Este jerezano lleva seis años viviendo en un pequeño pueblo en Alsacia, a donde llegó por amor. Tras unos comienzos difíciles, ya se ve viviendo en el país galo toda la vida.
Carlos apenas chapurreaba el francés cuando en 2011 pisó el país galo. Con un cursillo exprés para aprender lo básico y poder desenvolverse y mucha ilusión en las maletas se montó en un avión que lo llevaría a Alsacia. Allí le esperaba un mundo nuevo, pero también Odile, la mujer que lo había enamorado durante su etapa como estudiante en Sevilla. Licenciado en Historia y máster en Arqueología, su vida cambió cuando conoció a una chica francesa, estudiante de Erasmus en la capital hispalense. Tras una fiesta surgió el flechazo y un noviazgo que, el pasado verano de 2016, acabó en matrimonio en el encantador pueblo de Geispolsheim, pequeña localidad del departamento del Bajo Rhin, a apenas unos kilómetros de Estrasburgo.
“Me fui a Francia por amor”, reconoce Carlos, gran apasionado del flamenco –sobre todo de La Paquera y Enrique Morente-, y del Xerez, antes del Club Deportivo y ahora del FC “porque no quería seguir dándole dinero a gente que no piensa en Jerez y en sus valores”. De hecho, sigue sacándose todos los años el abono –es el socio número 200- aunque esté a miles de kilómetros de casa y no pueda pisar el estadio de Chapín.
Carlos es actualmente profesor de español, aunque recién aterrizado en Francia trabajó de pescadero en un supermercado. Apenas fue una semana, pero admite que sus inicios en el país vecino fueron “difíciles”. “Estaba estresado, no encontraba trabajo y para alquilar un piso me pedían un montón de papeles”. Afortunadamente, su suegra le abrió las puertas de su casa hasta que pudo encontrar un pequeño piso en Estrasburgo. Luego llegaría su primer trabajo formal, como profesor de lengua española en una academia gracias a que antes de viajar a Francia se había formado para enseñar español a extranjeros a través del instituto Cervantes. A nivel privado estuvo dos años hasta que en 2014 aprobó las oposiciones para poder dar clases en la escuela pública, donde actualmente ejerce en dos colegios y un instituto en las localidades de Marckholsheim, Selestat y Estrasburgo. Su metodología de trabajo incluye profundizar en la cultura y costumbres españolas y, en este sentido, Carlos también ahonda en las raíces jerezanas. “Mis niños ya diferencian una alegría de una bulería, saben quién es la Paquera, saben tocar palmas por bulería…”, cuenta orgulloso.
Con un trabajo estable, una pareja a la que ama y una gran calidad de vida, Carlos reconoce que se ve viviendo en Francia “al menos hasta que me jubile”. Sin embargo, lógicamente, de Jerez echa de menos a su familia y amigos, el clima, sus tabancos, el flamenco, el carácter de su gente y la vida en la calle ya que en Francia “la gente es más de quedar en casa y restaurantes”. También, a pesar de la distancia, se interesa a diario por la actualidad de su ciudad a través de internet, lo que le hace tener un sentido crítico por las cosas que se hacen y se han hecho: “la gente tiene que tomar las riendas de nuestra ciudad”, señala, a la vez que pide apostar por lo público: “¿Por qué se privatizó Ajemsa si daba beneficios?”. En este sentido, apunta a las diferencias culturales “muy grandes” que hay en Francia cuando se habla de lo público. “Aquí el Ayuntamiento pone flores en todos lados y no se las llevan. Aquí la gente en cuanto escucha algo de corrupción se echa encima del corrupto que, o dimite o no dura un segundo de más en su cargo por la presión popular que hay”.
Si bien su ‘exilio’ se debe más a causas amorosas que laborales –aunque reconoce que no sabe si ahora mismo estaría ejerciendo la arqueología en España- anima a cualquiera a que haga las maletas si no encuentra un trabajo estable en Jerez porque considera que “a día de hoy no hay que tener miedo a viajar ni a aprender un idioma nuevo. Yo, de hecho, nunca me imaginé que acabaría en Francia y ya creo que me quedaré aquí toda la vida”.
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