La tercera edición de Alzapúa, producción propia de Flamenco On Fire, quedará grabada como una cita irrepetible. Sobre el escenario del auditorio Baluarte, cuatro gigantes de la guitarra —Manolo Franco, Gerardo Núñez, José Antonio Rodríguez y Rafael Riqueni— se unieron a la presencia especial de Pepe Habichuela, invitado de lujo en una velada que se puede calificar como histórica y que pocas veces se tiene la oportunidad de disfrutar en vivo y en directo.
Los cinco forman parte de esa llamada "generación de oro de la guitarra flamenca", marcada por un relato propio, una fuerte personalidad y una identidad artística que ha redefinido el instrumento. Bajo la dirección de José Manuel Gamboa, el espectáculo reunió distintas escuelas — Jerez, Sevilla, Granada y Córdoba— que, mirando a la tradición, han sabido sumar nuevos matices.

La expectación se palpaba en el ambiente. Numerosos amantes del arte jondo llenaron el auditorio para vivir el encuentro de nombres legendarios de un tiempo en el que la creatividad floreció con fuerza. El maestro Ortiz Nuevo presentó la gala con su particular estilo, ofreciendo un monólogo que navegaba a la par entre datos y humor.
Un recorrido por la memoria de la guitarra
Tras el saludo inicial por bulerías, el recital comenzaba las distintas muestras personales con Manolo Franco, ganador en 1973 del Primer Giraldillo al Toque de la Bienal de Sevilla, quien mostraba por farrucas El color de mi sonido (Calle Oriente, 2005) más singular. Después, Rafael Riqueni trajo a escena su profunda admiración por Niño Miguel en unos fandangos cargados de lirismo y que con título homónimo le dedicara al guitarrista onubense en el disco Juego de Niños en 1986.

El turno de José Antonio Rodríguez confirmó su condición de guitarrista prodigioso de las últimas cinco décadas, con un lenguaje propio y sabor inconfundible en bulerías. A su son, Antonio Canales irrumpió en escena con taconeado y braceo, antes de que el jerezano Gerardo Núñez ofreciese un paisaje musical abierto al diálogo con otros géneros, de técnica poderosa y recursos únicos, brillando especialmente con la rondeña Duerme la luna (El Gallo Azul, 1987), con Canales que, de nuevo, recitó versos mientras sonaba su guitarra.

La unión de las cuatro guitarras en seguiriya fue otro de los momentos álgidos, acompañados por el baile sobrio de Canales y la voz de Montse Cortés. Más tarde, Riqueni y Franco compartieron escenario para dar vida a la emblemática marcha procesional Amarguras de Font de Anta, mientras Núñez y Rodríguez se lanzaban a bulerías por soleá y, posteriormente, clausurar todos juntos por tangos, en un estallido de fiesta y emoción.
Además, como última entrega del proyecto Alzapúa, centrado en la guitarra de concierto y su mirada generacional, no podía faltar un homenaje a Pepe Habichuela, patriarca de la saga granadina, maestro de maestros y embajador del festival. El momento se vivió como un simbólico Alzapúa IV, la despedida de una aventura que deja huella en la historia reciente del flamenco.
Galardones de la Fundación Flamenco On Fire
La jornada del miércoles, no obstante, había comenzado mucho antes. Al mediodía, el festival acogió un Homenaje a la Pelota Vasca y a cuatro pelotaris navarros gitanos: Chichán, David Arbizu, Iban García y Abraham Antimasbeheres, reconocidos dentro del 600 aniversario de la llegada del Pueblo Gitano a la península. Napike, Gazkalo y Flamenco On Fire entregaron las distinciones, mientras Iban y Abraham ofrecieron una exhibición de pelota a mano y, como contrapunto, el jerezano Domingo Rubichi puso la ilustración musical al encuentro con seguiriyas y bulerías que evocaron a dos grandes de su tierra: Moraíto y Parrilla de Jerez.
Por la tarde, el Nuevo Casino Principal fue escenario de la entrega de los galardones anuales de la Fundación. Isamay Benavente, directora del Teatro Villamarta y del Festival de Jerez durante 15 años y actual responsable del Teatro de la Zarzuela, el escritor y musicólogo José Manuel Gamboa, figura clave en la difusión del flamenco, fue también premiado por su estrecha vinculación con el festival, el polifacético José Luis Ortiz Nuevo, fundador de la Bienal de Flamenco de Sevilla, además del Galardón Honorífico a Loretxo Iñarrea, periodista que impulsó el festival en sus inicios fueron los condecorados que tuvo el toque de Juan Vargas como ilustración musical de clausura.

La lluvia tampoco quiso perderse la jornada
Con la amenaza de lluvia como protagonista, que cayó y de lo lindo durante la tarde en Pamplona, el ciclo vespertino que tiene lugares emblemáticos de la ciudad como espacios escénicos, veía alterada su programación. El Espacio Sabicas se convertiría en el punto neurálgico de la tarde antes del espectáculo principal y, en el Civivox Condestable, Miguel Vargas junto a su hijo Juan Vargas brillaban con sus guitarras. Mostrando la complicidad entre padre e hijo, las tarantas, granaínas, jaleos, tangos y soleares tuvieron acomodo entre temas emblemáticos que fueron tarareandos por el público sin problema alguno.
Acto seguido fue el turno de dos familias jerezanas unidas por el apellido De los Santos: Agujetas Chico y Domingo Rubichi. En un recital de cante y toque compuesto por tientos y tangos, malagueñas con abandolaos, las bulerías plazueleras contaron con la participación de bailaora Beatriz Morales, además de Cristóbal Santiago y Pescaíto, que acto seguido cogían camino del Baluarte para no llegar tarde a Alzapúa III.
El final del recital de cante de Agujetas Chico caminó a través de la soleá, la seguiriya y los fandangos de sabor propio y marca de la casa, consciente de que sobre sus hombros reside la responsabilidad de dar continuidad jonda a una de las dinastías más importantes de la historia del flamenco.
En formato nocturno, el ambiente On Fire se trasladó al Hotel Tres Reyes, donde Duquende, acompañado por la guitarra de Julio Romero, ofreció un recital clásico con tarantas, alegrías, soleá por bulerías, seguiriyas y tangos, que conquistaron a un público entregado y que con el histórico Lo bueno y lo malo de Ray Heredia en la voz del cantaor catalán se marchaba para casa toreando de salón y con la sonrisa puesta.




