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Resucitó de nuevo Ubú, ese personaje grosero, grotesco y excesivo engendrado por el dramaturgo Alfred Jarry. Este tirano polaco que representa a todos los tiranos del mundo (sea su jefe o el mismísimo Gadafi) invadió el espacio El Jinete Verde durante los días 4 y 5 de julio para embaucarnos y exprimirnos. La obra Ubú Rey sigue impactando al público de la misma manera que lo hizo el día de su estreno, el 10 de diciembre de 1896, en el Théâtre de L'Oeuvre de París. El autor, momentos antes del comienzo pronunció las siguientes palabras: “Vous serez libre de voir en M. Ubu les multiples allusions que vous voulez , ou un simple fantoche , la déformation par un potache d’un de ses professeurs qui représentait pour lui tout le grotesque qui fût au monde”; o lo que es lo mismo en español: "Seréis libres de ver en el Señor Ubú las múltiples alusiones que queráis, o un simple fantoche, la deformación por un colegial de uno de sus profesores, quien representaba para él todo lo grotesco que había en el mundo". Y es en esta ambigüedad donde reside toda la potencia del personaje, más allá de su similitud con Macbeth de Shakespeare, Ubú rey es una sátira sobre las ansias de poder y la codicia.

Y parece que esta reflexión no podía llegar en un tiempo más acertado como el actual, rodeados por los clamores de la corrupción política y el eco de una reciente coronación. En El Jinete Verde todo fue diversión, impacto y entrega de un público que acabó apedreando con satisfacción al rey del falo imponente. De nuevo su propuesta estuvo marcada por la sencillez en la escena que giraba en torno a un andamio en la que los actores comían, remaban y luchaban. El blanco impoluto del vestuario (en contraste con la suciedad de sus actitudes) se veía rasgado por las gruesas líneas que marcaban las caras del elenco convirtiendo sus rostros en máscaras grotescas y expresivas. En general un muy buen trabajo actoral dominado por la gestualidad, el esperpento y el deseo de juego con el público. Sus interpretaciones nos provocaron desde la carcajada más puramente infantil a esa risa musitada, mordaz e inteligente que tanto se agradece y que tan hondo cala.

Y quizá sea esta risa el mejor cauce de reflexión que tenga la ciudadanía en este momento de crispación social, en el que es tan necesario una bocanada de aire desestresante a la par que estimulante. Al término de la obra, cuando el torbellino interpretativo ha cesado, el espectador debería cuestionarse si esa mueca de felicidad que muestran sus labios se debe a la victoria del bien frente al mal o es más bien una sonrisa cómplice que paladea la atracción por el poder.

Una pena que sólo hayamos podido disfrutar de dos sesiones, esperemos poderla disfrutar de nuevo en la próxima temporada.

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