Julio Verne en la avenida del Colesterol

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

El espeto de sardina de 'El Chinchal', una noche de verano en Jerez. FOTO: lavozdelsur.es
El espeto de sardina de 'El Chinchal', una noche de verano en Jerez. FOTO: lavozdelsur.es

En Andalucia se llama bujío a lo que la RAE reconoce por bohío, palabra antillana que aludía a un tipo de cabaña redonda y sin ventanas que aquí se exporta como sinónimo de chozo, escondite. Tres cuartos de lo mismo pasa con chinchal, otra palabra caribeña que remite a cafetín o taberna de ínfima categoría. En Cuba, equivale a puesto pequeño de venta de tabacos. Julio Verne no vivió en la avenida del Colesterol, ni olió nunca en el viento que entraba por su ventana en Amiens el fruto de dos azucareras molturando a toda pastilla en las noches de agosto. En cambio, sin dejar de ser provinciano (con todo lo que ello encierra) y siendo un viajero más que contenido escribió 20.000 leguas de viaje submarino, dio la vuelta al mundo en 80 días, viajó de la tierra a la luna y luego hasta el mismo centro de la tierra, demostrando que a veces no hay que salir del pueblo para ser cosmopolita. Ni viajar, para sentir que tu cuerpo se desconecta de los lugares comunes que visitamos en la más vil de las rutinas.

No necesitamos continentes nuevos, sino personas nuevas, dijo el autor de Nantes. No necesitamos exhibir viajes en Instagram, necesitamos capturar las imágenes en nuestro interior para que signifiquen algo más que puro exhibicionismo. Para regodearse en las vidas que dan las vueltas, Verne llevó en ese paseo al que supo o quiso, o las dos cosas, leer su asombrosa capacidad para teletransportarnos. Este verano, donde por motivos de feliz paternidad hemos optado por movernos poco de casa, y el radio de acción apenas se circunscribe en una frontera imaginaria entre el Gorila, en la plaza Plateros de Jerez, y la playa del Carmen de Zahara de los Atunes, aprovecho cualquier excusa para embarcarme, abrocharme el cinturón y volar lo que puedo.

Con una sonrisa de ellas, con una canción de Ruibal en directo a dos pasos de casa, con Los últimos mohicanos de Vicent y El Universo en tus manos de Galfard, con Dumbo de Tim Burton como si estuviera en el Terraza Tempul viendo de niño Los intocables, o cenando en medio de un bujío llamado El Chinchal. Perdido entre la Canaleja, una fábrica de cerdos y viejos huertos y olvidadas vaquerizas, en ese entorno agreste, un Fargo del medio Oeste a la jerezana, ceno como si estuviera pisando arena negra de la Costa del Sol. A precios muy populares, con litrona de Cruzcampo y tinto de verano. Y viajo también al futuro de una España que se reconcilia. Donde obvias que el mismo personaje que tiene colgada una trasnochada bandera del aguilucho en su chiringuito urbano te brindará un espeto de sardina o de gambón que no olvidarás porque, aparte de lo sabroso y rico que está, te coloca con la brisa de la primera línea de playa sin salir del sofoco de la campiña.

Otro día de esas vacaciones mitad realidad, mitad ficción, bajas hasta Barbate para disfrutar de su plaza de abastos como si fuera un zoco de ensueño y te pones ciego de atún rojo de almadraba en la peña que lleva su nombre, a la vuelta de la esquina con la calle Pemán del que creías tan deprimido antiguo Barbate de Franco. Luego, en Benalup Casas Viejas, te sientas a la mesa de la Fábrica de la Luz, un restaurante que al parecer fue un viejo molino, un consultorio médico y unas oficinas de la compañía energética de la época que pudo quedar retratado para la posteridad en los tiempos en los que los plumillas de Madrid bajaron a Cádiz por los cruentos sucesos de la choza del Seisdedos. Y pruebas unas carnes de primera, magret de pato, vaca gallega madurada y paletilla de cordero incluidos.

Te tomas, ya en Jerez, un tinto con un tipo muy interesante. Intercambiáis impresiones de manera cordial. En un momento dado, te espeta que tiene la sangre roja y el corazón en el lado izquierdo, pero que sin embargo es más de derechas que Fraga. Acabas brindando con él por el futuro y la libertad, tras una amistosa charla sobre, entre otras cosas, el aquí y ahora del periodismo. Los provincianismos no se curan viajando, los prejuicios se curan yendo, viendo, escuchando, y volviendo para contarlo. Los límites suelen ser los que nos autoimponemos. En Cádiz es difícil saber dónde empieza el mar y acaba la montaña. Ay Julio...

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