Nacida en los años 50 del pasado siglo, La Vid fue edificada por iniciativa de las bodegas jerezanas para dar un hogar a sus trabajadores.
“Todo esto antes era campo”. La frase, aun bastante manida en los últimos tiempos, no falta a la verdad. Quien lo dice es Domingo Alpresa, Dominguete, vecino de La Vid desde hace 63 años -prácticamente los mismos que hace que existe esta barriada del distrito Este- al señalar en dirección a la avenida de la Universidad y el entorno de Chapín.
Estamos en la plaza de la Vid, donde un grupo de jubilados echa la mañana sentado en un par de bancos. Delante suya el nuevo carril bici –“no sirve para nada”, critica uno de ellos- y la rotonda del toro de lidia, ese adefesio de hierro oxidado que Pacheco vendió en su día como una maravilla de la escultura contemporánea.
"Todo esto eran huertas”, continúa Dominguete indicando lo que ahora es la avenida alcalde Jesús Mantaras y la avenida de la universidad. “Lo único que había por aquí era el Pelirón viejo”.
La barriada de La Vid se levantó en los años 50 del pasado siglo por iniciativa de las por entonces prósperas bodegas jerezanas, que de esta manera daban un hogar a sus trabajadores. El arquitecto encargado del proyecto fue Fernando de la Cuadra, quien hiciera lo propio en La Constancia o La Plata, de ahí el parecido que guardan los bloques de estas tres barriadas.
Como curiosidad, algo que pocos recuerdan pero que remarcan los más viejos de la barriada: en sus inicios a La Vid se la bautizó como barriada de Nuestra Señora de La Merced, pero el hecho de que todas sus calles tuvieran nombres de pagos (Macharnudo, Balbaína, Carrascal, Añina, Montealegre…) hizo que poco a poco se la conociera como La Vid. Así que ése nombre oficioso acabó convirtiéndose en oficial al poco tiempo.
Junto a él, Manuel Fidalgo recuerda el antiguo cine de verano, el Salón Jerez, a la altura de lo que es ahora la estafeta de Correos de la avenida de la Universidad y los huertos que había en todo el entorno de lo que es hoy el estadio de Chapín. Dominguete también recuerda la fábrica de uralita que había en lo que ahora es la vecina barriada de Las Viñas, así como la antigua fábrica de botellas. “En el 63 o 64 cayeron los hornos viejos y levantaron los nuevos”.
Pero algo que caracterizaba a la barriada eran sus quioscos. “A cada diez o quince metros había uno. Cada uno vendía una cosa”, señala Manuel Fidalgo. El motivo, según explica el vecino, era la inexistencia de locales comerciales en la barriada.
Entre los puntos negativos, la limpieza vuelve a liderar las quejas vecinales, algo común en todo Jerez. En La Vid echan también de menos una mano de pintura a los bloques, que por otro lado sobrellevan bien sus más de 60 años. “Aquí no verás ni una raja en la pared ni un techo apuntalado”, destaca un vecino. La falta de ascensores en las viviendas, un problema para la numerosa población mayor, y la mala imagen que da el abandonado colegio Paidós, entre las calles Alfaraz e Historiador Agustín Muñoz, son otras de las manchas de una barriada que huele y resuena a vino a pesar de no haber albergado nunca una bodega.