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Con una comunidad de religiosas cuya media de edad no baja de los 70 años, la ayuda que ofrece el medio centenar de voluntarios del comedor de El Salvador se antoja fundamental para poder sacar adelante su gran labor social. 

Manolo, de 58 años, es un luchador. Un héroe. ¿Cómo si no se pueden superar tres cánceres? Ahora, jubilado, echa una mano de lunes a sábado en el comedor de El Salvador, donde hace funciones de voluntario desde hace casi una década. “Cuando dejé de trabajar tenía intención de hacer algo, aunque ya había estado en varias ONG, pero quería hacer algo más. Vine aquí, busqué y me gustó lo que se hacía, porque tenía mucho que ver con mi forma de ser”.

Las hijas de la Caridad llevan 110 años en Jerez ayudando a los más necesitados. En la actualidad, la media de edad de la comunidad de religiosas no baja de los 70 años, lo que da a entender que sin el medio centenar de voluntarios con las que cuentan sería muy difícil que pudieran sacar adelante esta gran labor social. Se podría decir que en gran medida son las otras manos de las hermanas.

Para Manolo el voluntario, desde su punto de vista y aunque suene raro, “es un poco egoísta”. Y lo explica. “Hay tantas ONG y tantas formas de hacer las cosas, que cada uno tiene que buscar donde se sienta más cómodo en su labor, en su horario y en su forma de ser. Lo que hay que tener es ánimo de voluntariado. Aquí se puede ser voluntario dando dinero, trabajando, trayendo alimentos… Tan importante es uno como otro. Esa es mi forma de verlo”.

A las diez de la mañana la cocina del comedor ya empieza a tener movimiento de ollas y sartenes. Los voluntarios se encargan de las labores propias de un pinche, ayudando a las cocineras, que sí están contratadas. También se encargan de preparar el comedor para cuando lleguen los comensales y, una vez abierto, servir las comidas, reponer bandejas y en general, todo lo que haga falta durante el servicio de comidas. Igualmente, cuando éste termine, recogerán y dejarán todo listo para el día siguiente.

Sor Concha es la que se encarga de organizar a los voluntarios. Como a fin de cuentas éstos pueden venir acorde con su disponibilidad horaria, unos días hay más y otros menos. Lo normal es que, de media, vengan dos días por semana.

El voluntario, además, no sólo está en el comedor. Ellos se encargan también de recoger los suministros al Banco de Alimentos –ahora a Puerto Real tras el cierre de la delegación de Jerez- y a colaborar en su reparto a las familias necesitadas los días 1,2 y 3 y 15, 16 y 17 de cada mes.

En este sentido, la nueva superiora de la orden, sor Teresa, aprovecha nuestra visita para desmentir un mensaje que se está transmitiendo a través del servicio de mensajería WhatsApp sobre la escasez de alimentos que sufre el comedor. “Es abrir una puerta que es innecesaria. Nosotras no hemos dicho nada y nadie puede hablar en nuestro nombre sin nuestro consentimiento. Todo lo que nos traigan lo acogemos y bienvenido es, pero cuando tenemos una emergencia sabemos cuál es la respuesta y ésta es mayoritaria. Con lo cual, para qué, si ahora tenemos bastante, vamos a lanzar una llamada de emergencia, porque luego no vamos a dar abasto para gastar. Cuando las hermanas tengan una necesidad serán las propias hermanas las que lo digan”.

Juan Carlos, de 58 años y militar en la reserva, lleva siete años echando una mano en el comedor cuando el tiempo se lo permite. “Para mí no es una obligación, qué mejor que gastar el tiempo en esto. Yo creo que los que tenemos un poco de conciencia de cómo está la sociedad somos los que venimos aquí”. Explica que con la crisis se notó mucho el volumen de afluencia diaria al comedor. “De 30 ó 40 se pasó al doble o a más del doble a veces, y sobre todo cambió el perfil. Antes el usuario típico era el del desahuciado social, pero ahora son familias normales, gente que puede ser tu padre, tu madre... Yo recuerdo a dos ancianitas que venían de la mano que podían ser perfectamente mis abuelas. O estudiantes que se ve que su presupuesto solo les daba para pagarse su piso, matrimonios que trabajan y que cuando uno se queda parado ya no les da para comer…”, relata Juan Carlos.

A las 12 de la mañana, media hora antes de que abra el comedor, llegan los primeros usuarios, equipados con fiambreras, para llevarse su ración de comida caliente. Al día suelen ser cuatro o cinco, aquellos a los que les da reparo comer allí o porque simplemente prefieren comer más tarde en su propia casa.

Esto es el termómetro real de la calle. El que viene borracho, el que te insulta, el que te da las gracias, el que viene hasta de chaqueta. Aquí viene de todo y algunos no son muy agradecidos”, explica Manolo. Hasta cierto punto es comprensible. Muchos usuarios son personas que viven en la calle, machacados psicológicamente y que alivian sus penas en la droga o el alcohol. Esto hace necesario que a diario acuda una pareja del 092 para evitar cualquier tipo de incidente.

A las doce y media se abre el comedor y cada usuario toma su bandeja. A todos se les sirven dos primeros y dos segundos, además del postre. El menú de hoy son berenjenas fritas, croquetas, puchero, guiso de patatas y fruta. El Salvador también tiene en cuenta a los usuarios musulmanes, a los que se les sirve pollo en lugar de cerdo.

A esta hora el ajetreo es constante. En cocina, donde sor Carmen está al mando, no se para. Los voluntarios, además de servir la comida, van reponiendo bandejas, cubiertos y pan. Juana Rosa, de 75 años, es una de las voluntarias más veteranas. Se educó con las hermanas y por eso de conocer la gran labor que hacen decidió echarles una mano dos veces por semana. “Estoy contentísima. Aquí me abrieron las puertas, hay mucho compañerismo y se está muy a gusto”.

A Juana ser voluntaria le ha servido para “valorar lo que tengo. Me encontré aquí a cien personas, cada uno con un problema. Muchas veces no miramos lo que tenemos detrás”.

Margarita, otra voluntaria, también conocía la labor que realizaban las hermanas de la Caridad. Ella, que por su trabajo sólo puede venir un día a la semana, describe su experiencia como “bonita y dura. Bonita por lo que se hace aquí y dura por la gente que he visto, no sólo indigentes, también familias, gente joven, abuelas y nietas, enfermos mentales y gente que ves que van a acabar mal. Un poco de todo”.

El servicio de comida concluye a la una. Como bien dicen los voluntarios, por El Salvador han pasado diferentes perfiles, personas de la calle y otros que no pasarían por usuarios del comedor. Toca recoger y dejar todo listo para el día siguiente. “A mí del Salvador no me echan ni con agua caliente. Cuando he estado malo sin poder venir un tiempo a mí me faltaba el aire”, señala Manolo a punto de irse. Mañana volverá a cumplir su cita con las hermanas de la Caridad.

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Jorge Miró

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