Vélez, la bodega familiar que levantó un montañés en Chiclana: "El cotillón era la bomba"

Este negocio emblemático en la ciudad lleva 165 años entre finos, olorosos o amontillados sorteando las crisis gracias a trabajadores como Juan Manuel o Miguel Ángel, que han vivido su evolución

Juan Manuel Vélez con una copa de fino Reguera en La cochera, en Chiclana.
Juan Manuel Vélez con una copa de fino Reguera en La cochera, en Chiclana.

El cotillón de Vélez “era la bomba”. Dar la bienvenida al año en una bodega histórica era el plan preferido de muchos chiclaneros. “Mi padre me decía que esto era espectacular”, comenta Almudena Caballero, jerezana de 34 años que, tras la jubilación de su progenitor ha tomado las riendas de la administración de una sociedad familiar que no hace falta presentación en Chiclana.

Han pasado 165 años desde que se pusieran en pie estas bodegas emblemáticas que Almudena recorre una mañana cualquiera. Más allá de la fiesta navideña, el complejo es conocido por su producción de vino a lo largo de la historia en siete naves de más de 800 metros.

Interior de la nave Andana Húmeda.
Interior de la nave Andana Húmeda.   MANU GARCÍA
Almudena enseña los rincones de estas emblemáticas bodegas.
Almudena enseña los rincones de estas emblemáticas bodegas.   MANU GARCÍA

Fino Reguera, Palo cortado, amontillado, moscatel naranja, moscatel blanco. Variedades que reposan en las botellas que son demandadas tanto por particulares como por establecimientos hosteleros. “Con la pandemia hemos mandando mucho vino fuera”, dice la administrativa que gestiona pedidos para toda España.

Acaba de entrar en Andana Húmeda, bodega donde hay un sinfín de botas con solera que contienen oloroso y palo cortado. Después, se adentra en el recinto para llegar a otra nave con suelo de albero. “Las bodegas engañan”, bromea. Las instalaciones son más grandes de lo que se percibe a la entrada con un bonito patio.

"Vienen a tomarse su rebujao"

La influencia del río Iro, el Atlántico, la Bahía y el esfuerzo de la familia han dado lugar a un elixir con mucha historia que se pone a la venta en un lugar al que llaman “sacristía”. En su interior no se divisa un sacerdote revistiéndose sino unos cuantos hombres que acostumbran a tomarse una copa de vino a diario. El encargado de servirles es Juan Manuel Vélez, chiclanero de 72 años perteneciente a la saga familiar de la bodega. “Vienen a tomarse su rebujao, un fino con moscatel”, dice con una botella en la mano.

Una bota de Fino Reguera.
Una bota de Fino Reguera.  MANU GARCÍA

Según cuenta, “el que más se vende es el fino”. La estrella del lugar, ese que ha sido testigo de miles de reuniones desde un catavino. Juan Manuel lleva unos cuatro años detrás de la barra, antes había trabajado en el negocio pero, su ocupación inicial fue la hostelería en Cádiz. “Esto iba a cerrar, me llamaron y volví”, cuenta el bisnieto del fundador de una de las bodegas más antiguas de la zona.

"El fino es el que más se vende"

Fue su bisabuelo, Juan Manuel García, tonelero, montañés natural de Santander, el que levantó este proyecto tras adquirir los terrenos ubicados en el centro histórico. También regentaba el estando Santa Elisa y una pequeña bodega en Jerez antes de instalarse en la ciudad. Se mudó a la finca y mandó a construir desde cero la primera nave, en la calle San Antonio.

Cada bota que albergaba el edificio llevaba grabada sus iniciales J.M.G hasta que su yerno le diera el relevo tras su fallecimiento. Su hija, Elisa García de Mier, se casó con otro montañés, José Vélez Sánchez, que le cambió de nombre. “En aquella época, predominó el apellido de su marido en lugar de el suyo, incluso cuando él murió, la bodega estuvo mucho tiempo llamándose Viuda de Vélez”, cuenta Miguel Ángel Pacheco, chiclanero de 62 años, uno de los últimos en nacer en la calle de La Rosa y no en el hospital.

Miguel Ángel sujeta una copa de vino.
Miguel Ángel sujeta una copa de vino.  MANU GARCÍA

Este antiguo trabajador ya jubilado ha vivido en sus carnes la evolución de Bodegas Vélez y conoce al dedillo los entresijos de este lugar tan reconocido en la localidad. Se ha sentado junto a Juan Manuel con una copa de rebujao. Cada sorbo es un recuerdo.

Miguel Ángel empezó en Vélez en cuanto acabó Primaria, a principios de los años 70, en una época en la que las empresas recababan aprendices en los colegios. “Tuve la suerte de rebote que cogieron a mi amigo para la oficina y él quiso seguir estudiando y me avisó a mí”, comenta a lavozdelsur.es.

Desde ese momento, oficinista o , como él dice, “escribiente”, se convirtió en su profesión los siguientes 44 años ininterrumpidos. En el entorno, además de números, también aprendió sobre vinos, vendimias, envases o etiquetas en un momento en el que el sector ya estaba en crisis.

Juan Manuel detrás de la barra de la Sacristía.
Juan Manuel detrás de la barra de la Sacristía.  MANU GARCÍA
Interior de la Sacristía en la calle San Antonio.
Interior de la Sacristía en la calle San Antonio.   MANU GARCÍA

El chiclanero señala a esas más de 100 bodegas que había en Chiclana de las que apenas quedan cuatro. “En Jerez, donde ahora hay grandes urbanizaciones de piso, antes había bodegas”, añade. Para él, el mundo del vino había entrado en decadencia “por no haber sabido valorar su producto”. Pero pese al contexto, la bodega ha salido adelante y ha sorteado crisis y pandemias.

“Hay años mejores y otros peores, pero ese ha sido muy bueno”, dice Juan Manuel desde la sacristía, un espacio con encanto que se habilitó hace unos 30 años. Antes, el despacho de vinos se encontraba dentro de la propia bodega.

Pero al gerente de la época, Patricio Gutiérrez, casado con una Vélez, se le ocurrió independizar el local para que la venta no cesara cuando cerrara la bodega. Así construyó el establecimiento en el que los chiclaneros comparten vivencias. “Estos ladrillos salieron de la reparación del techo de la bodega, hecho como se hacían en la época, tienen más de 150 años”, apunta Miguel Ángel que destaca la decoración que eligieron entonces.

Juan Manuel sirve el fino en un catavino.
Juan Manuel sirve el fino en un catavino.   MANU GARCÍA

Además, para él, el nombre que le pusieron era ideal ya que, la sacristía de una bodega era el lugar donde estaban los mejores vinos. Al lado de este local se divisa La cochera de Vélez, espacio llamado así porque era utilizado por su fundador para guardar sus coches de caballos. En la actualidad, un rincón con encanto donde se realizan degustaciones.

“Patricio dio otro giro a la bodega, diversificó el negocio, que hasta entonces había sido puro de vino”, expresa Miguel Ángel. No solo abrió la sacristía sino que también comenzó a acoger celebraciones de todo tipo, sin perder la tradición vinícola.

Detalle de las botas de las Bodegas Vélez.
Detalle de las botas de las Bodegas Vélez.  MANU GARCÍA
Preparación de pedidos en la Sacristía.
Preparación de pedidos en la Sacristía.   MANU GARCÍA

En los años 90 las naves que habían quedado en desuso por la crisis se destinaron a salón para bodas, bautizos u otros eventos. “Aquí se ha casado mucha gente, y este año más. Tenían ganas de casarse, hemos tenido todos los fines de semana, tres y cuatro bodas”, señala Almudena.

En noviembre, los casamientos disminuyen y le dan paso a las zambombas. La que organiza Vélez todos los años, también es una de las más esperadas por los chiclaneros muchos de los cuales ya han llamado para reservar, según la administrativa. Juan Manuel, conocido por los amantes de estos vinos, posa su copa en la barra. La luz refleja una vidriera colorida.

Sobre el autor:

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Patricia Merello

Titulada en Doble Grado en Periodismo y Comunicación audiovisual por la Universidad de Sevilla y máster en Periodismo Multimedia por la Universidad Complutense de Madrid. Mis primeras idas y venidas a la redacción comenzaron como becaria en el Diario de Cádiz. En Sevilla, fui redactora de la revista digital de la Fundación Audiovisual de Andalucía y en el blog de la ONGD Tetoca Actuar, mientras que en Madrid aprendí en el departamento de televisión de la Agencia EFE. Al regresar, hice piezas para Onda Cádiz, estuve en la Agencia EFE de Sevilla y elaboré algún que otro informativo en Radio Puerto. He publicado el libro de investigación 'La huella del esperanto en los medios periodísticos', tema que también he plasmado en una revista académica, en un reportaje multimedia y en un blog. 

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