Uno de los miembros del grupo de espeleología jerezano GIEX en una cueva. FOTO: GIEX.“En aquella época era muy difícil que la gente tuviese tiempo para el ocio y para cosas como esta”, aclara el investigador, que cita entre los pioneros a Miguel Cafranda, farmacéutico de la señera farmacia de la calle Larga, y a Manuel Esteve Guerrero, conocido investigador y director del Museo Arqueólogico. Fue en esos años cuando se constituyó la Sociedad Espeleológica Científico-Deportiva Montesinos, conocida como Grupo Espeleológico Montesinos, integrada por una serie de aficionados inquietos de la sociedad jerezana que buscaban "desentrañar los misterios de las profundidades subterráneas de la serranía de Grazalema". El primer descenso a la Sima de Villaluenga lo llevaron a cabo el 19 de marzo de 1954, repitiéndose en mayo del mismo año y concluyendo su exploración definitiva el 8 de abril de 1955 con el descenso del gran pozo, a 54 metros de profundidad. Según cuenta Antonio Santiago, que ha recogido en diferentes artículos divulgativos los orígenes de la espeleología en la ciudad, el grupo continuó con el trabajo en la Sima de Líbar (Cortes de la Frontera, Málaga) y en el Peñón del Berrueco. Durante la década siguiente, la de los años 60, surgió el nuevo colectivo de espeleólogos jóvenes formado en el frente de las Juventudes de la OJE, el grupo GEX, y luego el GIE. La fusión entre ambos tendría lugar en 1980. Tráiler del documental del GIEX en Motilla
Antonio Santiago, a la izquierda, junto a sus colegas.“En una cueva hemos estado casi tres días pero claro, hemos tenido comida y hemos podido hacer cosas calientes, cambiarnos de ropa, quitarnos la mojada y ponernos algo cómodo”, comenta. Y algo más que cómodos cuando llevan a cabo su “dieta con fundamento”. “Le llamamos así a llevarnos en un tupper unos chicharroncitos, jamoncito ibérico, nuestros potajitos y una petaca con un poco de amontillado”, cuenta con socarronería, tras más de un mes encerrado. “Eso dentro de una cueva es un lujo... es el placer de los que ya nos hacemos muy viejos”, ríe.
Una de las bajadas de GIEX.A sus 62 años, Antonio Santiago sigue al pie del cañón pero recuerda que ya no está hecho “un chaval”. “En Burgos acabé muy machacado, estaba agobiado y no podía”, recuerda. Habla sobre una de sus últimas incursiones en la cueva de Paño, una cueva "muy peleona". "Es una maravilla de sitio que hay que conservar pero nuestras edades no están para meternos una caña de este tipo". Sobre sus incursiones más complicadas, recuerda sus primeros años, cuando llegó a tener miedo al verse envuelto en un posible accidente. "Estuve haciendo topografía y me quedé colgado de una bota que tenía hebillas. Hoy en día el material es más sofisticado y eso es más difícil que pase", aclara. No obstante, en la historia de este grupo de espeleólogos jerezanos ha perdido a varios compañeros, como la buceadora Mireia, que falleció en un sifón de Motilla o Eduardo, de una caída. A ellos les guarda memoria, lamentando su pérdida. De aquella última aventura en Burgos guarda un grato recuerdo. “Vinieron 600 personas a escuchar a cuatro jerezanos que no conocían de nada”, dice. A esta capital de la prehistoria española fue junto a sus compañeros Pepe Aguilera, Antonio López y Rafa Moreno, invitado por el 50 aniversario del grupo burgalés Niphargus. En Burgos la afición de la espeleología es mayor por su relación con la arqueología y la prehistoria, y el trabajo desempeñado en Atapuerca. “Es impresionante, los burgaleses conocen y se sienten orgullosos de su patrimonio subterráneo, la gente tiene mucha cultura”, declara el investigador. Lamentablemente y como dice el dicho, nadie es profeta en su tierra. Antonio Santiago ahora está en casa, con teletrabajo, inquieto y deseando salir del confinamiento para poder volver a “hacerse una cueva”. “No paro de dar vueltas por casa, me falta sierra”, dice. No sabrá cuando volverá a las cavernas, ni tampoco al trabajo de campo como arqueólogo. Este año, por primera vez en su vida, no podrá excavar ya que los programas universitarios se han cancelado. Ahora lo que toca es desempolvar los cuadernos de campo.


