus recuerdos siempre están ligados a las cuatro paredes que conforman la pequeña confitería que ahora regenta.

“Tengo una memoria fotográfica. Desde los dos años recuerdo perfectamente muchas cosas, y eso es fundamental en un negocio como éste. Eso de quedarse con los nombres de los clientes transmite una cercanía que se está perdiendo, aunque haya algunos a los que no veas desde hace meses”.

Juan recuerda los años 80 y principios de los 90 como los mejores para la confitería. “Era una época que en Jerez se vivía muy bien, había trabajo y dinero. Cuántos abuelos venían aquí a primeros de mes a llevarse un kilo de chucherías para sus nietos y para ellos mismos… Eso habrá bajado ahora un 60 ó 70 por ciento. Es que parece que no, pero la crisis también me ha afectado, aunque hablemos de productos con precios muy bajos. Y de eso me doy cuenta porque soy muy observador y estoy aquí todo el día. Hay gente que busca tiendas más baratas aunque sea para no gastarse 50 céntimos. Es que hablamos de 33.000 parados, eh. Ese abuelo que antes se gastaba el dinero en caramelos ahora tiene que mantener a sus hijos y a sus nietos”.

Juan habla y habla, pero no deja de atender a sus clientes ni de echarle un ojo a la calle, donde tiene expuestas chucherías, piñatas, patatas fritas y pequeños juguetes. “Tengo activados no cinco, sino seis sentidos. Siempre están los típicos niñatos que como te descuides se llevan lo que puedan”, explica al paso de tres bolizas con pinta de querer liarla.

Como bien dice, los tiempos han cambiado. “Nos hemos readaptado con caramelos sin azúcar, productos sin gluten… Hay que procurar estar a la última en el tema de las chucherías”, afirma mientras coge un paquete de patatas de Peppa Pig. “¿Ves? Esto te lo piden mucho los niños. Todo lo que salga en la tele tiene mucho tirón y hay que tenerlo”.

Pero, ¿qué vendía en sus inicios la confitería? “No ha cambiado mucho la cosa. Sobre todo caramelos y dulces. Ten en cuenta que teníamos obradores en Barranco y Medina y que los caramelos los hacíamos en la calle Mesones. Además los suministrábamos a prácticamente todos los pueblos”.

El interior del negocio tampoco ha cambiado demasiado. Dentro tiene ese halo de comercio antiguo con encanto. Estanterías altas repletas de género, un mostrador lleno de cajas de golosinas sobre un refrigerador con chocolatinas y arriba, colgado sobre una cuerda y entre caretas, un cartel que reza "chufas, piñones y nueces peladas. Todos nuestros productos son españoles". En las paredes azulejos blancos hasta un metro y medio de altura. En el techo, en el lado derecho, desconchones de humedad. “No hay manera de quitarlos. Antiguamente en el local de al lado se vendía sal a granel, y a pesar de los años que han pasado esa humedad sigue y seguirá ahí”.

“El centro se está quedando obsoleto”

La conversación con Juan tan pronto depara recuerdos pasados como temas de actualidad, y hablamos ahora de cómo ve el centro. “La verdad es que se está quedando obsoleto. Aunque es atractivo y bonito, se deberían potenciar más cosas para dinamizarlo y atraer a más gente. Lo del carrusel del Arenal está bien, ¿pero por qué no se trae algo parecido a Las Angustias, por ejemplo?”.

La ORA es otro de los caballos de batalla para Juan. “Gracias a Dios no hay que pagar las tardes de verano, pero la gente prefiere los sitios donde pueda aparcar gratis. Y eso te lo dice uno que no conoce Área Sur. Me agobian esos sitios tan grandes, las luces, incluso el aire acondicionado. Mis hijas me dicen que soy prehistórico, pero yo que defiendo el centro, ¿cómo me voy a comprar algo allí? Yo la ropa la compro en los negocios locales de toda la vida. Por no tener no tengo ni móvil. Para qué lo quiero, si estoy aquí todos los días”.

Miramos ahora al futuro para acabar. ¿Hasta cuándo se ve Juan Luis al frente de la confitería? Juan se lo piensa un poco. “Hombre, tengo 54 años y la jubilación es hasta los 67… La verdad es que ahora estoy bien de salud, porque yo siempre he sido muy deportista, así que todavía me quedan años por aquí. Lo que tengo claro es que no quiero que mis hijos sigan con esto. Tampoco se suelen pasar mucho por aquí, de todas formas. Hay un dicho que dice que los negocios los abren los padres, los mantienen los hijos y los cierran los nietos, ¿no?”.

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Jorge Miró

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