Alberto Lechuga, el periodista sanluqueño que gritó a Woody Allen: "Hay cineastas andaluces, no cine andaluz"

Redactor jefe de la revista 'So Film', ha cubierto multitud de festivales y se ha hecho sitio en la crítica. "Cannes es una noche de Reyes. Te hace sentir una cosa irreal, que perteneces a ese mundo"

Alberto Lechuga, en las bodegas La Gitana de Sanlúcar. FOTO: MANU GARCÍA
Alberto Lechuga, en las bodegas La Gitana de Sanlúcar. FOTO: MANU GARCÍA

Alberto Lechuga (Granada, 1988) no siempre iba a ser periodista, aunque tras un año de carrera infructuosa se matriculó para escribir noticias. Aunque nació en Granada, durmió en cunas en Sanlúcar, su casa. Desde hace años es redactor jefe de la revista de cine So Film, una publicación nacida en Francia que abrió su versión en español para lindar entre un abordaje del cine más pop y otro más reflexivo e intencionado. Como unir Cahiers du cinema con Fotogramas. Del blockbuster al cine checo en blanco y negro, Lechuga ha visto mucho cine malo y mucho del bueno. Ha entrevistado a muchos de los grandes directores y actores hasta hacerse un hueco entre los periodistas a referenciar, con solo 32 años.

 

¿De dónde le viene la pasión por el cine?

Es algo que me he preguntado a mí mismo varias veces, porque es la típica pregunta que te hacen cuando te dedicas a algo tan concreto. La verdad es que he llegado a la conclusión de que no tengo un momento concreto en que me cambiara la vida. No hay momento epifánico. No hay una película que me abriera los ojos. Esa es la típica narrativa que gusta mucho y que quizás debería inventarme, y convertirla en versión oficial. Como en El hombre que mató a Liberty Valance, eso de imprimir la leyenda. Mi cinefilia se desarrolló en Sanlúcar, pero nace sobre todo de una búsqueda de entenderme a mí mismo, de acercarme al mundo, una manera de pensarme. Para mí la cinefilia es una forma de vida.

Los años de hacerse a uno mismo.

 

Crecí en Sanlúcar y como tantos chavales adolescentes, que están perdidos, incómodos y sin encontrar su lugar, el cine me supuso una puerta para conocerme y abrirme al mundo. Por eso tiene sentido que nos veamos en una bodega, rodeados de vino, con risa y gente. A partir del cine se llega a todo. Lo hacemos en Sofilm para llegar a política, al deporte, a la música. La cinefilia no acaba en una película, para mí eso solo es el principio. Me gusta también que estemos cerca del cine que sobrevive en Sanlúcar, un poco raquítico, pero sobrevive, que no es poco. Es una pena que Sanlúcar no tenga una actividad mayor de cineclubes locales, y demás. Estamos muy cerca también del antiguo videoclub Hollywood, en calle Banda Playa. Ya no existe. Ahora es un local de pinturas. Para mí fue durante mucho tiempo el punto más importante de la ciudad para el cine, lo llevaba un gran amigo, Manolo el del videoclub. Era un auténtico cinéfilo. Te contagiaba su pasión mientras pasaba un rato contigo, mientras trababas amistad. Creo que ha marcado mi forma de entender la cinefilia.

Entonces fue Sanlúcar.

Sí. Se habla mucho ahora de prescriptores, que actúan casi como aduaneros, permitiendo que pasen o no las películas, que dicen ésta sí y ésta no. Cumplen una función, sí, y hay quien lo hace con talento, pero es algo que no me interesa tanto. Me gusta reconocer elementos de las películas, pensarlos y narrarlos, contar por qué me ha gustado. Y luego, que el lector decida si quiere verla, que el texto le ayude a saber si le puede interesar. Pero eso del sello apto o no apto, a mí no me gusta. Las películas como cualquier pieza de arte, es algo más que sí o no. Manolo en realidad hacía eso. Él nos decía si una película nos podía interesar por algo, pero nunca si era muy buena o muy mala de manera categórica. Intentaba crearte elementos de ayuda para saber a primera vista si te podía interesar. El cliente tiene la última palabra. Recuerdo que tendría 12 o 13 años, en uno de esos veranos eternos de la preadolescencia, y que me recomendara Ghost World, de Terry Zwitgoff. Para un adolescente que se siente perdido, incomprendido, como todos, Manolo intuyó bien que tendría algo que decirnos, que podría hablarnos. Me hizo clic. Entendí que había un mundo de outsiders que podían ser tan molones como Steve Buscemi, y que en la ecuación encima podían entrar chicas que tuvieran un misterio tan atractivo como el de Scarlett Johansson. También me encantaba mirar carátulas, obsesivamente, pasaba tardes así. Descubrí así muchas cosas. Es importante lo físico en la cultura.

Hubo un tiempo donde el cine estaba a kilómetros de casa, fuera de Sanlúcar.

En Sanlúcar estuvimos muchos años sin cine, tenía que desplazarme a Jerez para ir ver películas en sala. Tuvimos un cine hermoso, el Teatro Principal, que cerró hace muchos años y ahora es un centro comercial que no aporta realmente nada a la ciudad. Durante mis años de formación sentimental más fuerte no tenía salas de cine en mi ciudad. Algo terrible que, con los años, soy capaz de recordar hasta con cariño.

No tenía que cruzar la frontera pero tenía que ir a Jerez.

Ahora lo recuerdo con cariño porque, aunque era un engorro, añadía a la experiencia del cine una pátina de aventura. En este número de Sofilm, Santi Alverú (periodista, colaborador también en Zapeando) hace un reportaje sobre los cines de frontera entre España y Francia, que durante la dictadura exhibían películas que no llegaban aquí por la censura. En él, José Luis Guerín explica cómo el desplazarse para ir a ver la película al otro lado de la frontera le daba a todo un valor añadido. Es una exageración romántica, pero que señala cómo la “experiencia cine” se banaliza actualmente. Puedes ver una película en un reloj, mientras planchas. Es como usar un electrodoméstico. Recuerdo cuando en el instituto durante la semana planeábamos la salida a Jerez durante el fin de semana para ir al cine, y así, como dice Guerín, me predisponía a la revelación. El acto de ir al cine, de sentarte en la sala y ver la película, importa. Nuestra excursión a Jerez era un poco salvaje, pero lo recuerdo ahora como algo entrañable: cogíamos esos autobuses dignos de salir en Callejeros que nos dejaban en mitad de la carretera, más cerca del Carrefour que albergaba el cine. Recuerdo ir con 15 años a ver 28 días después, o El protegidoSeñales. Te volaban la cabeza. Luego volvíamos comentando la película, pensativos, mirando por la ventana. Era una liturgia. Tenía un valor que estamos perdiendo. Eso sí, por tamaño, Sanlúcar debería tener más salas, sobre todo alguna con versión original… Hubo un proyecto de abrir otro cine en Las Dunas, pero no salió adelante.

¿Y hay para que Sanlúcar sea un plató o una historia?

Tendría que hacerse más para generar cultura cinematográfica, por parte del Ayuntamiento también. Por ejemplo, desde la Andalucía Film Comission podría hacerse más con la desembocadura, el Coto, las Salinas, las carreras de caballo… No se filman. No exagero si digo que no me desentonaría un inicio de película de la saga James Bond durante unas carreras en Sanlúcar. Tienen un potencial cinematográfico espectacular. Se podrían plantear también incentivos fiscales, por ejemplo.  De las últimas veces que se rodó en el Coto fue hace 30 o 40 años, y lo hizo Gonzalo Gacía-Pelayo, en Rocío y José. Se puede hacer allí perfectamente un western ibérico. A poco que se fomentara, habría cultura de cine. La gente en Sanlúcar en los últimos años ha respondido bien incluso a la idea de ver cine en la playa. Falta iniciativa y que se apoyen.

Un momento de la entrevista. FOTO: MANU GARCÍA
Un momento de la entrevista. FOTO: MANU GARCÍA

 

¿Existe el cine andaluz como concepto propio o solo es una reunión de directores con el denominador geográfico?

Un denominador geográfico. No hay una línea que una a Alberto Rodríguez, Paco León, Santi Amodeo… Tampoco hay una industria fuerte. Cuando hablamos de nuevo cine gallego, de aquello de la escuela de Barcelona o de la comedia madrileña, hablamos de generaciones que o bien compartían una formación o un contexto de producción determinado. En Cataluña tienen la ESCAC, más enfocado a una idea de cine de autor, o la ECAM, con características similares pero de ambición más comercial, por ejemplo, y en Andalucía algo así no existe. No existe escuela ni un tejido de producción fuerte. Lo más parecido fue la generación Cinexín, con Alberto Rodríguez, Amodeo… La gente de La Peste, La isla mínima… Es bonito porque coincidieron en una primera promoción de Comunicación Audiovisual, creo recordar. Se juntaron en torno a intereses comunes y muchas ganas de hacer cine. De repente veían que podían acceder a una formación, hacer uso de un material cada vez más accesible, facultades que prestaban equipos… Uno hacía sonido, iluminación, otro actuaba… Se pusieron a ello y hoy tienen un equipo hipersólido. Las producciones de Rodríguez las forma prácticamente el mismo equipo, un grupo de amigos, desde hace años. Son muy buenos, una maquinaria engrasada y tienen fama, justa, de realizar producciones potentes. ¿Eso ha tenido continuación o abrigo a nivel político para generar un tejido industrial? No. Hay cineastas andaluces, menos de los que podría haber, muy competentes y solventes. No solo en la línea de autor, también con formas, digamos, hollywodienses, como Paco Cabezas, de Sevilla, que se ha ido a Hollywood porque aquí no hay hueco para esas producciones. Tienen que emigrar casi siempre. El caso de Alberto Rodríguez es excepcional. Con lo cual, hay cineastas andaluces pero no cine andaluz. De todos modos, cuando se habla de cine de comunidades autónomas siempre tiene algo de operación narrativa, de ficción para hacer industria, o para vender revistas y articular festivales. Y bien está. Pero aquí no se ha trabajado.

Lleva en la mochila muchos festivales a pesar de su juventud. ¿Es tan distinguido Cannes, por ejemplo? ¿O es todo fachada?

Para Cannes vale el chiste que cuenta Woody Allen en Annie Hall. Dos mujeres comen en un restaurante. Una se queja de lo mala que es la comida, que qué asco, la otra dice que, además, las porciones son pequeñas. Allen dice que entiende así la vida, que es angustia, miseria, y encima acaba tan pronto… (ríe). Cannes es intenso, agotador, adictivo. Sabes que te hace mal pero no dejas de acudir. Tu presencia, te das cuenta, tiene que ver con que los vuelos son baratos y con los pisos de AirBnb, pero hace ilusión. Y a pesar de una programación irregular, consigue ofrecerte diez o quince películas que merecen la pena, y marcan ese año. No necesariamente obras maestras, eso pasa cada cierto tiempo.

Las ves en estreno mundial, que es emocionante. Estoy tan cansado de la dinámica de exceso de opinión e información de las redes sociales, que es reconfortante y refrescante ver una película de alguien que empieza a despuntar, de la que no sabes nada, y ante la que te sientas con los ojos limpios. La piensas luego, la comentas, la pones en común, y eso es muy atractivo. Cannes también tiene algo de fin de curso, de ir a un sitio donde vas a gastarte demasiado dinero y vas a cansarte, pero vives una gran experiencia cine. Merece la pena. Es vivir el cine. En pocos sitios es tan intenso, con esa ilusión infantil. Te sientes parte de la industria del cine a nivel global. Sales de una rueda de prensa a por café y te cruzas con Joaquin Phoenix. Y te saluda. Te sientes que formas parte del mismo gremio, cosa que es irreal, pero es la fantasía de Cannes. Es un parque de atracciones, la noche de Reyes, el viaje de fin de curso. Y entiendo a quien deja de ir, lo entiendo y lo comparto, pero mientras el cuerpo te lo pida es una experiencia única.

Coincidió con Clint Eastwood, con Scorsese, y bailó con McNulty.

Eso es Cannes, lo que te decía. Te sientes por un momento parte del universo del cine, cuando no eres ni un figurante. Eastwood impresiona. Tiene 80 y tantos y se mantiene guapo, atractivo. Pasó por mi lado y no me gustaría tener que enfrentarme a él. Ni con revólver ni con los puños. Con Scorsese estuve, lo vi en una masterclass. Es otro de esos regalos de Reyes. Y sí, bailé con McNulty (Dominic West, protagonista de The Wire). Si tienes suerte de entrar en alguna fiesta nocturna, o en chiringuitos o en yates, resulta que puedes compartir pista de baile con gente que te suene de algo… Pero son anécdotas para contar de cerveza con amigos. Lo importante es ver una presentación de Sin Perdón con Clint Eastwood. O escuchar a Scorsese hablar de la restauración de una película tan viva y escondida como Enamorada de El Indio Fernández.

¿Cuál es el mejor festival del mundo? ¿En cuál se ve mejor cine de verdad, más allá de fotos y alfombras? ¿Alguien de verdad va a los festivales a ver cine?

Se va a muchas cosas, pero también a ver cine. Es lo que te decía: vivir el cine, pensar el cine, beberlo, bailarlo… Depende de a qué nos referimos como “mejor”. El mejor a nivel laboral si eres freelance, pues Cannes. Si es por programa, depende de los gustos de cada uno. A mí me gusta mucho el de Animación de Annecy. Es un festival de amantes de la animación, hecho por y para sus amantes, y lo fundamental allí es celebrar la animación. Además hacen algo muy importante, que es poner en contacto a estudiantes y principiantes con creadores y productores, es un networking real, y no uno de señores con maletín. Es un festival que quiere mucho a sus películas, que no es tan habitual como se pudiera pensar. Se nota el cariño en todas partes. También me gusta Sitges, porque es un festival de fans, y hay películas muy buenas y malas, pero te las puedes comer todas con gusto. Es un festival de género y anima a lo lúdico. Allí rara vez sientes que pierdes el tiempo, porque aunque la película sea mala, hay una cuestión de cachondeo en la sala que lo convierte en una experiencia también disfrutable.

Cuentan que usted le gritó al mismísimo Woody Allen.

Sí, el anhelo de tantos tuiteros (risa). Le grito por deseo de su agente de prensa, que conste. Quince minutos antes de la entrevista recibo un mail que dice que tiene problemas de audición, que hable fuerte porque si no no me entenderá. “Por favor, grítele usted”, remata. Me ayudó a destensar la presión típica de antes de las entrevistas, porque no dejaba de ser algo muy woodyalleniano. De repente la gran figura que admiras, que te impone, resulta que está un poco sorda y tienes que gritarle. Me pareció que él lo vive con humor, con naturalidad. Yo realmente le gritaba, luego la agente de prensa volvía a formularle la pregunta y el bueno de Woody a veces se enteraba regular y respondía lo que intuía, y otras respondía directamente lo que creía haber escuchado. Aceptas el misterio, como decían los Coen en A serious man. La entrevista tiene mucho de baile. Calibrar si te tienes que dejar llevar o imponer tu ritmo, si hay feeling o no. Cuando había equívocos, naturalidad, lo aceptaba con agrado. En un momento le pregunto por los gánsteres, un motivo que se repite en su cine, porque creció leyendo Gangs of New York, el único libro que tenía en casa. Le pregunté si había conocido a alguno, dada la relación legendaria de Hollywood con la mafia. Me contesta que sí, y que admira mucho de ellos su ética laboral, su capacidad de sacrificio. En lugar de gangsters había escuchado dancers, bailarines, y me habla de Gene Kelly, de lo atléticos que son… Es una situación divertida que él, como admirador de Groucho Marx, disfrutaría. También me gusta pensar que aprovecha su sordera, más en los últimos meses. A palabras necias… Fue una experiencia llena de ocurrencias, con chispazos de genialidad, y con ese pesimismo suyo tan gracioso. Algo que contar a los nietos.

Alberto Lechuga, durante la entrevista. FOTO: MANU GARCÍA
Alberto Lechuga, durante la entrevista. FOTO: MANU GARCÍA

 

Esta semana, la actriz Elena Anaya contó que Allen en un rodaje le gritaba a menudo que era la peor actriz del mundo. ¿No le dijo que es el peor periodista del mundo?

Esas críticas a Allen están fuera de lugar, le apretó las tuercas en un rodaje, y algunos ya le califican de monstruo. Está siendo otro de esos casos de bola de nieve de redes sociales, demencial. Hay un empeño en hacer víctima a Anaya, que esconde una condescendecia infantiloide, el decirle cómo tiene que sentirse. Es una actriz consagrada y adulta. Capaz de discernir lo bueno y lo malo. Ella misma lo cuenta quitándole hierro y con mucha elegancia. No es más que otra historia más de detrás de las cámaras. En Anaya no hay reproche, ni enfado, y dice que está deseando volver a trabajar con él. Él también dice que es una actriz estupenda y que volvería a hablar con ella. Nadie tiene que imponerle a Anaya lo que tiene que sentir. Todo responde a esa dinámica actual de mirar el mundo de forma asfixiante, de imponer valores y juicios de tu feed de Twitter a todos y a todo. Es injusto. Es paternalismo oportunista.

¿Cree que cometió los abusos de los que se le acusan?

No, no lo creo. Creo en la presunción de inocencia. No me gustan las dinámicas de turba enfurecida y el nuevo puritanismo de internet. En el caso de Woody Allen la Justicia investigó dos veces los hechos, y en ambas ocasiones fueron desestimadas. No tengo información para contradecirlo, ¿por qué considerarlo culpable? Partir del movimiento de MeToo y extrapolarlo a este caso, seguir a rajatabla eso de que toda denuncia es verdadera, que debe ser creída por defecto… Creo que es una simplificación que funciona muy bien para redes sociales, pero la realidad es más compleja.

¿Qué piensa de la cancel culture? La acusación contra Woody Allen se conocía desde hace mucho tiempo pero no ha sido hasta estos momentos cuando ha derivado en que tuviera problemas para publicar sus memorias en Estados Unidos.

Es algo que me planteaba editando este número de Sofilm. Te planteas qué ha pasado realmente en estos años. Justo antes del cierre nos llega la noticia de que Kate Winslet afirma arrepentirse de trabajar con él, cosa que había hecho hace solo tres años. Por entonces decía que no tenía datos para pensar que Woody Allen era culpable. ¿Qué ha cambiado ahora? ¿Tiene nuevos datos? Que los comparta con la justicia. Además lo equiparaba al caso de Roman Polanski, que sí tiene una condena en firme por tener relaciones con una menor hace muchos años, y que decidió eludir a la justicia, motivo por el que desde entonces no puede pisar Estados Unidos. Es totalmente diferente. ¿Qué ha cambiado entonces? A mi parecer, principalmente dos cosas: la dimensión de Twitter, donde una campaña, un hashtag, puede hundir carreras, y la irrupción del MeToo, que ha tambaleado el mundo del cine en Hollywood, y por onda expansiva, en todo el mundo. Hay que tener en cuenta que uno de los periodistas estrella del movimiento MeToo es Ronan Farrow, uno de los hijos adoptivos de Mia Farrow, que ganó un Premio Pulitzer por sus investigaciones y que ha publicado un libro al respecto que es todo un best seller en Estados Unidos. Él está alineado con su madre y su hermana en cuanto a las acusaciones contra Woody Allen, y ha hecho uso de su altavoz para arremeter contra él. En esta sociedad infantilizada y de pensamiento RT, ahora es muy incómodo y muy difícil posicionarse en contra de Farrow y de esas acusaciones. En el momento en el que el caso vuelve a la palestra, muchos actores corren a declarar que se arrepienten de trabajar con Woody Allen. Y Un día de lluvia en Nueva York pasa a ser tristemente célebre por ser la primera película de Woody Allen que se queda sin distribución en Estados Unidos, que queda en el limbo toda vez que Amazon se deshace de ella. Desde entonces Woody Allen tiene que buscar financiación en Europa, y tiene dificultades para conseguir estrellas que protagonicen sus películas, como ha ocurrido siempre. Estamos en plena tiranía del “pensamiento retuit,” y quien se atreve a ir contra eso corre el riesgo de ser silenciado.

¿Cuánto le queda al cine que se ve en el cine? ¿Es este golpe del covid definitivo? El estreno del año de Disney, Mulan, ya no irá a la pantalla grande.

Espero que le quede mucho. Estamos en una crisis que pone en jaque la exhibición, el covid es un golpe fuerte. Las salas españolas siguen con aforos limitados. Pero el problema de fondo es que somos súbditos de Hollywood. Y cuando las majors de Hollywood no quieren estrenar sus películas en el resto del mundo sin estrenar antes en Estados Unidos, las salas de Europa sufren un golpe duro en el volumen de recaudación. La historia del cine, de todos modos, es la de adaptarse a los tiempos. Vamos a sufrir, pero confío en que acabe habiendo convivencia entre salas y streaming, y sigamos con un parque importante de salas. Ver el cine en sala es absolutamente diferente a verlo en el ordenador. El caso de Mulan señala la posibilidad de una inercia muy inquietante. Después de anunciar su estreno en salas durante meses, Disney decide finalmente estrenarla en su plataforma de streaming. Es negarle el auxilio a un hermano que se ahoga. Un revés muy duro para las salas. Un golpe de Disney de un capitalismo feroz.

¿El año 2020, de lo presentado hasta ahora y de lo que viene, dejará alguna peli en la memoria?

Solo lo dirá el tiempo. A mí de este año me ha gustado mucho Diamantes en bruto, que estrenó Netflix en España. Está siendo un año rarísimo. No sé qué haremos los críticos cuando elijamos al final del año. Soy optimista porque falta la época de otoño de festivales, que es fuerte, como Sevilla, Sitges o Gijón. Ha sido también, claro está, el año de las series. Al estar encerrados en casa, hemos recurrido constantemente a ellas. Tienen un volumen de producción implacable. Este año, en España, dudo que haya algo mejor que Antidisturbios, de Sorogoyen, que llega la semana que viene a Movistar.

¿Cuánto tiempo arrastrará la industria los problemas de producción de estos meses?

No me gusta predecir, suelo fallar, pero marcará los próximos años. No solo por las producciones paradas, que afortunadamente se van retomando. No es tanto eso, sino el tsunami al que se enfrenta la exhibición. Estamos ante mucha incertidumbre. Las majors retrasan constantemente sus estrenos para 2021, pero me pregunto cuántos cines se habrán visto obligados a cerrar para entonces.

Sobre el autor:

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Pablo Fdez. Quintanilla

Licenciado en Periodismo y Máster en Comunicación Institucional y Política por la Universidad de Sevilla. Comencé mi trayectoria periodística en cabeceras de Grupo Joly y he trabajado como responsable de contenidos y redes sociales en un departamento de marketing antes de volver a la prensa digital en lavozdelsur.es.

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