La Crítica de Villamarta. Shoji Kojima celebra medio siglo de obsesión por el flamenco con 'A este chino no le canto', que narra a fogonazos su gesta personal gracias a un conjunto de invitados de la liga de las estrellas del 'arte jondo' contemporáneo.

A este chino no le canto. Baile: Shoji Kojima, Eva Yerbabuena (colaboración especial), Christian Lozano, Tamara López, Javier Latorre, Álvaro Paños, Ana Latorre, Carmen Manzanera, Daniel Ramos, Irene Lozano, Kanako Maeda y Víctor Martín. Cante: Miguel Poveda (colaboración especial), El Londro, David Lagos, Enrique El Extremeño y José Valencia. Guitarras: Chicuelo y Paco Jarana. Violín: Carlos Caro y Vladimir Dmitrienco. Violonchelo: Débora de la Fuente. Coro: Coro del Villamarta.Percusiones: Antonio Coronel y Pedro Navarro. Diseño, iluminación y espacio escénico: Francisco López. Realizador de proyecciones: José Carlos Nievas. Música: Chicuelo y Paco Jarana. Coreografía: Javier Latorre, Eva Yerbabuena, Shoji Kojima, Daniel Ramos-Víctor Martín. Producción ejecutiva: Shoji Kojima. Lugar: Teatro Villamarta. Fecha: 2 de marzo. Aforo: Lleno. (****)

La novelesca historia de amor y obsesión por el flamenco de Shoki Kojima arrancó a finales de los 60 del siglo pasado y ahora, 50 años después, da pie a la construcción de su último espectáculo, A este chino no le canto, estrenado en el marco del XX Festival de Jerez. Consagrado en su país de origen, querido y respetado en España, muy lejos de aquella desagradable anécdota que da nombre a la obra, el bailaor japonés ha pintado una gala de ensueño disfrazada de espectáculo autobiográfico. Toda una vida de entrega a una pasión que es narrada a fogonazos, a brochazos impresionistas, en un fresco protagonizado por muchos de los integrantes de la liga de las estrellas del flamenco contemporáneo. Imposible e impensable reunir más toneladas industriales de calidad artística en menos metros cuadrados. Hoy por hoy, solo alguien como Kojima puede permitirse tan insólita reunión, y aquí no hablamos ya únicamente de su generosidad como mecenas flamenco, sino también de la admiración que muchos le profesan y la relación de amistad que ha labrado en tantas décadas de dedicación al arte.

Es cierto que las individualidades priman sobre el conjunto de la superproducción, pero tratándose de intérpretes de la altura y el nivel de Eva Yerbabuena o Miguel Poveda es hasta cierto punto comprensible. Quizás el cantaor de Badalona sea el más integrado dentro de la propuesta y hasta el que, en cierto modo, mejor simboliza la gran y sencilla metáfora que encierra el espectáculo: no dejes de perseguir tus sueños por muchas dificultades que encuentres en el camino, “por muchas montañas que se levanten ante ti”, viene a decir Kojima, en off y chapurreando español con voz de ultratumba, en un momento de la función. El catalán, como el artista nipón, seguro que ha probado lo que es el rechazo por ser diferente, por no presentar la ‘denominación de origen’ cuando al principio subía a los escenarios. Pero él, como Kojima, también sabe lo que es sobreponerse y aprovechar todas y cada una de las oportunidades que brinda la vida hasta atrapar esas metas que uno se va proponiendo. Primero le oímos con El cants dels ocells (el canto de los pájaros), que ya apareció en La celestina y que el cantaor ya le dedicó en una obra que Kojima centró en la figura de Pau Casals. No obstante, es el Canto de la resignación el instante que mejor resume el trabajo. Son esas horitas de dulce y esos finales amargos (no siempre) los que dibujan el alma de la propuesta. Poveda canta a centímetros de Kojima, “de vez en cuando la vida parece una fantasía…”, y Kojima permanece en una escalofriante quietud. Entre aterrado y conmovido, en una profunda meditación, su cara muchas veces se oculta por una máscara que ya utilizara en una de sus interpretaciones del pasado. Como en la danza butoh, siempre procura mover diez centímetros el espíritu y apenas un poco el cuerpo. Éste le permite estar más cerca de un teatro gestual que de una danza de alardes físicos. Sin salir de escena en toda la noche, a veces le vemos observar los movimientos de lo que sucede en el proscenio como el que ve pasar su vida ante sus ojos. 

Como en La gran ola de Hokusai, hay momentos en los que es tanta la dimensión e intensidad que adquiere lo vivido que pareciera que va a estallar contra las tablas: Yerbabuena es la mejor Yerbabuena que recordábamos por soleá; José Valencia edifica un monumento al buen cante con su versión de Se nos rompió el amor para que dance quebrada, con mantón rojo, la granadina; Chicuelo teje una bucólica partitura que reviste con exquisitez y gusto el libreto de Paco López y los movimientos coreográficos de Latorre; el maestro valenciano se marca un paso a dos con Kojima con el coro a bocca chiusa de Madama Butterfly de inexplicable sutileza; Poveda, que bien podría ser aquí Farina, vuelve a arrimarse a Kojima para despedirlo por una malagueña, ya con la voz rota, del samurai Cristian Lozano... En fin, destellos de luminosidad, plasticidad y belleza difícilmente descriptibles sin haberlos vivido en el teatro. 

A sus 75 años, cuando parecía ya en el ocaso de su carrera y de su vida, el maestro Kurosawa filmó la colosal Ran, la cual es considerada por la crítica especializada como una de las mejores adaptaciones al cine de la obra de Shakespeare. Años más tarde, renacido, rodó fragmentos de ensoñaciones que le asaltaban por las noches en la inolvidable Los sueños de Akira Kurosawa. Como el genial cineasta nipón, Kojima (1939) ha puesto en escena el gran sueño de su vida, quizás como broche de oro a su dilatada trayectoria, rodeándose de una bandada de mirlos con mantones blancos que hacen las veces de alas para la danza. A veces casi sin querer molestar, en un discreto e inmóvil segundo plano; al final, ocupando el centro del escenario. El anciano bailaor de aspecto jovial e imponente hace una demostración de contención y elocuencia con escasas palabras. Con sus escasos movimientos en la toná de Lagos y en la seguiriya de Londro encierra mucha más verdad que cualquiera con cien pasos y gestos supersónicos. Con un solo golpe de muñeca ocupa toda la escena que no se ha podido llenar con movimientos corales muy coloridos pero con aire de tablao, o con fantasías boleras efectistas que cosechan aplausos a cada salto. Frente a ese decorado superficial se encuentra el camino de sombras que centra el discurso de un espectáculo-gesta mucho más profundo de lo que cualquiera a simple vista podría pensar. Un camino denso y espeso donde solo el entusiasmo y la luz del entendimiento nos invitan a avanzar sin bajar los brazos. Gracias, Shoji.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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