La mejor obra de teatro de Maite y Jorge

Jorge y Maite, durante la entrevista, en el Espacio Caótica de Sevilla. FOTO: R.S.
Jorge y Maite, durante la entrevista, en el Espacio Caótica de Sevilla. FOTO: R.S.
25 de julio de 2018 a las 10:22h

A los 5 años, a Jorge Cuadrielli, (Concordia, Argentina, 1950) lo echaron de la escuela porque su madre le había quitado la foto de Juan Domingo Perón y su consorte, la mítica Evita, que llevaban todos los libros de texto en la portada. “Esos no son Dios”, afirmó su madre, que no simpatizaba con el movimiento peronista, al contrario que su padre.

La búsqueda de un lugar en el mundo iba a ser el sino de este hombre menudo, jovial y quilombero que a los nueve años pisó su primer grupo de teatro, donde firmó un compromiso político con la cultura y también con la justcia del que a sus 68 años aún no ha renunciado. “El teatro es mi libertad, es mi manera de luchar por un mundo más justo”, dice delante de Maite Lozano (Sevilla, 1961), su compañera, su esposa y la madre de dos de sus cuatro hijos, una trianera de la que se enamoró durante una visita fugaz a la capital andaluza por motivos teatrales en 1983.

Tras el golpe de Estado en Chile, que tuvo lugar el 11 de septiembre de 1973, en Argentina se empieza a revolver la situación política. La Triple A, los paramilitares fascistas de la Alianza Anticomunista Argentina, secuestran a un compañero de una comuna teatrera de Buenos Aires que habían fundado unos cuantos jóvenes, entre ellos Jorge Cuadrielli, porque creían en el teatro como una herramienta de transformación social. La policía llama por teléfono a la comuna: “Tenéis un mes para abandonar el país. No podemos garantizar vuestra seguridad”, les dicen sin anestesia.

En 1974, a la dictadura militar argentina le quedan dos años para triunfar, pero el ambiente político en el país se empieza a hacer irrespirable. Un barco italiano, fletado por un grupo de comunistas italianos con el que habían hecho camaradería a través de una gira por Europa, los espera para embarcar y huir de los paramilitares.

60 jóvenes utópicos, que habían creado un movimiento teatral en Buenos Aires con 5.000 suscriptores que ponían dinero de su bolsillo a favor de un teatro comprometido con la realidad política y social del país, se subieron al barco con destino al puerto italiano de Génova. Tardaron 18 días en llegar a suelo europeo; pero de haberse quedado en Argentina, hoy quizás Jorge formaría parte de los hijos ausentes de las Madres de Plaza de Mayo que fueron tirados al mar en los vuelos siniestros de la dictadura de Videla.

Jorge Cuadrielli y Maite Lozano, en Espacio Caótica de Sevilla, durante la entrevista.

"¿Y tú quién eres?"

En Italia, la comuna al completo se hospeda en casa de una compañera comunista italiana que, con el dinero que recibe de una herencia, compra una parcela que sirve de alojamiento, de lugar de ensayo, de reunión y de sala de teatro. Después de un año en Génova, Jorge abandona la comuna y se marcha a Milán. Desde ahí recorre Europa con el objetivo de entablar relaciones con grupos de teatro independiente para fundar una federación europea.

En el año 1983  llega a Sevilla junto con 40 compañeros más para extender la hermandad europea del teatro que había fundado en Milán y en media Europa, invitados por el grupo de teatro sevillano en el que estaba Alfonso Guerra. En la Sala del Cachorro, en Triana, una joven trianera, miembro del grupo, guapa de echar para atrás que recién ha terminado sus estudios de Arte Dramático y que estudia Filología Hispánica, está pintando una de las paredes donde el grupo italiano se alojaría. La joven, Maite Lozano, que se entera de que viene el grupo porque se lo comenta una amiga, con su cara llena de rizos que todavía le duran, suelta la brocha, se da la vuelta, ve al argentino, descalzo y greñudo, y le pregunta: “¿Tú quién eres?”.

Jorge le responde, ella sigue pintando su pared. Entre ensayo y ensayo, asamblea y asamblea, utopía y realidad, Jorge se enamora de Andalucía y del acento de Maite: "Llevaba diez años sin hablar español y llegar a Sevilla fue como reencontrarme con mi país", enfatiza el argentino.

Se van seduciendo entre ensayo y función, hasta que Jorge se salta el guión durante la representación de una obra de teatro para informar al patio de butacas, que era de forma circular como mandaban los cánones izquierdistas para estar más cerca de la gente: “Me he enamorado de una sevillana y está aquí”, le espeta al público. Maite no sabe dónde meterse, pero se da por enterada.

Jorge se vuelve a Milán a las tres semanas, a los tres meses marcha también Maite. En la ciudad italiana nace su hija mayor, Rocío; el menor, Nahuel, lo hace en Argentina durante un interregno de dos años que se tomaron de Milán. Los dos hijos de Maite y Jorge están dedicados en cuerpo y alma al teatro. Una vive en Bélgica, el otro está en Argentina “haciendo todo lo que yo no pude hacer”, manifiesta Jorge, quien considera que su vida ha sido una búsqueda constante por encontrar su lugar en el mundo y una huida que él nunca eligió. "A mí en parte me robaron mi país", apostilla.

En Milán, Maite aprende italiano y comienza a trabajar como actriz: “Con mucha precariedad, ganábamos muy poco y vivíamos en una comuna”, recuerda la trianera. Cansada de la comuna, donde lo compartían absolutamente todo, después de 10 años en Italia, Maite regresa sola a Madrid porque le sale un trabajo en una compañía con la que se tira dos años representando una obra: “Gané mucho dinero, más que nunca en mi vida”, rememora. Al año, regresa también Jorge con los niños, que se habían quedado con él en Italia.

Se ponen a buscar una casa para comprarla en la capital de España y a Maite le viene un soplo intuitivo: “¿Qué estamos haciendo? ¿Nos vamos a vivir a Sevilla y lo intentamos allí?", le encasquetó Maite a Jorge, que no lo vio muy claro. “Vámonos”, le contestó a los pocos días. Era el año 1993 y curiosamente llegaron a la misma Sala El Cachorro donde se conocieron diez años antes. Allí abrieron Viento Sur Teatro, que el año pasado cumplió 25 años y que es sala, escuela y compañía: “Para controlar todas las fases de la producción teatral y ser lo más libres que podamos”, aclara Maite.

Jorge y Maite posan para lavozdelsur.es. FOTO: R.S.

Su patria, su lugar en el mundo

“Yo prefiero ser patrón pobre que peón rico”, arenga Jorge con su acento argentino, que todavía mantiene, aliñado con la poesía de seguir creyendo en el teatro independiente como palanca de cambios sociales. En este momento de la conversación, ambos se miran, como si con la mirada volvieran  a sellar su gran alianza: la firme creencia de que el teatro sin libertad no tiene sentido; como el amor.

Ha pasado la Expo 92 de Sevilla y la ciudad vive una especie de crisis existencial que se une a otra económica que nubla el futuro del país, que afecta también a la cultura andaluza, que ya sufría por entonces el mismo mal que ahora: las redes clientelares y un circuito institucional muy cerrado para lo nuevo. Maite y Jorge consiguen ir haciéndose un hueco y poner en marcha su gran proyecto vital: Viento Sur Teatro. Su patria, su lugar en el mundo, el proyecto al que le dedican todos sus esfuerzos.

“Siempre huyendo de la espectacularización, haciendo lo que nos gusta a nosotros, le guste o no al público. Algunas veces gustamos y otras no, pero sin libertad no puede haber creación”, se despacha Cuadrielli que, aunque su madre odiaba el peronismo, recuerda que fue el peronismo de izquierdas quien implantó el Estado del Bienestar y los derechos alcanzados por la gente sencilla en Argentina. Especialmente defiende a los Kirchner, apeados del poder por el neoliberal Mauricio Macri, a quien critica sin cortapisas.

Maite se queja de que el principio no fue fácil. “La gente del teatro pensaba que éramos aficionados y que el hecho de tener una escuela convertía en poco profesionales nuestras producciones”. De aquello hace ya 26 años, que es el tiempo que lleva funcionando Viento Sur Teatro, situado en El Tardón, una barricada trianera, una escuela, una sala y una compañía por donde han pasado actores y actrices que hoy triunfan en grandes producciones teatrales y cinematográficas.

Chico Almodóvar

“Tenemos a un actor que está rodando la nueva película de Almodóvar. Y ha salido de Viento Sur, que me llamó a mí el hermano de Pedro Almodóvar para preguntarme si tenía a alguien y le mandé a este niño”, relata Maite, orgullosa de su escuela. “Ese niño vino a la escuela porque tenía problemas y en el teatro se ha convertido en otra persona”, sigue presumiendo.

Los veranos teatrales de la capital andaluza no se podrían entender sin el Corral de Comedias de Triana y sin La Buhaira, dos espacios municipales cedidos por el Ayuntamiento de Sevilla a Viento Sur para que llenen las noches estivales de dramaturgia. “Nosotros creemos en la descentralización de la cultura, en los barrios, en la periferia”, mitinea Jorge, que mira a Maite todavía como si fuera aquel greñudo y descalzo comunista enamorado, que llegó a Europa huyendo de las garras de los paramilitares argentinos.

“Yo he refundado mi vida varias veces y por suerte he podido construir mi lugar en el mundo en Sevilla, aunque me ha costado mucho. En Andalucía la libertad cuesta muy cara”, sentencia Jorge, ante la atenta mirada de Maite, que todavía recuerda la “furgoneta asquerosa” en la que llegó aquel grupo italiano que le cambió la vida, le dio una causa para vivir y un lugar en el mundo donde reconocerse.

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Raúl Solís

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