Tras las huellas de un animal fantástico por la sierra de Cádiz.

Herederos de aquellos animales mitológicos del mundo clásico (centauros y gorgonas, quimeras y arpías, esfinges y unicornios) aunque con bastante menos literatura a sus espaldas, perviven también en la memoria colectiva del mundo rural seres fantásticos que, mucho más modestos que los citados, han poblado durante siglos las leyendas y cuentos de nuestros pueblos. En esta amplia nómina de animales fabulosos encontramos más cerca de nosotros especies como el basilisco, el murgaño o musgaño, la tarasca, el ardacho, el culebré… Entre los más populares de nuestras latitudes se citan también otros como el gambusino o gamusino, la alicántara, el eslabón, el ardacho, el saetón, la temida bicha… 

Además de compartir ese mismo 'hábitat' de lo fantástico, si hay alguna característica común a todos ellos es que, desplegando su variada suerte de fieros atributos, pican, muerden, adormecen o envenenan a sus víctimas.  Así, por ejemplo, se dice en Extremadura que “si te pica un murgaño no vives un año”, y en la sierra de Madrid, se asegura que “si te pica un eslabón vas directo al panteón”.

De aquellos animalarios medievales, perdido en los estantes del tiempo y del olvido, rescatamos hoy el mito del 'alicante'. El lector avisado tendrá que tomar, en todo caso, las debidas prevenciones ya que este curioso animal, que puebla ese territorio misterioso donde la realidad se confunde con la imaginación, es una bestia muy peligrosa que puede morder y picar a quienes se adentran en sus dominios.

Por la sierra de Cádiz, a la búsqueda del 'alicante'

Todo empezó hace casi treinta años, en 1985, cuando preparábamos con Carlos Bel la Guía Naturalista de la Sierra Norte (1) recorriendo los rincones más escondidos de las serranías gaditanas. Fue entonces cuando oímos hablar por primera vez del “alicante”, un extraño animal en cuya pista nos puso nuestro amigo Adolfo Etchemendi, quien por entonces trabajaba como maestro en Zahara. Desde el primer momento, nos fascinó aquel ser misterioso y enigmático que “habitaba” en el imaginario colectivo de los pueblos de la sierra, uno de los últimos representantes de esa zoología fantástica, a mitad de camino entre lo legendario y lo real. En la memoria popular se guardaban los relatos de encuentros con 'el alicante' que habían transmitido cabreros y cazadores furtivos, leñadores y carboneros, bandoleros, arrieros, rebuscadores que recorren los montes con su saco de arpillera… Quienes andaban por los parajes más abruptos y recónditos de la sierra, tarde o temprano se arriesgaban a cruzarse en el camino de aquel misterioso y peligroso animal que la superstición había mantenido vivo durante siglos.
Poco tiempo después, en las proximidades de Arroyomolinos, tuvimos la suerte de encontrarnos una tarde con S. T., un pastor zahareño quién nos aportó curiosos datos y dichos sobre las creencias populares en torno al 'alicante', nos puso al tanto de los riesgos a  los que quedábamos expuestos en un hipotético encuentro con aquel animal y completó la información que Adolfo nos había facilitado acerca de su fisonomía y de los “lugares” en los que habitaba. Desde entonces hemos seguido su pista por los rincones más ásperos y anfractuosos de la sierra y, cada vez que cruzamos por el interior de un bosque, o cuando caminamos por pedregales y riscos, siempre que caminamos solos por lugares apartados y escondidos… tememos encontrarnos con el temible 'alicante'.

Un enigmático animal

Sobre este extraño animal se han publicado varios estudios entre los que destacamos el de José Gilabert Carrillo, “La alicántara, el alicante y el saetón” (2), una deliciosa investigación sobre algunos de estos seres de leyenda que pueblan nuestros montes, que recomendamos al lector curioso, y que nos ha sido muy útil para completar los datos que recogimos de primera mano en distintos lugares de la sierra de Cádiz. En la serranía de Grazalema y también en otros puntos de Los Alcornocales, el imaginario popular, asocia al 'alicante', mayoritariamente, con un reptil. Es curioso como cazadores, pastores, y lugareños (habitualmente personas mayores) afirmaban haberse tropezado en alguna ocasión con él. Y no es extraño que así sea, como veremos más adelante.
Algunos refranes serranos están dedicados a este curioso animal. Se dice por ejemplo que “si la víbora corriera y el alicante viera, nadie a la sierra fuera”, existiendo también la variante que afirma que “si el alicante viera y la víbora oyera, no habría hombre que al campo saliera”. Otro dicho, nos pone en la pista de que el alicante carece de patas: “si el alicante viera y corriera, nadie a la sierra fuera”. Entre las características físicas más destacadas de este 'animal', las diferentes descripciones parecen apuntar a una serie de rasgos que se resumen en: cuerpo alargado y cilíndrico, ápodo (o con patas muy cortas), desplazamiento reptante, peludo (en la mayoría de los casos), dentado… y -en muchas descripciones- ciego. Su principal mecanismo de defensa es la picadura o mordedura que, según las distintas fuentes, pueden llegar a ser venenosas y aún mortales. De ahí el dicho conocido en algunos pueblos de “si te pica un alicante, busca un cura que te cante”, o el que se conoce por otras provincias: “a quien le pica el alicante muere al instante” (2).

En la primera edición del Diccionario de la Lengua (1726) encontramos ya una completa y detallada descripción del 'alicante' que refuerza algunos de los mitos que aún pervivían en el siglo XVIII en el imaginario popular definiendo a nuestro animal como “(…) Espécie de culébra conocida en tierra de Sevilla, corta como de vara y média, gruessa como la pierna de un hombre, la cabeza mayor de lo que corresponde á este tamaño. Tiene muchos dientes como colmillos de gato, la piel manchada de pardo obscuro sobre campo ceniciento, y en alguna se ha visto verde claro: las labores que forman las  manchas son como en la víbora. Es ferocísima, y embiste aunque no la inquieten. Su veneno es mortal, y á más de esto es tanta su fuerza, que suele despedazar y matar á un hombre. Hállase rara vez”.(3) Como ven, una descripción inquietante que más parece apuntar a un animal fantástico que a uno real.

Intentando aclarar el misterio

Como nuestros pacientes lectores ya habrán podido suponer, tras el halo de leyenda que rodea a esta peligrosa bicha, hay un animal real (o tal vez varios), deformado e idealizado por las visiones que de él se tienen en la soledad del monte, unas veces por la superstición y otras por el miedo. Entonces, ¿existe realmente el alicante?

El diccionario de la R.A.E en su edición más reciente, abandona ya aquella descripción del animal que lo situaba en las fronteras de lo fantástico, definiendo al “alicante” como “especie de víbora de siete a ocho decímetros de largo y de hocico remangado. Es muy venenosa y se cría en todo el mediodía de Europa”. Para muchos autores, esta especie se identifica con la víbora hocicuda (Vipera latastei). Por su parte, el Larousse lo define como “víbora de unos 80 cm. de longitud, con un pequeño cuerno blando en el extremo del hocico. Tienen el cuerpo macizo y de color blanquecino, gris azulado o pardo con manchas de colores vivos. Son muy venenosas y viven en el Sur de Europa. Especie Vipera latastei y V. ammodytes”. Esta última especie es la conocida popularmente como víbora cornuda. Paz Martín Ferrero, en su Diccionario Rural  sobre el habla de los pueblos de Cádiz( 4), cita a la “alicanta” como “lución en Arcos, Olvera, Facinas, Castellar y otros lugares". Dado que no consta la presencia del lución en Cádiz, la autora debe referirse aleslizón, abudante en la provincia. Se trata de un saurio de cuerpo muy alargado y extremidades muy reducidas que semeja una pequeña serpiente con patas diminutas. 
Distintas fuentes (2), añaden a la lista de 'especies candidatas' a desbancar al 'alicante' de la zoología fantástica, otros ofidios como la culebra de herradura (Hemorrhois hippocrepis), la culebra bastarda (Malpolon monspessulanus) o la culebra de escalera (Rhinechis scalaris). No faltan tampoco los que consideran que esta feroz serpiente, esta peligrosa bicha, esta temible 'culebra peluda', no es un reptil sino un  mamífero. El candidato a ser identificado con el alicante sería, según distintos autores (notas 2 y 5), el meloncillo (Herpestes ichneumon), tan común en nuestros montes. Un rasgo característico de esta mangosta es que las crías siguen a la madre en fila india, de modo que este 'tren de meloncillos', visto pasar fugazmente entre la cerrada espesura del monte pueda  parecerse a la “culebra gruesa y peluda” a la que aluden muchas de las descripciones populares referidas al alicante.

No nos resistimos a traer aquí el testimonio que sobre nuestro miserioso animal, aporta Mauricio González-Gordon, naturalista de gran prestigio, impulsor del Parque Nacional de Doñana y de la Sociedad Española de Ornitología. En uno de los capítulos del libro dedicado a W.H. Riddell, pintor y naturalista (5), cuenta González-Gordon que cuando era apenas un joven, visitaba a Riddell en su Castillo de Arcos y, en sus conversaciones, no faltaban nunca las referencias a la caza, a los avistamientos de aves, y a los animales en general. Riddell tenía también especial interés por esas otras especies faunísticas que poblaban la imaginación de los  pueblos serranos y así, señala González Gordon que “en varias ocasiones dedicamos también ratos al animal legendario 'Alicante', del que tanto él, como yo habíamos oído hablar y que los hombres del campo describían como “culebra gruesa y peluda con dientes de gato, venenosa y muy peligrosa”. Ninguno de los que decían haber visto un 'alicante' fueron capaces de “cobrarlo”, a pesar de llevar escopeta cuando lo vieron reptando en el monte bajo. El no disparar lo atribuían a haber quedado “alobados”. Riddell decidió ofrecer, y así creo que lo hizo, la cantidad de cincuenta libras esterlinas a quien le trajera un 'alicante', vivo o muerto. Me explicaba que el creía que lo que en aquellos tiempos se consideraba una culebra gruesa y peluda era sencillamente una familia de Meloncillos, caminando en fila india, enganchados unos a otros para no perderse, como es costumbre en ciertos animales de monte bajo y espeso… Recientemente he comentado el asunto con Miguel Delibes y cree, como Riddell,  que el mítico 'alicante' debe haber surgido de esta costumbre de ciertos animales, como los meloncillos, de andar con las crías en fila india y si en alguna ocasión se les disparaba se rompía en “trozos” que desaparecían en distintas direcciones desconcertando al cazador que huía del lugar". Curiosa explicación de estos reputados naturalistas que apuntan una más que probable solución al misterio del alicante.(6)
Pese a todo, cuando caminamos por parajes solitarios de la sierra, cuando nos adentramos en un bosque cerrado o paseamos por el monte, cada vez que escuchamos un brusco movimiento de ramas entre la espesura, nos parece sentir la cercanía de este fantástico animal. Entonces recordamos las palabras de M. González Gordon y de W. Riddell y, con una sonrisa, seguimos nuestro camino confiando en que, pese a todo, el mito y la leyenda del alicante no se pierdan.

Para saber más:
(1) Bel Ortega, Carlos y García Lázaro, Agustín (1990): La Sierra Norte. Guías naturalistas de la Provincia de Cádiz. Diputación Provincial de Cádiz. Pgs. 73 y 101.
(2) Gilabert Carrillo, J.: La alicántara, el alicante y el saetón, 2008. http://www.lacasadelarbol.es/4AAS.pdf
(3) Diccionario de la Lengua Castellana. Tomo I que contiene las letras A y B. Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro. Impresor de la Real Academia, 1726. Voz “Alicante”, p. 212.
(4) Martín Ferrero, Paz.: El Habla de los pueblos de Cádiz. Diccionario Rural. Quorum Libros Editores, Cádiz, 1999
(5) VV.AA.: W.H. Riddell. Pintor y Naturalista 1880-1946. Caja San Fernando, Diputación de Cádiz y Asociación de amigos del parque Natural de los Alcornocales. 2002. Pg. 21-23
(6) Pese a la pervivencia del 'mito' del 'alicante', resulta llamativo que no se recoja ningún relato ni alusión sobre él en la excelente publicación de J.A. del Río Cabrera y M. Pérez Bautista, Cuentos Populares de Animales de la Sierra de Cádiz, Publicaciones de la Universidad de Cádiz. Diputación provincial, 1998.

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Jorge Miró

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