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“A partir del lunes cojo mi coche para recorrer de nuevo todos los rincones de España y escuchar a aquellos que no han sido escuchados, los militantes y los votantes de izquierdas de nuestro país”, anunciaba un Pedro Sánchez con voz quebrada el 29 de octubre de 2016, al entregar su acta de diputado en el Congreso, después de dimitir como secretario general socialista.

Tras su renuncia, en una rueda de prensa emocionada en la que su imagen de hombre de principios consiguió empatizar con las bases socialistas, se fue a hacer con Jordi Évole en Salvados una de las entrevistas más sinceras y honestas que haya podido dar el presidente del Gobierno de España en funciones.

En aquella entrevista, Pedro Sánchez, que entonces no daba nadie un duro por él, afirmó que “mi error fue firmar sólo con Ciudadanos y no con Podemos”, que “responsables empresariales trabajaron para que hubiera un Gobierno conservador” o que “medios progresistas –en alusión a El País y la Cadena Ser- me dijeron que si había entendimiento con Podemos, irían en contra del PSOE”.

Después de aquella entrevista, se recorrió España para visitar las agrupaciones socialistas y conquistar el apoyo de las bases para resituar al PSOE en la izquierda y dejar claro que había que entenderse con Podemos para que en España hubiera gobiernos progresistas. Si no fue sincero, desde luego es un gran actor, porque muchos españoles, incluso en el interior de Podemos, le creyeron en su voluntad de reconducir el timón de un partido que estaba roído de viejos elefantes que lo habían situado como aliado preferente del PP.

Con todo y todos los barones y los medios de comunicación de la órbita del PSOE en contra, el madrileño consiguió la gesta de ganarle a Susana Díaz en las primarias en las que resucitó el muerto y murió la aspirante al estrellato. En el último acto público de aquel proceso de primarias, celebrado en Sevilla, dos días antes del domingo de votación, unas 1.000 personas, muy lejos de las más de 5.000 que acompañaban a Susana Díaz a unos pocos metros, un Pedro Sánchez en vaqueros y camisa, junto con la alcaldesa de París Anne Hidalgo, levantaba el puño y cantaba La Internacional, mientras prometía que iba a situar el PSOE en la izquierda y que Podemos tenía que ser un aliado y no un enemigo. De bonito que era daba hasta escalofrío.

Una exparlamentaria andaluza identificada con el sanchismo, y que tiempo atrás fue defenestrada por el susanismo, se me acercó en aquel mitin y me dijo: “Si no gana Pedro Sánchez, yo me voy, es insostenible este partido, lo han situado tan a la derecha que ser socialdemócrata supone que te miren como si fueras un revolucionario ruso”.

Otra de las primeras mujeres que apoyó a Pedro Sánchez, cuando en Sevilla nadie quería señalarse en contra del entonces imbatible y omnipotente susanismo, relataba que habían sufrido mucho, que para Sánchez la guerra fratricida había tenido un alto coste emocional y físico y que había sido durísimo hacer campaña, sin recursos y con la dirección torpedeando la entrega misma de los censos de militantes. Ninguno de los militantes afines que desafiaron al susanismo y acompañaron a Pedro Sánchez en aquel acto público, debajo del Puente de Triana, podía pensar que pasaría lo que finalmente ocurrió.

Susanismo vengativo

El domingo 22 de mayo de 2017, antes de que se hiciera público el escrutinio de las primarias, los móviles echaban fuego. “Creo que hemos ganado y hasta parece que hemos arrasado. No sabes qué sensación tengo de alegría, hemos sufrido tanto, nos lo han hecho pasar tan mal y nos han puteado tanto. Ahora sí, el PSOE será de izquierdas”, me escribió una de las militantes que formó parte del equipo de Pedro Sánchez en Andalucía, territorio en el que situarse al lado del defenestrado exsecretario general equivalía a cavar la tumba política frente a un susanismo vengativo.

Al mes de ganar Pedro Sánchez, una exalcaldesa de un pueblo sevillano, que fue colocada como asesora en la Diputación Provincial de Sevilla tras dejar la alcaldía, llegó a su despacho y se encontró encima de la mesa el cese. Era la respuesta por haber apoyado al actual presidente del Gobierno en funciones en su carrera contra Susana Díaz. El susanismo no perdona.

De aquella gesta heroica, que supuso mucho sufrimiento a demasiada gente honesta y noble que milita por principios, al primero a Pedro Sánchez, han pasado solamente dos años, aunque parezca que hace diez. Entremedias, una moción de censura, que salió adelante por los votos de Unidas Podemos y por la audacia de Pablo Iglesias, que negoció con los grupos catalanes y vascos, y unas elecciones generales con un alto nivel de movilización y de voto prestado por el miedo a Vox.

La noche electoral del 28 de abril, la España progresista se acostaba aliviada. Se había conseguido frenar a las tres ultraderechas y la izquierda sumaba para poder constituir un gobierno de progreso y de coalición que implementara los cambios necesarios para sacar adelante un país que tiene a 12 millones de personas, un 25% de la población, en el umbral frío e inhóspito de la exclusión social tras una gestión sádica e inhumana de la crisis.

El PSOE quiere gobernar en solitario

Al día siguiente de las elecciones generales, Carmen Calvo, ahora dedicada a ser la policía mala de Pedro Sánchez, dijo que tururú, que el PSOE quería gobernar en solitario. En lugar de hacer una lectura en clave de país, como hizo el electorado de izquierdas, el PSOE leyó los resultados en clave partidista, desde el sectarismo y el dogma de quien no tiene más causa que el partido.

Luego vino la humillación y ridiculización a Podemos, despreciando a sus miembros para que pudieran ser ministros; más tarde, Pedro Sánchez afirmó que Pablo Iglesias nunca le había pedido ser vicepresidente, para tres días después sostener que el líder de Podemos le había pedido una “vicepresidencia social”.

En medio de este lío, diputados y exdiputados socialistas, entre ellos la portavoz del PSOE en el Congreso Adriana Lastra, han firmado un manifiesto para pedirle al PP que apoye a Pedro Sánchez y se abstenga en la investidura, cosa que han intentado con Ciudadanos sin éxito. Curioso es que no haya diputados en el PSOE que firmen un manifiesto para que Pedro Sánchez aceda a gobernar con Unidas Podemos.

Y así, aquel Pedro Sánchez, que cogió su Peugeot para recorrerse España y visitar las agrupaciones socialistas, se ha vuelto a situar en el mismo punto de partida que estábamos en 2016, cuando dimitió entre lágrimas después el dantesco espectáculo en el Comité Federal, donde sólo les faltó sacar las armas y matarse unos a otros en un ajuste de cuentas de odio y ambiciones frustradas. Después de todo este serial trágico, Pedro Sánchez responde con un lenguaje del pasado, de cuando el bipartidismo podía jugar solo sin pasar la pelota al resto de jugadores.

40 millones de deudas con los bancos

Ahora, por arte del birlibirloque, no hay presión de los poderes económicos y nos lo tenemos que creer: “Pues claro que no está habiendo presiones. Me guio por convicciones”, ha dicho este jueves el Pedro Sánchez que no tuvo problemas en darle una vicepresidencia a Albert Rivera en 2015 pero que veta a Pablo Iglesias, faltándole el respeto al partido con el que quiere pactar, a los casi 4 millones de votantes que votaron a Podemos y dejando claro que el problema de fondo del PSOE es que no está dispuesto a enfrentarse a los poderes económicos a los que le debe 40 millones de euros de deudas.

El coche con el que Pedro Sánchez recorrió las agrupaciones socialistas se ha averiado y la duda ahora es si la lucha contra Susana Díaz fue por el control interno del partido, por pura supervivencia vital, o una sincera pelea ideológica y de principios por situar al PSOE al lado de la gente sencilla. Si se repiten elecciones por la incapacidad de dialogar y de levantar vetos de un PSOE que se cree que aún vive en los tiempos de las mayorías absolutistas, quienes perderán serán quienes necesitan que se derogue la reforma laboral, se regule el precio del alquiler, se suban los salarios y las pensiones y que las instituciones funcionen como un escudo humano para defender a quienes no tienen más armas que la democracia para aspirar a vivir una vida digna de ser vivida.

El lunes se celebra la primera sesión de investidura y Pedro Sánchez llega sin haber dialogado con ninguno de los partidos de los que necesita el apoyo, ninguneando a su socio preferente, haciendo declaraciones sobreactuadas en medios de comunicación contra Unidas Podemos y sin rastro de la épica romántica con la que resucitó levantando el puño y cantando La Internacional. El coche con el que recorrió España se ha chocado contra el IBEX-35, que son los dueños de España y del PSOE.

Sobre el autor:

Raúl Solís

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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