Los pinceles de Francisco José Retamero han ido reflejando a lo largo de cuatro décadas la involución de intramuros. El artista señala que la ruina vende, sobre todo entre sus clientes extranjeros.
Francisco José Retamero (Jerez, 1960) lleva toda la vida pintando. Lo suyo le viene de sangre. De su padre, José Retamero, que murió el pasado junio a los 90 años de edad —y prácticamente con el pincel en la mano— aprendió la técnica, aunque confiesa que al principio tenían sus disputas “porque yo hacía lo que me daba la gana”. Sin embargo, a diferencia de su progenitor y de sus hijos, que han seguido su camino en el mundo de la pintura, él no pasó por la Escuela de Artes. Estudió para administrativo —oficio que no ha ejercido nunca— porque entonces no tenía garantizado que fuera a ganarse la vida entre caballetes, lienzos y óleos, pero el destino ha querido que lleve nada menos que 40 años vendiendo cuadros.
Retamero, como es conocido en Jerez tal y como firma sus obras, ha plasmado prácticamente todas las calles, patios, fuentes, plazas, bodegas edificios y monumentos, tanto civiles como religiosos del centro de Jerez decenas y decenas de veces. Por eso, se puede decir que sus pinturas han ido reflejando desde hace décadas la evolución —o involución, según se mire— del casco histórico. “Hay calles que antes estaban bonitas y hoy dan pena”, afirma el pintor en su estudio del cada vez más desolado Zoco de Artesanía, donde apenas aguantan él y otra artesana. Los cambios más bruscos los ha notado especialmente en San Mateo. “La plaza la he llegado a pintar en un estado precioso y ahora solo ves caliches”, lamenta.
Paradójicamente, para algunos de sus clientes la ruina, como la arruga, es bella. Sobre todo a los extranjeros. “No se qué ven los americanos, pero les gusta comprar cuadros de desconchones”, afirma. Sus pinturas también quieren ser críticas. Por eso no solo muestra el esplendor de San Miguel o Santiago o la belleza de un patio de una bodega jerezana. Si Goya reflejó los desastres de la guerra, Retamero hace lo propio con los desastres del centro histórico. Nubes sobre la Ciudad del Flamenco es como ha bautizado el cuadro en el que refleja en primer término la horrenda valla de chapa que protegía la inconclusa obra de la plaza Belén; “Decadencia” ha denominado a otra de sus obras, en la que encontramos una ventana de una de las fachadas semiderruidas de la calle Juana de Dios Lacoste. Y simplemente calle Liebre y calle Flores son los nombres de otras dos de sus pinturas que muestran, respectivamente, ambas vías de intramuros, también pasto de los jaramagos y los desconchones. Pintó también, aunque lo vendió pronto, lo poco que queda del muro del antiguo horno de pan de la cuesta de Orbaneja. Aun así, Retamero idealiza algunas de estas pinturas. Elimina señales de tráfico, semáforos o aparatos de aire acondicionados, con lo cual, y a pesar de la ruina, la estampa es menos cruel que la que refleja la realidad.
“Yo aquí estoy muy inspirado”, señala desde su estudio con vistas a los jaramagos de la Ciudad del Flamenco. Todos los días, de camino a Curtidores desde La Plata, donde vive, presta atención al entorno para buscar una nueva imagen que reflejar en sus pinturas, y lamentablemente pocos lugares, por no decir ninguno, encuentra bien conservados en intramuros. Por eso ya tiene en mente una exposición que medita llamarla El Jerez que pudo haber sido, una veintena de obras que aún tiene que pintar y que reflejarán las zonas más castigadas del centro, pero idealizadas, esto es, sin desconchones ni matojos, ni ruina. En su lugar, paredes encaladas y flores. Pero también echará a volar su imaginación, pintando una plaza Belén que estará lejos de la que ha proyectado el Ayuntamiento y en la que mostrará elegantes escaleras y balaustradas, así como verdes y cuidados jardines. “Igual cuando lo tenga listo se lo paso al Ayuntamiento, por si quiere cambiar el proyecto”.
Comentarios