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Paco Camas, como representante del Ayuntamiento, fue el encargado de iniciar la sesión. En primer lugar, nos ofreció un retrato biográfico y literario de Sara Herrera Peralta: “Nació en Jerez de la Frontera (Cádiz) en 1980, aunque reside en Toulouse (Francia). Ha publicado los libros de poemas La selva en que caí (2007), De ida y vuelta (Premio Internacional de Poesía Joven “Martín García Ramos”; 2009), Provocatio (Premio “Ana de Valle”; 2010), Sin cobertura (La Bella Varsovia, 2010), Shock (2011), Mamá era Ilsa Lund al principio de todo (2012), Hay una araña en mi clavícula (2012), Quien mire hacia abajo, pierde (2013) y Documentum (Premio “Carmen Conde”; 2014). Es Premio “Voces Nuevas” (2007). Sus poemas han sido incluidos en numerosas antologías y revistas de España, Francia, Italia y Latinoamérica, y traducidos al inglés, italiano, francés y portugués. En 2013 su obra fue estudiada por el poeta Alberto García-Teresa en su tesis Poesía de la conciencia crítica, 1987-2011.” Respecto a su estilo poético, Paco Camas comentó el condensado esbozo que aparece en la contraportada del libro, editado por La Bella Varsovia. En su poesía –leyó– caben la ternura y el humor que nos recuerdan a Wisława Szymborska, pero también la crudeza de sus golpes. Hombres que cantan nanas al amanecer y comen cebolla es una obra escrita desde la rabia ante la injusticia y escrita también desde el daño ante las pérdidas. Lo que ocurre a otros nos duele muy adentro, lo que nos sucede devasta el mundo que conocemos: poesía social, poesía también de la emoción. A continuación Daniel López García (Sevilla, 1980) realizó un detallado análisis del libro. Sara Herrera intercalaba la lectura de los poemas que iba mencionando este periodista y escritor que tan bien conoce la obra de la autora. Daniel ya ha publicado varias reseñas de sus anteriores libros y algunas entrevistas. Es Licenciado en Comunicación Audiovisual y Máster en Literatura General y Comparada por la Universidad de Sevilla. Su investigación académica está centrada en el estudio comparado de la literatura dramática de mitad del siglo XX en EEUU y el teatro español actual. Esta labor académica le ha llevado a participar en varios congresos internacionales de literatura. Realiza crítica literaria en diversos medios y es miembro del colectivo de escritores Cinco en breve. Daniel López sostiene que en Hombres que cantan nanas al amanecer y comen cebolla cabe encontrar dos senderos poéticos diferentes pero entrelazados, dos dimensiones. Por un lado, hay una poesía personal que muestra los desgarros de la vida, donde aparecen los esfuerzos poéticos por superar las adversidades, los contratiempos vitales y personales. Es una poesía que acude a la memoria para recuperar la belleza del presente, esa belleza formal que nos ayuda a seguir viviendo. Por otro, hay una poesía social, ética y política, comprometida con las injusticias, las desigualdades y el sufrimiento humano que nos rodea. No se trata de una poesía política revolucionaria o de partido, de banderas, sino de una voz poética que pone en evidencia las contradicciones. Para Sara Herrera lo personal también es político –dice Daniel.  Estas dos dimensiones confluyen en muchos de sus poemas. La desgracia es necesaria porque para celebrar la vida hay que hacer frente a lo que nos rodea, tanto en el plano individual como social. Amar la vida es reconocer la herida, una herida que está abierta. Sin embargo, es una poesía vitalista. Se trata de acumular vivencias para que esa herida sea imperceptible o menos dolorosa. ¿Quiere decir todo esto que Sara Herrera es optimista respecto a la función de la poesía en nuestra sociedad? Parece que no. “Hay cosas más importantes –dice Sara–, como salvar una vida o educar a un niño.” No espera que los poetas desencadenen grandes transformaciones sociales. Escribe en primer lugar para ella misma. Quizás como una forma de soportar la vida generando belleza, o al menos, persiguiéndola con sus escritos. La poesía sólo sirve para acercarnos a lo doloroso de la vida: nos ayuda a comprenderlo. Ironía y realismo impregnan sus textos. En la entrevista que aparece publicada en El papel de La Voz afirma: “La poesía es para mí una forma de comunicación conmigo misma y con los demás, una forma de estar en el mundo. Se puede escribir también para salvarse.” Los abuelos, el dolor, la memoria del cuerpo, los seres queridos que se fueron, el miedo, memoria personal y memoria colectiva, identidad, la muerte, los desengaños, la mujer, lo femenino, la soledad, la indignación,… Este libro, dice Daniel, contiene poemas que enlazan con la obra anterior de Sara y, en la segunda parte, versos que muestran otro estilo, más arriesgado. Utiliza, por ejemplo, tiempos verbales que derivan en sustantivos para captar la esencia del instante. Es el libro más largo que ha escrito –dice Sara. Ha tardado cinco años en perfilarlo. De ahí que recoja esa transición. Los poemas de la segunda parte son similares a lo que ahora mismo está escribiendo y permanece inédito. Nunca acabas un poema, lo abandonas –aclara. Y respecto a las influencias literarias, menciona a la Generación del 27, luego los poetas de la segunda mitad del siglo XX, que hablan de lo social, como José Hierro, Ángel González, Valente o Goytisolo, y las nuevas poetas, como Sofía Castañón, Elena Medel, Lola Nieto, las actuales. Y ahora busca voces poéticas fuera, en otros  países. Destaca especialmente a Wisława Szymborska (1923-2012), con la que se siente muy identificada, por su ironía y simplicidad. La portada del libro, una Judith moderna, es una obra de la artista jerezana María Melero, que ya expuso sus trabajos en la Sala Barbablanca de lavozdelsur.es. Ilustra muy bien –dijo Sara– lo que trasmite el libro: a veces es necesario cortar con eso que nos agarra y quita la libertad.

        BLUES NEGRO

 

Hablo de los hombres y mujeres que han

  perdido

la voz entre las rejas de una casa,

hablo de los valientes que fueron valientes

cuando alguien les llamó traidor o de un bando

que era un bando que perdía.

Hablo del que lleva la rosa clavada entre los

  dientes

y las manos atadas con esposas,

hablo del niño que corrió campo a través

para buscar a sus abuelos,

enterrados nadie sabe dónde.

Hablo de lo mismo que hablan las

  generaciones

pasadas a pesar de que este mundo

intuya que el olvido es un arma de fuego

contra todo aquel que lucha.

No me traigan modas ni tendencias,

de lo que yo hablo es de lo mismo que han

hablado

mis padres con sus padres

o mis abuelos con los suyos.

Cuando hablo de esos hombres y mujeres

que han perdido todo o casi todo,

hablo desde la lejanía del mundo,

desde esta angostura que atraviesa

ciudades, rostros y países

respondiendo a esos que insisten

en que hay que ser moderno.

Hablo de lo mismo que tú hablarías

de no haber sido yunque o piedra

frente al hombre que murió de espaldas,

fusilado frente al muro.

Y hablo de esos hombres y mujeres

porque todavía están llamándonos los muertos

y saben nuestros nombres.

Sobre el autor:

juan carlos gonzalez

Juan Carlos González

Filósofo

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