Mientras los demás posan, Rosario Morales Iglesia, en su sillita de ruedas, está ensimismada observando su placa. La sujeta con cuidado —sobre su regazo— y vuelve a contemplarla. Su familia, detrás de las cámaras, chasquea los dedos para que alce la cara. Ella, con una sonrisa imborrable, se percata y les devuelve la mirada. Sus ojos brillan. No sabe por qué tanto reconocimiento, tantas palabras bonitas. Y mientras una de sus nueve tataranietas sujeta un ramo de flores, su bisnieto, José Soto, de 22 años de edad, se encarga de bajarla por la rampa. Parece que fue ayer cuando cada sábado le decía: "José, vámonos a la plaza a comprar mandaos". Pero cuando su hija la mayor falleció hace más de una década, su cabeza, a modo de respuesta, se abrigó por el olvido y perdió toda autonomía.

Desde que su marido falleciera a los 25 años de edad por un accidente laboral en González Byass, ella se echó la familia, el trabajo y la casa sobre sus espaldas. Hasta se podría decir que cargó con todo el vecindario. "A ella todos la llaman la abuela Rosario. Cogía una olla de comida y se lo daba a todo aquel que lo necesitara", expresa José Postigo Morales, el pequeño de sus cinco hijos y el único que queda con vida. Pero ahora, con casi 103 años —la mujer con más edad de la ciudad en la actualidad— y eso que siempre se llamó demencia senil, es ella quien recibe todos los cuidados.

Nacida el 23 de noviembre de 1914, Rosario, a los 23 años, se vio en mitad de la Guerra Civil viuda y con tres niños en el mundo. Ante esta situación se fue a vivir a la calle Luis Pérez junto con su madre y su hermana Ana, además de su sobrino Perico, hijo de uno de sus hermanos que fue fusilado por el bando franquista. Todavía hoy la familia desconoce dónde se encuentran sus restos, pero tampoco Rosario hablaba sobre ello. Solo escucharon historias de hambre: de carne de gato sobre el plato y de escenas de largas colas para recoger algo de comida. "Muchas hambres", espeta un familiar. Si bien Rosario siempre ha sido una persona muy cariñosa, buena, generosa y servicial; "si ella hubiese tenido, se lo hubiera dado a todos", también ha sido muy seria, callada y "muy cortada", incide su nieta. No obstante, la última caída que tuvo y el fallecimiento de su hija, hicieron que Rosario viviera una nueva vida: risueña, alocada, con ganas de mucha calle."Ahora nada más que quiere un cachondeo, una tontería", ríe su bisnieto José mientras enseña algunas imágenes donde aparece ella disfrazada con una peluca azul o con un pitillo en la boca. "Yo le canto y baila. Esto antes jamás hubiese pasado", agrega. "¿Cuándo iba a hacer ella esto?", se pregunta su nieta. Con casi 103 años Rosario ha sorprendido a todos. "Ahora es otra persona", dice un familiar. En la actualidad reside en San Telmo, en la calle Amistad, junto a su nieta y sus bisnietos —entre ellos José, quien no se aparta de ella—, además de una cuidadora. Pero antes, cuando podía valerse por sí misma, Rosario tenía por costumbre guardar Kinder Sorpresa en su nevera para cuando todos sus nietos y bisnietos fueran a verla, cada domingo. También eran constantes las visitas a casa de su hija la mayor, quien cuando Rosario tuvo un caída por las escaleras se decía: "Ay mi madre, que se va, que se va". "Y al final se fue ella antes que su madre", expresa con ternura la nieta de Rosario.

José Soto, que se ha criado con su bisabuela, recuerda algunos chascarrillos que pronunciaba a cada rato: "¿Esa rata quién la mata? Yo con mi pata". "¿Andeva regaera? Regaera fue a los toros y como no tenía abanico se abanicó con el jopo de un borrico". Coplillas que hoy entona su bisnieto entre risas. Ella, que trabajó como temporera en el campo y luego de sirvienta para una señora en la calle Sevilla, lo ha dado todo por su familia y por cualquiera que conociese. No hacía distinciones, el hambre de la guerra cala en los huesos y construye una personalidad repleta de bondad. Por ello hoy, tanto Jerez como una parte de su familia —30 en total y dos tataranietos que vienen en camino— han querido rendirle un homenaje en la XVII Semana de las personas mayores.

Rosario, sentadita en su silla, se gira hacia atrás. Busca a su nieta y señala el ramo de flores. "¿Eso de quién es?", pregunta con un solo gesto. "Tuyo, tuyo", le indica. Al instante, me mira y, con la ceja arqueada, vuelve a preguntar. "Que si se lo has regalado tú", le traducen. No puedo remediar reírme y ella, con una mirada que transmite paz y felicidad, pronuncia risueña: "Río hasta lloro". Y los demás rompen a carcajadas.

Sobre el autor:

claudia

Claudia González Romero

Periodista.

...saber más sobre el autor

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído