Carretera y flamencura, entre Algeciras y la Feria de Jerez, una noche especial en Medina

Entre caballos, flamenco y gastronomía, la Feria de Jerez y un paseo motero a Medina Sidonia nos revelan la magia de la primavera gaditana, donde la poesía se sirve en cada plato

La Feria de Jerez.
La Feria de Jerez.
01 de junio de 2025 a las 17:51h

Que nadie se ofenda, pero la mejor es la Feria del Caballo de Jerez: elegancia, gastronomía, belleza y alegría. Los sentidos se exaltan en la primavera, y no importan los aguaceros ni el calor extremo. Con emoción, después de muchos años, volví al corazón de Jerez en el Real, aunque fuera sólo una tarde, un rato, un paseo para visitar la caseta de este medio, lavozdelsur.es. Como en casa.

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Imágenes de la Feria.

Y anfitriona me sentí al mostrarles a amigos foráneos la personalidad de una de las ciudades más hermosas del mundo. Siempre comento que Andalucía no es un parque temático, y los que me conocen, y es que soy muy jartible, ya asumen mi forma de pensar y la respetan: la nuestra es una tierra cuajada de tópicos, sí, pero es primordial distinguir lo auténtico  de lo que no lo es, qué es puro atrezzo de tablao para guiris, y cuánto se aleja esta parafernalia de la flamencura sanguínea, la de verdad.

Recuperé un poco de la fe en todo lo bonito, y de nuevo, el hedor lógico del paseo de caballos no me molestaba en absoluto, sino que más bien me transportaba a mi juventud, a todas las ferias del amor, a los amaneceres con el cuerpo dolorido por tanto baile. Y el sábado queríamos despedir la feria, con urgencia y en la moto, desde Algeciras, sólo para dejarnos impregnar por el ambiente. 

Perdida la noción del tiempo por completo, nos cubrió la noche, y por delante teníamos toda una cruzada contra el fresquete y los kilómetros. En la autovía, quizás sentiste mi nostalgia, o mi hambre, y en otro impulso más de aventura, te desviaste: venga, vamos a subir a Medina Sidonia a cenar, que la noche está preciosa. Y así fue. En apenas un salto nos vimos en la atalaya de La Janda y más allá.

Medina se ve desde todas partes, y ella vigila todo a sus pies hasta el mar. Norte, sur, este y oeste. Sin duda un lugar privilegiado que hay que conocer y en este caso degustar. Viajar en moto permite no taladrar demasiado el paisaje, y es posible pararse a apreciar la policromía de todos los rincones que casi siempre nos sorprenden porque sólo se muestran con pausa, incluso lentitud. 

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Algunos de los platos.
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Una presencia espectacular.

El idilio con este pueblo gaditano no sólo se alimenta de los alfajores y exquisiteces dulces de Sobrina de las Trejas. Sidón, su origen fenicio, su etapa romana y musulmana. La huella palpable de la reconquista cristiana por Alfonso X El Sabio. Tanto que ver y disfrutar, lugares señalados como el Castillo o la Iglesia de Santa María la Mayor. 

También hay recuerdos personales y literarios aquí: visita al IES Sidón, con José Aurelio Martín, Manuel Bernal e Isabel Ordaz. La tarde poética con el CAL, presentada por un viejo amigo al que conocí en Fronterasur Vejer, Manuel Fernando Macías Herrera, gran escritor y buen alcalde, y la compañía también  de Ramón Pérez Montero, una de esas amistades intactas a las que regresar y con las que enriquecerse. Enorme Ramón por su labor cultural y compromiso con las letras,  quien nos regala este poema  magnífico. Aquí queda:

Cicatriz del horizonte
Conforme la noche alienta su marea,
el campo va recuperando lo suyo.
La oscuridad, desatada por la pereza de la luz,
deglute lentamente el blanco de la cal,
oxida el dorado de los espinazos de las tejas
hasta reducirlo a la ceguera. 
El horizonte es ahora, apenas, una cicatriz 
de claridad que se obstina en su dolor. 

Regreso al pueblo con el vuelo tardío
de los últimos vencejos. 
La soledad de las calles me recibe
con sus ansias de laberinto,
y las farolas expresan ya sus dudas
en los ángulos de sus negros cartabones. 

Volver no es exactamente regresar. 

Jamás podrás retornar al lugar 
del que nunca te hayas ido. 

Caminamos por la Plaza de España, pasamos por el Mercado de Abastos, moderno, precioso y acogedor, y nos enamoramos de los sábados nocturnos en Medina Sidonia, pues son una delicia. La calma y pulcritud de sus calles, su gente amable y sus animados sitios de comer.

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Delocos.

Dos recién llegados del jaleo, con extraña indumentaria motero feriante (aún conservé mi flor en el pelo bajo el casco), nos encontramos de frente con el sitio más oportuno, Delocos Bar, encantador restaurante que nos atrajo desde el principio. Me contabas que antes fue  La Fábrica. Ahora lo regentan Víctor y Fran Fernández (gracias amigo Pepe Monforte, por tanta información de calidad, “de comé”), y para más magia: se trata de un trozo de La Fontanilla de Conil, aquí, en el cielo de Cádiz.

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Una de las vistas del lugar.

Estupendos profesionales que nos hicieron un huequito a pesar de la hora, sonrientes y dispuestos. Es de agradecer. Y comenzó el espectáculo gastropoético que puso el broche a uno de los días más preciosos de mi primavera. Ravioli de bacalao, flamenquín de setas y unas sabrosísimas croquetas de espárragos trigueros. No sé si la felicidad es esto, gastropoesía sí. 

De regreso a casa, poco a poco se difumina la silueta iluminada de Medina Sidonia, que nos cuida y nos vigila desde lejos, como un faro tierra adentro.

Sobre el autor

Rosario Troncoso.

Rosario Troncoso

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