El ciclópeo Tales from Topographic Oceans vio la luz el 14 de diciembre de 1973, tras cinco meses de grabación. Sólo el formato era excesivo: un álbum doble de una sola megacanción, con dos tracks de veinte minutos de media por disco. "Creo", reflexionaría el productor Eddy Offord, "que había un efecto psicológico de "oh, estamos haciendo un álbum doble. ¡Ahora podemos hacer las cosas el doble de largas, el doble de aburridas, y estirarlas el doble!". Largas sin duda lo eran: la toma más corta superaba los dieciocho minutos.

La primera parte, "The Revealing Science of God (Dance of the Dawn)" se inspiraba en lo revelado (shruti), "The Remembering (High the Memory)" en lo recordado (smriti), "The Ancient (Giants Under the Sun)" en lo antiguo (purana) y "Ritual (Nous Sommes du Soleil)" en lo ritual (tantra).

Aparte de los títulos, no es fácil identificar otra referencia a las literaturas de la India, y habla por sí mismo el hecho de que Anderson siempre haya declarado, con exquisita honestidad, que el álbum no se inspira en la religión hindú sino en aquella legendaria nota a pie de página. Sí se perciben referencias a la guerra de Vietnam o una serie de etimologías para la palabra sol, flotando en el tempestuoso océano de intransferibles alusiones místicas y poéticas que caracteriza a las letras de Yes.  Como compositores del material figuraban exclusivamente Anderson y Howe, aunque el batería Alan White realizó un número de contribuciones sin acreditar, a lo cual se resignaría por mor de la extrañeza que inspiraba el álbum a todo aquel ajeno al dúo que lo proyectó.

La portada, a cargo del infaltable Roger Dean, se volvió icónica de la noche a la mañana, pese a que prefiguraba la inestabilidad conceptual (y multiculturalista) del proyecto: aquí un monolito de Stonehenge, allí una línea de Nazca, más allá la pirámide de Chichén Itzá... Bajo ella se escondía la música más refinada y compleja que Yes había producido nunca, a la par que, durante largos ratos –que, a nuestro juicio, son mayoría- la más aburrida. "Es como el sujetador con relleno de una mujer", zanjaría Wakeman con su característica finura: "La cubierta tiene buen aspecto pero cuando le quitas el recubrimiento no hay demasiado ahí dentro".

De cualquier modo, Tales from Topographic Oceans se mantuvo número uno durante dos semanas en las listas del Reino Unido, en parte debido al sólido prestigio del grupo; algo, desgraciadamente, impensable en nuestros días para cualquier banda que se le asemeje. Es el disco progresivo que hemos escuchado mil y una veces y que, sin embargo, debido a su complejidad y su falta capital de coherencia, somos incapaces de recomponer mentalmente en su totalidad, aunque esa melodía que restalla ahora o este juego de voces que viene a continuación nos suenen tan familiares como los de nuestro álbum favorito.

Las críticas de los medios de la época fueron tan agridulces como el producto merecía. El mayor punto en que discrepaban era cuánto sumaba el porcentaje de genialidad y cuánto el de muermo, pero todas admitían la existencia de ambos extremos. Tales from Topographic Oceans es la clásica gran obra fallida con intuiciones geniales desarrolladas insuficientemente, o, peor aún, desarrolladas demasiado, que viene a ser lo mismo. Es sintomática de la desorientación creativa de una banda, y aun del agotamiento creativo del rock progresivo en su conjunto: la mayoría de sus pares pasarían, más tarde o más temprano, por una coyuntura semejante.

Jethro Tull- A Passion Play (1973).

Pocos meses antes, Jethro Tull había dado el primer paso en falso de su ascenso meteórico al publicar A Passion Play. Los paralelismos son significativos: en 1972, con Thick As a Brick, se habían atrevido, como Yes con su Close to the Edge, a producir un álbum de inmodestas pretensiones, de música grandiosa dividida entre unas pocas canciones larguísimas (en realidad una sola, pero la discográfica exigió una pausa que la dividió en dos). Ahora, con el mismo espíritu plus ultra, su líder Ian Anderson (el otro entrañable y enloquecido Anderson del rock progresivo) hablaba de una película proyectada sobre una trama absurda acompasada por una música extrañamente ensamblada. Les disculpa el espíritu socarrón con el que se tomaron esta y todas sus otras producciones. Aunque no todos los grupos estaban cronológicamente en la misma ola, podemos ver que el fenómeno es el mismo que se dio en Pink Floyd, cuyo Wish You Were Here (1975) comparte la voluntad unitaria de Close to the Edge mientras que el siguiente, Animals (1977), repite el mismo modelo, como el Tales, con idéntica languidez aunque peor fortuna.

Cuando les llegó la hora de trasladar su nueva obra al directo, los chicos de Yes optaron por interpretar los 82 minutos íntegros de partes interminables antes de dar a un breve repaso a su material más conocido y celebrado. “La mitad de la audiencia”, recuerda Wakeman en sus memorias Grumpy Old Rockstar, “estaba en un éxtasis narcótico en algún planeta lejano, y la otra mitad estaban medio dormidos”. Yes había podido incluso con su audiencia, típicamente intelectual, que, de nuevo en palabras de Wakeman, andaba siempre más cerca de lanzar al escenario "manuales de sintetizador que bragas".

Aquel tour, que duró desde noviembre de 1973 hasta abril de 1974, empleó estructuras artísticas de plástico vidriado, efectos de hielo seco, un globo con la portada del álbum y una plataforma giratoria que dejó encerrado al batería Alan White durante uno de los shows, traspiés que inspiraría una conocida escena de la película Spinal Tap. Wakeman no podía soportar tal impostura, no porque le disgustara la pomposidad en sí (su carrera en solitario auspiciará shows con dinosaurios hinchables o caballeros medievales patinando sobre hielo), sino por lo cansina que se le hacía la deriva mística y etérea de la banda, amén de su infatigable vegetarianismo y, por qué no, el acento ininteligible de Lancashire con el que se expresaba, incluso cantando, Jon Anderson.

Rick Wakeman era en muchos sentidos la oveja negra de Yes: carnívoro irredento, bebedor empedernido y "conservador con carnet". En sus memorias describe una cena en el hotel, donde, mientras los otros apechugaban con un exiguo menú de cebollinos, dos apios y una zanahoria, él se entretenía con un aromático pavo rodeado de patatas y salchichas envueltas en beicon. Los sufridos compañeros se dieron apresuradamente en desbandada en cuanto terminaron su cena, pero, después de un rato, comenzaron a venir uno tras otro en secreto: "De acuerdo, Rick", empezó Alan White. "Estaba pensando... Sé que soy veggie y todo eso, pero para ser honesto sí que como algún trozo ocasional de carne blanca. ¿Alguna posibilidad de que pudiera probar un poco de pavo?"… Sólo el severo Steve Howe permaneció en su cuarto.

Pero la cena más famosa, la Última Cena de Yes, fue otra. En un concierto en el Free Trade Hall de Manchester, en noviembre de 1973, Rick Wakeman pidió a su técnico de teclado, que “continuamente me pasaba mis bebidas alcohólicas”, que hiciera un pedido a un restaurante indio, y, en el culmen del hastío, comenzó a devorarlo en pleno escenario mientras sus compañeros, atónitos por el fuerte olor de las especias, seguían con la canción. Wakeman dejaría la banda poco después por diferencias artísticas, el mismo día en el que Journey to the Centre of the Earth, su segundo disco en solitario, llegaba al número uno en el Reino Unido. E hizo bien, porque Yes, en Relayer (1974), se sumergiría todavía más en el jazz, esta vez con más reflexión y un balance bastante positivo.

De un modo u otro, aquel modesto acto de sabotaje sirvió para culminar con un poco de la India real las pretensiones yóguicas y exotistas que habían motivado todo aquello. El yogui y los puranas se transformaron en un odorífero vindaloo. Años después el bueno de Rick todavía recordaba el menú de aquella noche en la que, simbólicamente, se cerró un ciclo cósmico:

-1 chicken vindaloo

-1 rice pilau

-6 papadums

-1 bhindi bhaji

-1 Bombay aloo

-1  stuffed paratha

 

Bombay aloo (papas a la bombaína) con parathas al fondo.

Sobre el autor:

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Óscar Carrera

Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

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Comentarios (1)

Javier Hace 3 años
Jajaj! Me he divertido con tu buen enlace de comentarios y anécdotas. Yo soy de los que llevan 47 años en éxtasis y ya no me importa que se hable regulín de esta joya. Las partes aburridas tienen un colorido musical y atmosférico que me las hace entretenidísimas, mientras llegaotra parte genial. Son como esos puentes raros de las pequeñas fotos que ilustran las letras en el interior de la portada. Tales y Close to the Edge. ¡Para qué más! Yes: Sí
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