La casa donde vivió de pequeña 'La Faraona', en la calle Sol, en pleno barrio de San Miguel, está hoy olvidada. Una placa, varias fotos y una bandera recuerdan que nació allí, aunque hay quien diga que no.
“¿Quién va a vivir ahí? Sólo el espíritu de Lola”, dice un joven que arregla una moto a pocos de la puerta del número 45 de la calle Sol, en pleno barrio de San Miguel. Ahí nació La Faraona. O se supone. Porque hay quien dice que no. Pero es la ‘oficial’. Este 21 de enero Lola hubiera cumplido 93 años. Por eso no ha sido extraño ver a cámaras y numerosos periodistas por la calle.
“Hoy ha venido todo el mundo, pero aquí nada más que hay moscas”, dice el mismo joven de antes mientras se agacha, llave en mano, a reparar la moto que le lleva dando dolores de cabeza desde por la mañana. “¡Lola! Jerezana, andaluza y española, emperaora, empaque de tronío, temperamento, genio y figura e incomparable, tu barrio de San Miguel te adora porque fuiste la más grande emperaora”, recoge un cartel colocado en la puerta de la vivienda y firmado por Malvido, un vecino.
Los más veteranos del lugar hasta recuerdan que Lolita, en más de una ocasión, llegó “a las tantas” pidiéndoles llaves de la casa. “He visto venir a Antonio y a las niñas”, dice otro vecino
Allí, incomprensiblemente, aparte de una placa, varias banderas, y fotos de Lola Flores, no queda nada. El interior está destrozado. “La casa la compraron unos chavales para montar un estudio de arquitectura, empezaron a desmontarlo todo pero no le dieron permiso para edificar”, cuenta Juan, que vive justo al lado. Y así se quedó. Solo varios tabiques, poco más hay en los apenas 60 metros que tiene la vivienda.
Lola dejó la casa muy joven. Era casi una niña cuando se fue a Madrid. Pero en la calle Sol se siguen acordando de ella. “Venía, bailaba, cantaba y se iba. La gente la quería mucho”, cuenta Manoli, una vecina de la calle. “Encarnilla salía y montaban una…”, añade. Y también Pepe, que vivía varios números calle abajo, que tenía 98 años y falleció hace apenas unas semanas. De los pocos que habían coincidido con Lola cuando vivía ahí.
Y se apena por el estado actual de la vivienda: “Es una lástima cómo está esto”. Aunque ahora está ‘visitable’. Ha vivido tiempos peores. Juan, pared con pared con la casa de Lola, cuenta que fue él mismo quien pintó la fachada junto a un amigo aprovechando que estaba dándole una mano de pintura a la suya. “Y la placa la limpié yo”, dice. La que pone “Aquí nació Lola Flores”, instalada en febrero de 1957 y que hasta hace poco “estaba negra, no se veía”.
La casa, desde que dejó de pertenecer a la familia Flores, ha sido un despacho de vinos, un fallido estudio de arquitectura y la vivienda interruptus de una familia del norte de España que no llegó a habitarla. Cuatro millones de pesetas le costó a un matrimonio de San Sebastián a principios de los 2000, en una subasta tras serle embargada a los Flores. Luego, cuando decidió que no iba a vivir en ella se la ofreció a los vecinos. “Lo mismo si no nos pilla empezando a pagar mi hipoteca, la hubiera comprado”, dice Manoli. Poco después, apenas unos meses, ya costaba más de nueve millones.
Los más veteranos del lugar hasta recuerdan que Lolita, en más de una ocasión, llegó “a las tantas” pidiéndoles llaves de la casa. “He visto venir a Antonio y a las niñas”, dice otro vecino. La última de la familia que se acercó al 45 de Sol fue Elena Furiase, hija de Lolita y nieta de Lola, para grabar un programa sobre su abuela. “Nosotros nos hicimos fotos con ella”, recuerda Manoli, que lleva toda su vida viviendo en esta calle, que ahora, con el paso de los años, se ha ido deshabitando. En realidad, nada es igual desde que no están los Flores. “Raro es el día que no viene alguien”, dice. Es una especie de lugar de peregrinación de los amantes del flamenco, aunque no se potencie a nivel turístico. “Todos los días se para algún coche de caballos con extranjeros, echan dos fotos, y se van”, cuenta Manoli.
Hasta Google, el buscador por excelencia, la recuerda el día de su cumpleaños. Su huella, por muchos años que pasen, no se borra. Al contrario, se agranda la leyenda. “No canta ni baila, pero no se la pierdan”, llegó a decir de ella The New York Times tras actuar en el Madison Square Garden en 1979. En su casa, donde se supone que nació, perduran fotos color sepia, despintadas por las inclemencias del tiempo, y cada cierto tiempo renuevan las flores.
Lejos queda el proyecto de la casa-museo de Lola Flores que se iba a realizar en el palacio de Villapanés. 800.000 euros se presupuestaron, pero se quedó en el olvido. Ahora, un nuevo maná en forma de fondos europeos se espera que llegue a la ciudad para, entre otras cosas, recuperar este proyecto. El tiempo dará o quitará razones. Mientras tanto serán los propios vecinos quienes mantengan vivo su recuerdo.
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