Es octubre y me dirijo, junto con mi mochila a un país situado en el cuerno de África y del que poco conocía cuándo lo elegí cómo opción. No sé los motivos, pero quiero descubrirlo.
Después de 7 horas de vuelo desde Madrid llego a la capital de Etiopía, Adís Abeba. Mi llegada ha sido fácil pero curiosa. Totalmente sola por los pasillos del aeropuerto, he parado en una ventanilla pequeña para sacar el visado previo pago de 50 dólares.
Tras varias aventuras increíbles por el Norte y Este del país, en la que además de los lugares visitados como el Valle Dallol, un lugar donde no es posible que habite el ser humano, ha sido toda una experiencia ver la forma de vida de la Tribu Afar. Una tribu nómada habituada desde hace siglos a las condiciones extremas de supervivencia y una de las más pobres que existen en el mundo.
Continúo mi viaje y optó por cambiar radicalmente, ahora me dirijo al Sur, con el objetivo de conocer de primera mano las tribus y su cultura. Tras varios aviones llego a Arba Minch, lugar de inicio del recorrido.
Después de varias vueltas por el pueblo en busca de una agencia de viaje, me doy cuenta de que no hay nada, así que me toca negociar con el recepcionista. Me explica que hay tours de 5 a 8 días y yo solo tengo tres días de estancia antes de partir a mi próximo país. Sí o sí quiero ver las tribus, así que optó por la opción de cogerme un conductor privado. Tras negociar precios y recorrido, me dispongo al banco para sacar el dinero y no me lo puedo creer. Mi tarjeta de crédito está bloqueada. Me encuentro en Etiopía, sola y sin nada de dinero. “¡Horror! Qué no cunda el pánico”. Hago varias llamadas con el wifi del hotel, por WhatsApp, al banco, y finalmente tarjeta operativa de nuevo. Así que todo listo para mí partida a primera hora. Los nervios me invaden por irme sola tres días por tribus africanas con un conductor que aun ni conozco.
“La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito”. Ralph Waldo
A las 7 de la mañana mi conductor está esperando en la puerta de mi habitación para irnos. Me monto en una furgoneta muy antigua que desconozco los kilómetros que aguantará. Sin apenas comunicarnos porque él no habla ni español ni inglés, le muestro los lugares que había negociado con el recepcionista y me dice que no es posible. “No time. No time. No time”. Es lo único que sabe decirme. Las distancias son muy largas y los caminos son horribles. Tras ceder ambos y ver qué era lo mejor, pusimos rumbo directo a la Tribu Hamer. Después de 6 horas, sin parar, llegamos a no sé dónde. Nos hemos perdido tantas veces que no sé marcar en el mapa la ubicación. Pero lo que sí que sé es que he llegado a otro mundo.
Mi cerebro no puede procesar tantas imágenes, sensaciones, olores, vibraciones; Pieles de hombres y mujeres pintadas de color ocre, inclusive el cabello, apenas vestimenta, verduras por los suelos, una lengua que no entiendo, mucho calor…
No hay turistas, sola yo entre los Hamer. Con este instante podría terminar mi viaje si fuese necesario. Ellos continúan en su mercado haciendo su vida normal, sin importarles mi presencia; me dan a probar comidas, me siento con ellos en el suelo, hacemos bromas. Pero algo se respira en el ambiente, tienen ganas de irse. ¿Qué está ocurriendo?
“El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”. Nelson Mandela
Un chico me coge del hombro y me indica que andemos juntos, miro a mi conductor y me asiente con la cabeza, puedo ir tranquila, tengo miedo, pero eso no me parará para continuar absorbiendo toda una cultura que desconozco. Comenzamos a andar campo a través. Pasamos por un río. Pasar por un río supone ver a infinidad de chicos desnudos bañando sus cuerpos negros esbeltos, todos llenos de champú, mujeres lavando sus ropas con los pechos afuera, adolescentes sacándole brillo a sus motos, animales descansando y bebiendo agua, en general, una atracción en toda regla. Pero lo mejor está por llegar. Comienza el espectáculo.
Sin saberlo voy camino de presenciar el Rito del Paso. Un rito para un joven que quiere alcanzar el estatus de adulto; tener derecho a independizarse, formar su hogar y contraer matrimonio.
Para ello, tiene que demostrar que está preparado para la vida de Hamer, así que en primer lugar se ha ido a vivir sólo durante un mes, alimentándose únicamente de leche, sangre y miel para purificarse.
Su familia lo ha preparado todo para el Gran Día. Han invitado a toda la gente que han podido y a mi me han adoptado hoy como una más. Mientras tanto hay muchos niños jugando por todos lados, que no paran de venir a tocarme.
El punto de reunión es el lecho seco del río. Las chicas, van llegando en grupos orgullosas y desafiantes, con la cabeza bien alta, se prestan a bailar y cantar. Para ello se reúnen en círculo, mirándose unas a otras. Llevan el cuerpo y el pelo untado con color ocre y grasa animal, pieles atadas a la cintura y grandes cascabeles en las rodillas y tobillos. El baile consiste en saltar en vertical rítmicamente, acompañando el sonido de los cascabeles con el de unas trompetillas de metal que llevan colgadas del cuello.
Y de repente, ¡no doy crédito!, en esta parte del ritual ellas piden a los chicos que les peguen repetidamente en la espalda con ramas y cada vez más fuerte hasta hacerlas sangrar para que puedan lucir “bonitas” cicatrices que son parte de su atractivo sexual. Jamás he visto nada parecido, he tenido en momentos que girar mi mirada porque es horrible. Muchas de ellas están embarazadas y recibiendo latigazos cerca de la tripita. Vienen a mí a mostrarme la espalda sangrando. Me piden fotos para ver en qué estado se encuentran. Inimaginable la cara de alegría cuándo ven que están fatal y más aun cuando ven que están peor que la amiga. Los hombres bromean conmigo, quieren pegarme, no entienden con “lo vieja” que soy y no tengo ni una cicatriz en mi espalda. Ver para creer.
Un documental en primera persona de tribus africanas
Ellos comienzan a retirarse y se preparan las pinturas de "guerra" con pigmentos naturales: ocre, blanco, negro para aplicarlas en el rostro.
Estoy alucinando. Las otras invitadas me aceptan cómo una amiga más y me llevan de un lado para otro, cogida de la mano. Me peinan, me pintan, me tocan, soy una muñeca blanca con pelo rubio y ojos azules.
El "Joven" mientras tanto, da vueltas por aquí y por allí, saluda a la gente, pero está ausente, tenso. En unas horas le tocará pasar la prueba. Si falla… todo se anula y tendrá que volver a partir de cero.
Pero... ¿En qué consiste esa Gran Prueba, El rito-reto del Salto del Toro?
Cambiamos de lugar. Nos dirigimos hasta un terreno despejado cerca de la aldea.
El "Joven" queda desnudo, únicamente con un par de cintas vegetales cruzadas en el pecho. Sus mejores amigos reúnen a varios toros, él se mueve entre ellos. El fin es escoger los que les parece mejores para a continuación saltarlos. Para ello unos amigos agarran a los toros por sus grandes cuernos y otros por el rabo, y lo alinean en fila, uno junto a otro. El mínimo es de cuatro, pero "mi joven" elige nada más y nada menos que siete. El sol va cayendo. Se hace el silencio. Son las 17.45 horas. Tiene que saltar sobre los 7 animales, tres viajes de ida y tres de vuelta. No se puede caer al suelo en ningún momento. Si lo hace, falla y entonces, sigue siendo un niño.
Y comienza... estamos expectantes, la tensión se respira en el ambiente, pendiente de si tropieza o no. Va pasando desnudo sobre uno, otro, y otro sucesivamente.
Finalmente, Prueba conseguida: ¡Ya eres un hombre!
Estoy alucinando, estoy entre ensimismada, estresada, feliz, triste, anonadada... aún no me creo que esté aquí. Todo el mundo se acerca para felicitarlo y el resto nos abrazamos entre nosotros.
Soy una más, soy una Hamer.
Comentarios