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Cada vez tengo más claro que Andre Agassi es un visionario o, cuando menos, alguien capaz de conseguir todo lo que se propone. En las pistas, mientras volaba de un país a otro para jugar torneos o pasaba las horas previas en hoteles solitarios, se propuso conquistar el corazón de la aparentemente infranqueable teutona Steffi Graf y, tras muchos esfuerzos, reveses –nunca mejor dicho- y algún que otro desplante, se salió con la suya para hacer con el tiempo de su matrimonio una de las parejas modelo del deporte.

Retirado ya de la alta competición y cerca de cumplir la cuarentena, a Agassi se le ocurrió que alguien tenía que escribir sus memorias que, dicho sea de paso, daban mucho de sí –amores apasionados (a Graf sumamos su romance con Brooke Shields), líos con drogas, relación de amor-odio con el tenis, el ser un deportista de lo más atípico y singular…-, y que el que lo hiciera tenía que estar dotado de una sensibilidad especial para acometer la tarea. Fue entonces cuando se topó con The tender's bar, las memorias del periodista y premio Pulitzer J. R. Moehringer, y tuvo claro que ese era el hombre indicado. Y, lo que son las cosas, el multitudinario éxito de Open (Duomo, 2014) ha precipitado la publicación de un libro que, de no mediar esta feliz circunstancia, quizá en España hubiera quedado inédito.

Y hubiera sido una gran pérdida, de la que quizá no fuéramos conscientes, pero pérdida al fin y al cabo. Porque El bar de las grandes esperanzas (Duomo, 2015) es, sin duda, una de las grandes novelas del año que va terminando. Planteada de forma autobiográfica, en ella Moehringer, que prefiere no esconderse bajo ningún seudónimo ni “alter ego”, rememora su infancia, adolescencia y juventud con una sensibilidad difícil de encontrar en la literatura contemporánea. La ausencia de la figura paterna, sus relaciones afectivas, su espinoso camino por la universidad de Yale y su no menos quijotesca aventura en el The New York Times –de chico de los recados a convertirse en el afamado periodista que es hoy- se van relatando a través de una conmovedora primera persona cuya columna vertebral descansa en un taburete del bar Publicans, antes llamado Dickens en honor al escritor inglés, todo un hervidero de emociones, historias y personajes estrambóticos de los que J.R. se nutre para crecer personal y profesionalmente.

Es evidente que no debemos ser tan ingenuos para creer que todo lo que Moehringer cuenta se ciñe a la verdad, pero la gran virtud de su creación es esa, que lo parece, que rezuma una sinceridad hermosa y arrebatadora, digna de los grandes momentos del autor de Grandes esperanzas a quien tanto venera. Sólo queda esperar que Duomo publique pronto Sutton, la novela que Moehringer –uno de cuyos artículos, por cierto, fue la base del film El último asalto (Rod Lurie, 2007)- ha dedicado al famoso atracador de bancos. Será entonces el momento de recordar de nuevo que todo se lo debemos al bueno de Agassi. 

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Juan Carlos Palma

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