Willy Fog era una versión infantil y animada, con personajes antropomórficos, de La vuelta al mundo en 80 días, el gran clásico de Julio Verne. Como es sabido, el autor literario que imaginó mil leguas de viaje submarino, se adentró en el centro de la tierra y creó los personajes de aquella vuelta al mundo en menos de tres meses apenas salió de Francia.
Esta Willy Fog contemporánea, en cambio, ha nacido y vive en Chiclana, es ambientóloga (estudió Ciencias Ambientales en la Universidad de Cádiz), ha visitado 61 países reivindicando el placer —y el desafío— de viajar sola, y acaba de publicar un libro sobre la experiencia personal de dar la vuelta al mundo. Eso sí, a diferencia de Fog, ha cumplido su sueño en 91 días: 80 jornadas completas y otras 11, "mi número preferido".
Inma Salado (Chiclana, 1981), que hace honor a su apellido y se convirtió en experta salinera, llegando a trabajar durante 15 años en la empresa Salinas de Chiclana y convirtiéndose en una de las pocas personas que hace catas de sal, hojea su diario de aventuras a los pies de la tercera pista de la Barrosa.
Cuidadosamente autoeditado durante tres años, con 454 páginas y 19 capítulos, acaba de lanzar La vuelta al mundo en 80+11 días, donde relata un periplo que inició en 2017 y que se suma a otros muchos planes y proyectos en marcha que rápidamente dejan al trasluz su hiperactividad. Entre otras muchas cosas, y sin perder la sonrisa, ni los nervios, tiene su propia empresa turística, Sal & Viaja, y organiza en su tierra natal talleres educativos de culturas del mundo.
"Al final es aunar todas mis pasiones en un trabajo"
"Al final es aunar todas mis pasiones en un trabajo. Mi empresa es toda mi esencia en un negocio. Por un lado, me encanta la educación, transmitir todo lo que sé para que las demás personas también puedan aprender; por otro, me encanta viajar; y por último, soy especialista en sal (ha recorrido numerosas salinas de todo el mundo), por lo que al final también acabo haciendo catas de sal o dando la vuelta al mundo, intentando inspirar para hacer ver que cualquiera puede hacer esto sin ni siquiera demasiado poder adquisitivo".
Cuando pronuncia entre risas esto último, elegimos adentrarnos en esta aventura de Inma Salado y ella nos lo explica: ¿la vuelta al mundo sin invertir un dineral? "No es tanta inversión dar la vuelta al mundo como hacer un viaje largo una vez al año con tu familia. De Tailandia estás a nada de Myanmar y, a lo mejor, el vuelo entre ambos países cuesta 30 euros. Luego saltas a Filipinas y son otros 40 euros".
Su vuelta al mundo, al igual que los viajes al resto de países que ha ido realizando, ha sido low cost, aunque con concesiones a una parada al menos en un sitio de cocina de calidad para conocer la gastronomía de cada país. "En total gasté 9.000 euros, lo que tenía previsto", dice abriendo las páginas donde detalla uno a uno todos los gastos de una itinerancia de tres meses. "Un mínimo bien empleado basta para todo", escribió Julio Verne para narrar las aventuras por el mundo de Phileas Fogg, el personaje que luego fue Willy Fog. Salado lo lleva a rajatabla.
De Grecia a Cuba, pasado por otros diez país en una vuelta al mundo improvisada
Su vuelta al mundo empezó de Madrid a Grecia, luego pasó a Turquía, Ucrania, Tailandia, Myanmar, Malasia, Singapur, Filipinas, China, Hawái, Estados Unidos (San Francisco, Las Vegas, Los Ángeles, Florida, Nueva York), México, Cuba y vuelta a Madrid. En total, 12 países en los que pasó diferente tiempo de estancia, aunque todo organizado un día antes de cada jornada. "Yo lo único que llevaba de España organizado eran los viajes internacionales. Dedicaba la noche antes a ver cómo organizaba la jornada siguiente", cuenta, mientras detalla que, aunque pensó en hacer la misma vuelta al mundo de Willy Fog, finalmente viró el rumbo porque había muchos países que ya había pisado.
En su equipaje, apenas una mochila de seis kilos que no necesitaba facturar "para no perder tiempo". "Era un viaje en plan montuna, vas con el mismo pantalón dando la vuelta al mundo y aprovechas en las lavanderías para leer un libro o seguir planificando el viaje. El tiempo funciona de otra manera y el ritmo del día a día es otro". Y aquí entra en juego el gran placer del viaje hacia fuera, pero también hacia uno mismo. Lo primero, lo más obvio: "Cuando viajas es increíble cómo te cambia la mente y cómo absorbes todo lo que tienes a tu alrededor; estás constantemente disfrutando del instante y viendo que hay muchas otras culturas, aprendes a ser más respetuoso con otras ideas". Lo segundo, una suerte de introspección que ella ha logrado gracias al hecho de volar sola.
Sin postureo de redes y rendida ante el Taj Mahal
El 70% de la clientela de las agencias especializadas en viajes en solitario es femenina, según Statista. Viajar sola está lejos del postureo del viajecito para subir fotos a Instagram, o más lejos aún del turisteo organizado que dice qué ver y adónde ir en cada instante. Curiosamente, en esos viajes el tiempo libre del viajero es algo que se adjudica fuera de las visitas ya prefijadas. Inma aborrece todo lo que huela a empaquetado a la hora de recorrer el mundo. Viajar sola es viajar también tierra adentro.
"Cuando viajas sola —explica— también te haces más fuerte, en el sentido de que no puedes culpar a nadie si la cosa no va bien. Tomas una decisión, con agilidad mental, y si te sale mal, te aguantas y tienes que pensar otra opción. La vida es un 10% lo que te ocurre y un 90% cómo tomas las decisiones. Viajar sola es interesante especialmente en este aspecto, no valen justificaciones, te aguantas y continuas, pero también porque necesitas más contacto con los demás, conoces a más gente". Toda la vida, un viaje.
"Viajar para mí es algo, en parte, agotador porque indago mucho, me organizo por las noches, hago pantallazos de los sitios a los que ir porque generalmente no tengo cobertura, y si subo cosas a redes es porque me gusta recapitular lo que he visto y, claro, también por poner alguna foto bonita. Pero es más cumplir una aspiración personal que exhibirme o decir dónde he estado. Si voy a Turquía y veo las dos catedrales, me gusta explicar sus diferencias, la belleza de una y de la otra".
Como anécdotas, digamos, más fuertes de su experiencia dando la vuelta al mundo, están el hecho de no haber tenido nunca ningún problema de seguridad, "he tenido suerte, pero al final ves que hay más gente buena que mala", así como el magnético impacto de una imagen aparentemente tópica, el Taj Mahal. "Estamos hartos de verlo en 10.000 fotos, pero cuando llegas allí es que es increíblemente bonito: la luz que tiene, la simetría, la construcción, cómo se ha hecho...".
Su siguiente destino volverá a ser al azar. Quiere ir a la Antartida, pero aparte de "muy caro", necesitará compañía, guías que le ayuden a recorrer este confín del mundo. Pero no es imposible. Ella no hace deporte "porque soy muy vaga", pero en cambio el año pasado se preparó y acabó ascendiendo el Kilimanjaro. Puede pensarse que no hay reto que se le resista. Empezó ayudando a proteger tortugas marinas y cetaceos en diferentes ONG internacionales, con las que comenzó a descubrir que eso de ver mundo —Guatemala, Cabo Verde, Costa Rica...— iba irremediablemente a convertirse en su estilo de vida. O como escribió Verne en su Vuelta al mundo en 80 días: "¿Y por qué no había de suceder? Cosas más extraordinarias se han visto". Por cierto, si le dan elegir, es tajante: "Chiclana, Cádiz. Esto es el paraíso. Cuando te vas, siempre quieres volver".
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