Llevábamos bastante tiempo queriendo dedicarle un artículo a una de las grandes firmas de la canción europea. Franco Battiato, "pensautor" y antidivo, acompaña al público de habla española desde sus exitosas versiones de mediados de los ochenta, pues el siciliano ha probado, sin ningún complejo y con irregulares resultados, la mitad de los idiomas europeos y otros tantos que no lo son. Pero sería un crimen reducirlo a aquel cantante culto y un pelín hortera que acompañó las noches de nuestros mayores con sus danzas sobre zíngaros del desierto. Battiato es, excusen el tópico, un artista total, que acumula de tal manera géneros y generaciones que el principal problema que tenemos a la hora de escribir sobre él es… por dónde abordarlo. ¿Hablamos de aquel joven de aspecto estrambótico que recibía los mayores laureles  de la vanguardia (como el premio Stöckhausen) por un disco de temas de un solo acorde (L'Egitto prima delle sabbie, 1974)? ¿O del cantante de synth pop que una década después falló en Eurovisión pese a calzar una de las canciones más pegadizas que se han oído en el festival (“I treni di Tozeur”)? ¿Del cineasta que ha reunido a Lindo Ferretti y un Alejandro Jodorowsky con peluca en verdaderas películas de arte y empacho? ¿O de la máquina de hacer hits para la pista de baile con letras impensables como “Yo prefiero la ensalada a Beethoven y Sinatra / a Vivaldi uvas pasas, que me dan más calorías”? Rock progresivo, música ligera, noise, ópera, canción del verano, neorromanticismo, techno, lieder alemán, el "free-jazz-punk inglese"…  Nos rendimos. Vamos a centrarnos en un aspecto más desconocido de la polisémica declinación del verbo hiperbólico Battiato. Su faceta mística. Como lo oyen. Quien preste un mínimo de atención a letras de éxitos como “L’animale” se dará cuenta de que estas composiciones no hablan tanto de amores y desamores (aunque por defecto tendemos a interpretar cualquier canción en esa clave), como de urgencias más existenciales, por no decir religiosas. No dudamos que Battiato se ha embarcado en la aventura del espíritu a su modo sincrético, tomando lo mejor de cada tradición que se ha cruzado.  Sin ir más lejos, ha publicado recientemente un libro-disco sobre la doctrina del Bardo ('Attraversando il Bardo'), el turbulento estado transicional que de acuerdo con los tibetanos tenemos que sufrir antes de introducirnos en la próxima reencarnación. Battiato, que medita con regularidad desde los años setenta, afirma estar convencido de la realidad de la reencarnación y sabe que en una vida anterior fue mujer. Battiato siempre estuvo muy apegado a su señora madre, haciéndose cargo de ella según los modos ancestrales sicilianos, y al morir ella se retiró a la falda del monte Etna, donde lleva una vida eremítica. Mientras él se prepara "para la muerte”, como declara a quien va a interrumpir el silencio del tesoro nacional, recordemos (como lo pondría uno de los nuestros, Ramiro Calle) aquellos sus "instantes de hiriente lucidez".   

Centro di gravittà permanente (1981)

El single del disco más celebrado de Battiato, La voce del padrone (1981), escondía, tras el característico batiburrillo de referencias, estilos e idiomas de aquella etapa, la influencia de un oscuro místico armenio llamado G. I. Gurdjieff, que obsesionó a Battiato durante siete años en los que practicó sus ejercicios espirituales e incluso se cambió de signo zodiacal. En 1985 fundaría la editorial L'Ottava, cuyo título gurdjieffiano no se presta a engaños, que publicó por primera vez en italiano varias de las obras del maestro y sus discípulos. El objetivo de las complejas teorías de Gurdjieff es armonizar los tres centros (emocional, corporal e intelectual) del ser humano para generar un hombre superior capaz de entrar en consonancia con la Fuente del universo. Esto se denominaba, en algunas de sus charlas, encontrar un “centro de gravedad” en torno al cual pudiera reorganizarse la fragmentada y caótica personalidad del hombre ordinario. 

Una vieja de Madrid con un sombrero, un paraguas de papel de arroz y caña de bambú. Capitanes valerosos, listos contrabandistas noctámbulos. Jesuitas en acción vestidos como unos bonzos en antiguas cortes con emperadores de la dinastía Ming

Busco un centro de gravedad permanente que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente, yo necesito un centro di gravità permanente che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose, sulla gente. Over and over again.

En las calles era mayo y caminábamos juntos contando entre bromas manojos de ortigas. No soporto ciertas modas, la falsa música rock, la new wave española, el free-jazz-punk inglés, ni la monserga africana.

Busco un centro de gravedad permanente que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente, yo necesito un centro di gravità permanente che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose, sulla gente. Over and over again.

G. I. Gurdjieff y Franco Battiato, maestro y discípulo.  

Voglio vederti danzare (1982)

Habrá quien se acuerde. Con este tema Battiato entró en las salas de baile españolas, como ya había entrado en las de esa parte de Europa que no exige que una canción esté en inglés para poderla bailar. Para la otra parte hizo una espantosa versión inglesa, que creemos conveniente no desenterrar. El poema de su letra es un homenaje al arte de la danza, o mejor, de las danzas de todo el mundo. Lo increíble es que Battiato consiguió que se bailara en (casi) todo el mundo. Pero no son danzas cualquiera: una mirada atenta descubrirá que se está hablando, sobre todo, de danzas sagradas, como las del “derviche tourneur que gira”, las  circunvalaciones de miles de personas en distintos lugares del globo, girando y girando sincrónicamente en loor de la Deidad. Eso sí, ninguna tan exótica como la del propio Battiato, que siempre tuvo un estilo despreocupado y harto peculiar.

Yo quiero verte danzar como los zíngaros del desierto con candelabros encima, o como los balineses en días de fiesta. Yo quiero verte danzar como derviche tourneur que gira sobre la espina dorsal al son de los cascabeles del kathakali.

Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza, danza. Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza.

Y la Radio Tirana transmite música balcánica mientras bailarines búlgaros, descalzos sobre braseros ardientes. En Irlanda del Norte, en verbenas de verano, la gente anciana que baila a ritmo de siete octavas.

Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza, danza. Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza.

En el ritmo obsesivo la clave de ritos tribales, reinos de hechizos y de los músicos gitanos rebeldes. En la baja Padana en verbenas de verano, la gente anciana que baila, viejos valses vieneses.

 

E ti vengo a cercare (1988)

La obra de Battiato cobra una dimensión espiritual más explícita a finales de los años ochenta, tras la publicación de Fisiognomica (1988). Entre saludos a los nómadas del espíritu (“Nomadi” de Juri Camisasca) y una descripción de la experiencia meditativa con texto de Fleur Jaeggy (“Oceano de silenzio”) encontramos una balada pegadiza dedicada… a la plegaria. Muestra, de refilón, la lucha interior de una de esas –pocas- estrellas de rock que se plantearon la renuncia ("...ci vuole un'altra vita"). 

Y te vengo a buscar, aunque sólo para verte o hablar porque requiero tu presencia para entender mejor mi esencia.

Este sentimiento popular nace de mecánicas divinas un arranque místico y sensual me encadena a ti.

Debería cambiar el objeto de mis deseos sin conformarme con las alegrías cotidianas, hacer como un ermitaño que renuncia a sí.

Y te vengo a buscar, con la excusa de tenerte que hablar porque me gusta lo que piensas y dices porque en ti veo mis raíces.

Este siglo ya se está acabando, saturado de parásitos sin dignidad, me empuja sólo a ser mejor, con más voluntad.

Emanciparme del sueño de las pasiones, buscar el uno por encima del bien y del mal, ser una imagen divina de esta realidad.

Y te vengo a buscar porque estoy bien contigo, porque requiero tu presencia.

 

L’ombra della luce (1991)

El método: apuntar una sola frase al día, hasta que en un mes haya brotado una canción. Una “canción” inusual en todos los aspectos. No sólo porque al Battiato sospechosamente barbado de los primeros noventa se le iba la mano con el Islam y el sufismo, sino porque rindió una de las cimas de la música espiritual del siglo veinte. Transcribimos la letra española, pero conviene echar un ojo a la versión árabe interpretada en Bagdad en 1992. 

Defiéndeme de las fuerzas contrarias, en el sueño nocturno cuando no soy consciente, cuando mi sendero se hace incierto.

Y no me dejes nunca más, no me dejes nunca más.

Devuélveme a las zonas más altas, a uno de los reinos de calma. Es tiempo de escapar de este ciclo de vida. Y no me dejes nunca más, no me dejes nunca más.

 ¿Por qué los gozos del más profundo afecto o del anhelo más sutil del pulso sólo son la sombra de la luz?

 Recuérdame lo infeliz que me siento lejos de todas tus leyes. ¿Cómo no malgastar el tiempo que me queda?

Y no me dejes nunca más, no me dejes nunca más.

¿Por qué la paz de ciertos monasterios o la armonía vibrante de todos mis sentidos sólo son la sombra de la luz?

 

Shock In My Town (1998)

Tras este momento de densa intimidad, recuperemos un poco de parafernalia esotérica. El experimental Gommalacca  (1998) arrancaba con una de las rimas más sórdidas de todos los tiempos: "Shock in My Town / Velvet Underground". En el videoclip Battiato dividía su atrezzo entre una túnica azafrán en los Himalayas y la toga de un extraño sacerdote egipcio digno de un videojuego. Porque Battiato, ante todo, pese a todo, es un rarísimo sentido del humor. Aquí no hay versión oficial al castellano (discúlpennos una traducción difícil).

Shock in my town. Velvet Underground. Oí gritos de furia de generaciones, ya sin pasado, de neoprimitivos, toscos cibernéticos señores de los anillos orgullo de los manicomios.

Me encontré alucinaciones. Estamos convirtiéndonos en insectos, similares a los insectos.

En mis órbitas se encuentran tribus de suburbanos, de aminoácidos. Latentes shock adicionales, shock adicionales. Despierta, despierta kundalini, despierta kundalini para escapar de la paranoia como después de un viaje con la mezcalina que termina mal en el retorno. 

Sobre el autor:

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Óscar Carrera

Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

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