La barriada rural, la más lejana del núcleo rural, tiene servicios que llegan a cuentagotas, pero sus habitantes no lo cambian por nada: "Ni me he planteado irme a Jerez".

Unos 30 kilómetros separan a Gibalbín del núcleo urbano de Jerez, convirtiéndola así en la barriada rural —de las 16 que tiene la ciudad— que se encuentra más alejada de su municipio matriz. Para llegar hasta allí hay que sortear carreteras comarcales, llenas de baches y curvas, que hacen que el camino se le haga eterno a quién no está acostumbrado a circular por estas vías, que conectan con Arcos de la Frontera y El Cuervo, las dos localidades más cercanas. Sus 600 habitantes, que tienen a mano un supermercado, una farmacia, una panadería y tres bares como todo negocio de cercanía, se quejan porque reciben servicios a cuentagotas, pero no se ven viviendo en otro lugar. El encanto que envuelve a esta pequeña barriada rural atrapa a todo el que nace en ella y no lo deja escapar. “De aquí no me quiero ir”, “ni me he planteado irme a Jerez”… son los comentarios habituales de quienes habitan sus calles, aunque hablar en plural quizás sea exagerado teniendo en cuenta que apenas tiene un par de ellas, la vía principal, por la que cruza la CA-4011 y una anexa en la que hay unas pocas viviendas.

“Hay que luchar bastante por la distancia a la que estamos”, dice Rafael Pato (PSOE), delegado de Alcaldía de la barriada rural desde 2015. “Si tu madre y tu padre tienen problemas económicos, los niños tienen más”, señala de forma ilustrativa. Gibalbín tiene servicio de recogida de basura, alumbrado y transporte público que la conecta con Jerez, tres veces al día, además de un consultorio médico al que acude un profesional tres días a la semana. Los primeros habitantes de lo que hoy se considera Gibalbín poblaron la zona, en chozas, para estar cerca de sus lugares de trabajo, ya que los terrenos colindantes llevan desde principios del siglo pasado sirviendo para uso agrícola, aunque son conscientes de que cometen una ilegalidad. La barriada rural está situada en la cañada de Espera, una vía pecuaria de titularidad pública que pertenece a la Junta de Andalucía, por lo que siguen reclamando su derecho a contar con escrituras de sus viviendas. “Es el principal problema que tenemos”, señala Rafael Pato, pero eso sí, quiere ser optimista: “No podemos perder la esperanza”, aunque admite que “es difícil por lo diseminadas que están las viviendas”.

La población de Gibalbín, por la escasa oferta educativa —el único colegio de la barriada solo da clases hasta sexto de Primaria— y de ocio —con un campo de fútbol en condiciones muy mejorables como único divertimento—, envejece a pasos agigantados. La edad media aumenta sin remedio en un lugar en el que los jóvenes “no se quedan”, lamenta Manuel Iglesias, presidente de la asociación de mayores Los Baños. Él preside la organización desde su creación y recuerda cuando en la barriada no tenían ni luz. “Nos tenemos que unir nosotros, porque apenas tenemos ayuda de fuera”, dice. De hecho, Gibalbín también tiene asociación juvenil, de mujeres y Asociación de Madres y Padres de Alumnos (Ampa), que está inmersa en una batalla para evitar la “muerte” del colegio. “Nos están obligando a movernos, pero no queremos, por eso luchamos”, dice Rosario Sierra, conocida como Chari, presidenta de la Ampa.

El CEIP Gibalbín se encuentra en apuros. El centro tiene 44 alumnos, de entre primero y sexto de Primaria, y desde hace unos cursos no es semi-D, es decir, no imparte hasta segundo de ESO. Los jóvenes que cursan Educación Secundaria Obligatoria deben hacerlo en el IES Almunia, a casi 30 kilómetros de distancia, por lo que llevan unos meses manifestándose, junto a los CEIP La Ina, Lomopardo y Nuestra Señora de la Paz, para intentar que no se ejecute el cambio de adscripción previsto por la delegación territorial de Educación para el curso que viene. Domingo Pato, de la asociación de vecinos El Castañar, relata que cada vez que se manifiestan en Cádiz o Jerez les supone un gasto de 200 euros alquilar un autobús para desplazarse, un “esfuerzo” que pueden realizar un número limitado de veces. “Saben que no podemos aguantar mucho así”, relata.

“Pretenden que haya fracaso escolar, porque dime tú las ganas de seguir estudiando que va a tener un niño de once años que sale de su casa a las siete de la mañana y vuelve cerca de las cuatro de la tarde”, sostiene Chari Sierra, que se pregunta: “¿Cuándo juega ese niño?” El centro perdió una profesora de apoyo y ahora cuenta con uno de Religión que no imparte clase porque no hay alumnos de Secundaria. “Tiene que estar esperando en su coche de 8:30 a 9:00 hasta que abran el colegio”, dice Chari, quien cuenta que los alumnos de Secundaria de Gibalbín se reparten entre el IES Almunia y Guadalcacín, porque en el primero no había más plazas disponibles. “Quieren terminar con las barriadas rurales, lo tengo clarísimo”, sostiene Sierra, que sin embargo reclama su derecho a residir en el lugar donde nació y donde tiene su vida. “Nos faltan muchos servicios, pero no tenemos el estrés que hay en la ciudad”, dice, una circunstancia que, según ella, “alarga la vida”.

Ella es de las pocas “privilegiadas” que trabaja y vive en Gibalbín, ya que es cocinera de uno de los bares de la barriada. El resto de vecinos se acogen a las temporadas agrícolas, sobre todo a la vendimia, para esquivar el paro. De hecho, hay épocas del año en la que rozan el 0% de desempleo, dice orgulloso su delegado de Alcaldía. Las viñas de Barbadillo son la salvación temporal para muchos de sus vecinos. Raro es el que no ha trabajado ahí. “La base del pueblo es la viña”, dice Rafael Pato, y continúa Paco, miembro de la asociación de mayores: “Gracias a Dios que la tenemos”. Él empezó a trabajar en ella a los catorce años, aunque luego hizo las maletas y se llevó trece años viviendo en Castellón, empleado en una fábrica de azulejos. “Esto no lo cambio por aquello”, dice sin dudar, y añade: “Yo era de los que decía barbaridades antes de irme, pero cuando llevaba tres meses fuera de mi tierra…, ¡ay! Como se vive aquí no se vive allí”. Él, como muchos de sus vecinos, no se considera jerezano. “Soy de Gibalbín”, espeta, dando muestra del orgullo que siente por su tierra.

Los problemas que les supone a todos residir en Gibalbín los sortean con humor y conscientes de que es el precio que tienen que pagar por tener la “tranquilidad” que todos destacan cuando se les pregunta qué tiene su barriada rural, la que está más lejos de Jerez, y donde se conoce que hubo asentamientos romanos y árabes —Gibalbín significa “montaña del pozo o del agua”— debido a su situación estratégica entre los puertos de Sevilla y Cádiz. Chari resume el sentir de los vecinos de la barriada: “La convivencia que hay aquí no la tienen en ningún lado, tengo que decir que soy jerezana porque dependo mucho de Jerez, no me queda otra, pero me siento de Gibalbín. Que no nos quiten más nada”.

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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